Por JJ Flores Hernández
De cualquier arte se puede creer todo menos que nazca espontáneamente. Sea como trabajo, sea como pasatiempo o resistencia, el arte surge con intención. Declarada o no, el arte, en cualquier manifestación, trama sus razones; conscientes e inconscientes. La figura del artista o la artista iluminada cayó. En gran medida, los activismos, las luchas por derechos humanos, los feminismos, las disidencias sexuales, los indigenismos, etcétera, han exigido y mostrado la urgencia por destronar los ideales del arte impoluto y virginal. Lo político de cualquier arte está en su existencia, en sus relaciones, en sus silencios. En 1937 Pablo Picasso mostró el “Guernica”. Pintura por encargo, habla de los estragos de la guerra, de su brutalidad. Cuando a Picasso se le preguntó por qué había hecho el “Guernica” el pintor malagueño respondió: no, ustedes hicieron Guernica, yo sólo la pinté. En acto, la denuncia. El arte, cualquiera que sea, sirve para tomar partido y rechazar la equidistancia política, la neutralidad. En 2018, Hannah Gadsby le ha renombrado “Picasshole” para no olvidar que sí, fue un genio y también un idiota en otros ámbitos. Otra manera de la denuncia es la comedia. Como pintura el “Guernica” seguirá hablando y a ambas, pintor y obra, hay que seguirles planteando preguntas, la muerte no les exime. Las obras están vivas en cuanto las pensamos. El “Guernica” sigue cierto en algo: su arrebatadora violencia. No hay un rojo más intenso, versó Jorge Drexler, que los grises del Guernica. Picasshole, como en muchas otras cosas, hizo célebre el activismo en la plástica que se extendería hasta Banksy y JR. La memoria opera como acto de resistencia, como activismo: ni perdón ni olvido, por ejemplo.
Los activismos han encontrado en las ciudades un escenario empero son las luchas del campo las que también nos enseñan que este mundo es voraz, irregular, con una lógica vertical y centralista. Este mundo no va. “Eco de la montaña” (2014) de Nicolás Echavarría nos permitió recordar que al muralista huichol Santos de la Torre le expropiaron una obra que hoy se exhibe en alguno de los andenes del metro de París. Allá es celebrado y admirado, acá yace en el olvido. Incluso, dice Santos de la Torre, el mural está mal colocado. Echavarría no nada más evidencia el olvido si no que, para afianzar el activismo, propone a Santos de la Torre que vuelva a su arte, invoque permiso y haga con la chaquira un mural para el documental que sea la historia sagrada del peyote. Documental de memoria y plástica pero también de activismo en defensa del arte indígena. Por si fuera poco, Santos de la Torre hace del mural un manifiesto sobre la tierra Wirikuta, su carácter sagrado, su necesidad para la vida de los pueblos. En el último plano del documental hay una certeza: el mural como canto en defensa del territorio huichol, de sus tradiciones y sus lenguas, epopeya de la sagrada relación con la tierra y combate a las trasnacionales. En “¿Qué les pasó a las abejas?” (2019) Adriana Otero Puerto y Robin Canul Suárez hacen activismo con la férrea convicción de que con una cámara también se puede contribuir a provocar los cambios. Acompañar una lucha es también luchar. “Somos mayas pero necesitamos que nos vean como personas, que nos escuchen”, clama con rabia Gustavo Huchín Cavich, voz coprotagonista en el documental que forma parte de la programación del festival Ambulante.
