Por José de Jesús Chávez Martínez

Una de las etapas fuertes y significativas de la vida de una persona es su formación profesional, sea cual fuere su condición social. Sin embargo, se sobrentiende que las y los jóvenes de clases más necesitadas enfrentan mayores dificultades y que requieren un entorno que garantice su desarrollo educativo.

Este documental de tan solo 73 minutos de duración expone y explica lo que sucedió la nefasta noche del 26 de septiembre de 2014 en la ciudad de Iguala, Guerrero, cuando 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa “Raúl Isidro Burgos” fueron desaparecidos y tres más fueron ejecutados. Mucho se ha dicho, comentado y analizado sobre este lamentable caso, pero poco se ha profundizado sin caer en el sensacionalismo de los también lamentables medios de comunicación mexicanos.

Los normalistas de ese plantel, según se expone en este filme a través de sus propios testimonios, estaban conscientes de una realidad adversa en su comunidad gracias a una preparación enfocada en dos ejes: el de modos de producción de la tierra y el de la política. Es decir, estaban siendo preparados para responder a las necesidades del contexto, que incluye pobreza y marginación, por lo cual dicha politización se consideraba (y se considera) necesaria para exigir justicia e igualdad, a pesar de los cuestionamientos acerca de que si un maestro egresado de una escuela Normal se dedicará a la enseñanza básica, ¿para qué le enseñaban a cultivar la tierra si no va a ser ingeniero agrónomo y por qué centrarse en lo político si no va a ser politólogo? “Para ser un maestro consciente”, es una de las respuestas que da un alumno sobreviviente de aquella noche funesta. Y en efecto, un maestro consciente siempre será mejor mentor.

Lo anterior funciona como premisa del relato para entender el proceder de los normalistas la noche en que fueron emboscados por la policía municipal de Iguala. Siempre se ha manejado la versión de que los estudiantes “secuestraron” cinco autobuses para viajar a la Ciudad de México y participar en la marcha de protesta por la matanza de estudiantes el 2 de octubre de 1968, en Tlatelolco. Esta actividad la venían realizando cada año por solidaridad y para exigir justicia. Ellos dan a entender que no era un secuestro como tal, sino un acuerdo con los choferes para utilizar los autobuses, previa colecta de fondos mediante “boteos” en las calles con la finalidad de sufragar los gastos del traslado, incluido el pago a los conductores.

Durante la emboscada, los autobuses fueron baleados y las causas del ataque siempre fueron inciertas. La versión del gobierno federal fue aquella conocida como “la verdad histórica”, explicada por el entonces titular de la Procuraduría General de la República (PGR), Jesús Murillo Karam. Esa versión dejó más dudas que certezas y hoy le ha costado la libertad a este personaje político por las sospechas de que fue un montaje más de una supuesta investigación oficial que concluyó que los asesinatos derivaron en la quema de los cuerpos en un basurero y “fabricó” falsos culpables.

Esta cinta logra llevar la narración a un plano de impotencia y de rabia por la atrocidad cometida, sobre todo con un normalista, Julio César Mondragón, que fue torturado despiadadamente: le infringieron más de sesenta fracturas y le desfiguraron el rostro de manera enfermiza, y lo peor es que la fotografía de su cuerpo fue exhibida crudamente en redes sociales. Su esposa y su madre manifiestan esa profunda tristeza ante el agravio hasta ahora sin castigo. La cámara resulta así un eficiente retratista de esas emociones.

Otros padres de los desaparecidos igualmente son captados dando su opinión y su tristeza, pero sin intenciones de rendirse en la protesta continua hasta que les sea dada información acerca del paradero de sus hijos. Así, el ritmo de la película aumenta a grado tal de la desesperación y el personaje principal es ni más ni menos que Murillo Karam y algunos periodistas que atisban la supuesta relación de los normalistas agredidos con el cartel “Guerreros Unidos”. No obstante, los vínculos de esta organización criminal con las autoridades locales quedan en la mesa de debate, porque se dice (más bien lo dice la periodista Anabel Hernández, entrevistada para este documental) que dos de los autobuses que los estudiantes tomaron eran usados para transportar droga y debían ser cuidados y custodiados por las policías municipales y la estatal.

En resumidas cuentas, una siniestra historia que sigue sin resolverse. Actualmente está la Comisión de la Verdad, pero igual continúa con las indagatorias a paso de tortuga. Este filme, dirigido por Enrique García Meza y producido por Bertha Navarro, Guillermo del Toro y Alejandro Springall, devela e informa sobre los puntos de vista y referencias de los normalistas sobrevivientes, testigos y víctimas directas del ataque que igualmente terminan detonando su furia y su impotencia. Al parecer, los desvalidos siguen siendo las víctimas preferidas de un sistema corrupto e ineficiente.

País: México. Año: 2018. Dirección: Enrique García Meza. Producción: Guillermo del Toro, Alejandro Springall y Bertha Navarro. Edición: Martha Uc y Felipe Gómez. Diseño de sonido: Nerio Barberis, Valeria Mancheva. Música original: Andrés Sánchez Maher, Gus Reyes, Camila Uboldi. Fotografía: Enrique García Meza, Gabriela Sánchez, Vidblaín Balvás, Nacho Miranda.

Por José de Jesús Chávez Martínez

Comunicólogo egresado de la UAM Xochimilco. Profesor investigador en la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de Occidente Unidad Culiacán, con las líneas comunicación y educación, y el cine como dispositivo didáctico, de las cuales se han desprendido diversos artículos científicos y tres libros. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores (SNII). Desde 2021 es colaborador de correcamara.com