Por Sergio Bárcenas Huidobro

Darren Aronofsky es, cuando menos, dos cineastas paralelos: el primero es un cronista norteamericano agrio y directo cuyas búsquedas se estructuran en torno a un sueño americano visto como una radiografía del fracaso: madres que se consumen en la locura mientras sueñan con aparecer en televisión; luchadores en decadencia que no logran discernir entre los golpes del oficio y los de la propia vida; bailarinas embriagadas por el triunfo en medio de ese hades de la competencia que es Nueva York.

El segundo es un lector cuidadoso de textos sagrados que busca tender puentes directos entre el mundo físico y la divinidad inmaterial a través de temas casi abstractos: lo eterno, la verdad, lo sagrado. En aparente oposición a los protagonistas devastados del “primer” Aronofsky, los del segundo son iluminados, excéntricos o profetas que emprenden caminos épicos hacia el conocimiento: una cifra que descifre el código numérico de la Torah o una cura definitiva contra el cáncer.

“Noé” (Noah, 2014), su anticipada épica bíblica en torno a la figura del profeta homónimo, entra de lleno en el segundo grupo. Se trata también de la primera cinta de su autor emanada del sistema tradicional de estudios y de la industria de altos presupuestos: unos 150 millones contra los 70 de “La fuente de la vida” (The Fountain, 2006), su producción más costosa hasta el año anterior, además de multiplicar por doce los 13 que costó “El cisne negro” (“Black Swan”, 2010). Fue esta última la que, al superar los 300 millones de dólares en recaudación global, le dio carta blanca para emprender su largamente planeada revisión de la figura bíblica. Esto no es un dato de trivia: es la pista con la que podemos medir el control creativo de un cineasta sobre su producto. Y en “Noé”, el control estuvo cerca de perderse.

Primero hay que decirlo: el resultado es fallido en varios aspectos y el conjunto es inusualmente flojo para su autor pero, tal y como las peores películas de Hitchcock siguen siendo películas de Hitchcock, en “Noé”, Aronofsky y su equipo habitual (el guionista Ari Handel, el fotógrafo Matthew Libatique y el compositor Clint Mansell) logran un maridaje vacilante pero palpable entre el cine de ideas (o de autor, si se quiere) y un espectáculo atronador pero que, honor a quien lo merece, nunca llega a ser gratuito. El mayor cumplido que se le puede hacer al cineasta es decir que siendo ésta su película menos lograda, aparece como una de las mejores opciones de la cartelera actual. Después de todo, se tendría que ver por la mera lealtad hacia un hombre que llega a su sexto largometraje sin haber entregado uno solo que fuera malo.

“Noé” está lejos de ser una cinta bíblica al uso. Sus personajes, aunque conservan el espíritu y los márgenes que los definen en las escrituras, funcionan más como un vehículo de exposición de ideas y argumentos en torno a la virilidad, el ambientalismo, los roles de género, los derechos reproductivos o las relaciones paterno-filiales. El microcosmos es la familia formada por el profeta Noé: su esposa Naameh, sus hijos naturales, su hija adoptiva y el abuelo atemporal del clan, Matusalén, todos descendientes directos de Set (a su vez, menos popular que sus dos hermanos, Caín y Abel).

Conocemos a estos personajes mientras deambulan por un paraje atemporal y cenizo que a ratos es primigenio y a ratos evoca paisajes industriales posteriores al Apocalipsis. Esta atmósfera envuelve el tono moral del relato: una tierra devastada a punto de ser cubierta por una inundación mítica. Esta metáfora nebulosa del calentamiento global y el derretimiento de los polos (redondeada por una analogía con la pérdida de la fertilidad femenina) es una de las anclas con las que Aronofsky encalla en nuestros miedos contemporáneos. Su diatriba contra el consumo de carne y en defensa de los derechos animales, así como del uso racional de recursos naturales podría no ser evidente o descarada, pero insufla al relato un aura moral que la pone más cerca del progresismo “New age” que del cine bíblico tradicional.

Sin embargo, el tono se pone a salvo de cualquier resabio moralino o didáctico gracias a un Noé que es desarrollado como un personaje esférico, complejo y tremendamente ambiguo que viaja del delirio fanático al síndrome de “culpa del sobreviviente”; un profeta cuya comunicación con Dios se muestra conflictiva y abrupta por ambas partes. Se trata de un hombre inundado por la ira, la culpa y la fe a partes iguales y que, para evitar que ninguna de ellas lo domine, libra un conflicto interno que habría puesto a Bresson a discutir con Bergman. Probablemente, esta figura omnipresente sea el gran acierto del filme, aunque se logra a costa de que el resto de los personajes tenga un menor desarrollo y se nos antojen más esquemáticos.

La literalidad del texto bíblico siempre baila entre una representación fiel y una lectura entre líneas. El momento de quiebre más sorprendente llega hacia la mitad, cuando Noé reúne a su familia en torno al fuego para contarles “la primera historia de todas”, la historia del inicio de los tiempos, pero lo que escuchamos con creciente sorpresa es una metáfora del Big Bang y de la evolución de las especies donde Darwin está más presente que el profeta Abraham. Solo entonces sabemos que, a pesar de su ríspida relación con Paramount, con su junta de productores y con organizaciones cristianas, al menos por tres minutos Aronofsky, ateo de ascendencia judía, se ha salido con la suya.

Es temprano para saber si “Noé”, junto al “Éxodo” que Ridley Scott presentará más adelante este mismo año, sean el primer batallón de una renovada ola del género bíblico, cuyas versiones del Antiguo Testamento habían estado guardadas en el archivero de Hollywood por unos cuarenta años. En el caso de “Noé”, se trata de un proyecto que Aronofsky declara haber acariciado desde la adolescencia. Antes, se concretó en una novela gráfica escrita a seis manos por el propio cineasta, el guionista Ari Handel y el dibujante francés Niko Henrichon, que funciona como fuente visual y argumental para la cinta.

El siguiente proyecto del cineasta, “The Tiger”, partirá de un guión de Guillermo Arriaga: podemos intuir que será un regreso hacia el Aronofsky del “primer grupo”, el cronista amargo del que hablamos primero. En cuanto a “Noé”, difícilmente acompañará al grupo de sus mejores trabajos (que están, casi todos, en ese primer grupo), pero no es una opción de cartelera que podamos despreciar. No son tantos ni tan frecuentes los autores que nos ofrecen un diálogo abierto incluso en sus obras menores, y es en el diálogo con sus audiencias y con su época, en las preguntas que aborda y en su arrojo moral, en donde está el núcleo de “Noé”. Véase. Con reservas, pero véase.
 

Noé (Noah, Estados Unidos, 2014)
Dirigida por Darren Aronofsky Escrita por Darren Aronofsky y Ari Handel Música de Clint Mansell interpretada por Kronos Quartet Fotografía de Matthew Libatique Reparto: Russell Crowe, Jennifer Connelly, Emma Watson, Anthony Hopkins, Logan Lerman  Clasificación: B 137 minutos.