Una de las características más peculiares de las abejas es que, al no serles útil, no saben mentir. Portadoras y receptoras de mensajes, siempre indican lo justo. Su honestidad es milenaria y su lealtad absoluta. En 2012, en Hopelchén, Campeche, pueblo indígena de resistencia y apicultor, sucedió de manera repentina una catástrofe ambiental. Miles de abejas fueron encontradas muertas. No habían logrado ir a casa ni advertir algún peligro. Las abejas, desorientadas, se extraviaron hasta morir. Miles. Su ciclo, y por extensión, su hábitat empezó a alterarse. El colindante pueblo menonita, cambió su siembra y con ella, sus técnicas y utensilios. Los pesticidas y herbicidas necesarios para mantener la soja transgénica, que comenzaron a cultivar, las aniquilaron. Este evento inauguró una lucha que se extiende hasta nuestros días donde “¿Qué les pasó a las abejas?” Es el duro testimonio de esa lucha. En 2015, Huchín Cavich, en una campaña en Change.org había recolectado más de 63 mil firmas bajo la consigna: “¡No a permisos de Monsanto para soya transgénica en nuestra comunidad!”. Él junto con Leydi Pech Martin, coprotagonista del documental, y otras y otros activistas mayas, lograron lo impensable. La Suprema Corte de Justicia de la Nación falló a su favor y suspendió la venta y siembra de soja transgénica a la empresa Monsanto. Ignorando tal mandato, la aledaña comunidad menonita continúo sembrando la soja. En su afán por disfrazar la siembra, por hacer correr el agua, cavaron unas fosas cuyo cauce de agua portaba ya los residuos de los químicos usados. No sólo el cambio ambiental, ahora también la salud de las personas en lo pueblos está en riesgo. Otero y Canul escuchan de cerca, siempre al lado, para mostrar cómo el documental es, a veces con desesperada urgencia, la vía más directa para el activismo. El documental como evidencia, prueba y testimonio. Se genio es su honestidad, su grito lacerante.
Hay un momento devastador que Otero y Canul nos dejan y condesa las razones de su existencia. Huchín viaja a Argentina para visitar a Fabián Amaranto Tomasi. Residente en Basavilbaso, Entre Ríos, Amaranto recibe a Huchín mientras vemos que agoniza. Otrora piloto fumigador, Amaranto padecía las secuelas del envenenamiento por el uso de agrotóxicos a los que estuvo expuesto por años sin medidas de seguridad ni la mínima advertencia. Le cuenta a Huchín lo importante que es que sigan en lucha, que no deben permitir que las grandes empresas ganen. “Porque ustedes aún tienen dignidad”, dice y rompe en llanto. Huchín trata de consolarlo con la promesa de que “sí, mi amigo, estoy convencido que ganaremos. No nos dejaremos ganar”. Hace algunos meses Todd Haynes estrenó “Dark Waters” (2019; ya disponible en línea) en donde cuenta la historia del litigio contra la corporación de productos químicos DuPont liderada por el abogado, devenido ambientalista, Robert Bilott. Historia de investigación y suspenso, es una historia prolongada por más de veinte años. El saldo: muchas muertes e indemnizaciones millonarias. No es una historia de éxito, es una historia también de activismos contra las trasnacionales. Bilott tuvo el tiempo y el temple para soportar una lucha de décadas. Huchín y Pech nos recuerdan que el temple es insondable pero el tiempo y el dinero insuficiente para hacer frente. Haynes, Como Otero y Canul, nos muestra un momento aterrador y cumbre. El abogado Robert Bilott (Mark Ruffalo, amaestrado-amaestrando) lleno de estrés y abrumado, conduce su auto. Mira el camino y, por instantes voltea la mirada hacia las casas, los patios delanteros, la gente que se cruza. En un instante, ya en casa, recuerda el trayecto. Descubre el envenenamiento de las aguas a partir de la sonrisa de una joven. Sus dientes muestran lo podrido, el veneno, el horror. A veces la memoria sirve para hacer frente. A veces la única vía es seguir luchando. Mientras haya cuerpo y razones, los derechos no se piden, no nacen espontáneamente, se conquistan. Es la enseñanza más grande del activismo en el cual Huchín, Pech, Otero y Canul y tantas y tantos nos están mostrando. El mundo ya no tiene tiempo. Las abejas tampoco.
Ya lo escribió Julieta Venegas: debo, debemos, recordar.
@JJFloresHdz
Nuevo San Juan, San Juan del Río, Querétaro.
Seis de junio de dos mil veinte.