Por Mariana Carbajal Rosas
“Respiró profundamente y un movimiento convulsivo sacudió su cuerpo. ¿Cómo expresar mi sensación ante esta catástrofe, o describir el engendro que con tanto esfuerzo e infinito trabajo había creado? Sus miembros estaban bien proporcionados y había seleccionado sus rasgos por hermosos. ¡Hermosos!, ¡santo cielo! Su piel amarillenta apenas si ocultaba el entramado de músculos y arterias; tenía el pelo negro, largo y lustroso, los dientes blanquísimos; pero todo ello no hacía más que resaltar el horrible contraste con sus ojos acuosos, que parecían casi del mismo color que las pálidas órbitas en las que se hundían, el rostro arrugado, y los finos y negruzcos labios”.
Así se expresa Víctor Frankenstein cuando su criatura cobra vida frente a sus ojos, “la hermosura del sueño se desvanecía y la repugnancia y el horror me embargaban”, dice el científico al tiempo que huye y deja a ese ser de carne podrida pensando en su naturaleza y cuestionándose por qué su padre lo ha abandonado.
Ya sea la criatura de Víctor, el replicante, creado por Tyrell en “Blade Runner”, un robot, como el que vemos en “El Hombre Bicentenario” (1999) de Chris Columbus o en “Inteligencia Artificial” (2001) de Steven Spielberg o un clon, como en la película “Moon” (2009) de Duncan Jones, los seres fabricados son curiosos y tienen que enfrentarse a un mundo que los ha creado pero que no les da su lugar, un lugar que ansían y que se les niega porque al verlos levantarse con vida, el científico se horroriza y se niega a darles humanidad a pesar de haberlos fabricado con la idea de la perfección, una que va más allá de lo humano.
La Ciencia Ficción nos plantea esta posibilidad, en la era de la ingeniería genética y la robótica, este género ha imaginado muchas veces un mundo en el que la biotecnología ha llegado a un punto de excelencia tal que las criaturas son similares en forma y emociones a los hombres. Todos ellos, tratados desde la forma más crítica en la literatura de Ciencia Ficción, son seres que sufren el desamparado de su naturaleza científica, no humana, venida de una perversión de la ciencia, en la que el conocimiento no es el objetivo, sino el utilitarismo y el complejo de Dios, en el que la naturaleza no es divina sino mecánica y que para los hombres es motivo de fascinación y herejía, una forma de rebelión en contra de la creencia del origen celestial de la vida y sus mecanismos.
En el artículo de Jay Clayton, titulado Frankenstein’s futurity: replicants and robots (2006), como su nombre lo indica, el autor habla de los descendientes de la criatura de Mary Shelley y las similitudes que conservan desde esa primera incursión de la literatura en la Ciencia Ficción. Algunas características de estos seres fabricados son el asombro de su propio cuerpo, la maravilla del espacio a su alrededor, un proceso en el que se conectan con el mundo, el enfrentamiento con su creador, a quien le reclama por qué los creó y por qué los ha abandonado. Estas interrogantes normalmente los sumen en la desesperanza, como si negarles la humanidad fuera lo que los impulsa a querer asirla, a querer ser “niños de verdad”.
La insistencia de la Ciencia Ficción en estas criaturas demuestra inquietudes muy claras, el temor de que el científico use mal la ciencia, temor en el que entra una discriminación del bien y el mal obrar del conocimiento. En su esencia más básica la ciencia busca el conocimiento por sí mismo, dice Clayton (2006), y su interés recae en explicar el mundo, no en la fabricación de objetos o en el utilitarismo. Esta es una discusión eterna y profética en la Ciencia Ficción, sobre si los hombres seremos capaces de usar la tecnología sabiamente para el beneficio del bien mayor o para el de unos cuantos.
En el caso de las criaturas, Víctor demostraba una curiosidad legítima sobre la vida, el germen de la ciencia, tal vez cuando aún la ciencia no se corrompe se quiere conocer la chispa que hace que las cosas anden, que los cuerpos se mueven, que el cerebro estalle.
El experimento de las ranas de Galvani provocó la incursión en la Ciencia Ficción por parte de Mary Shelley, este descubrimiento científico la afectó profundamente, y Shelley, conocedora de la ciencia, tenía una conciencia muy clara de su tiempo y vio en el experimento de Galvani un reto a la labor del científico, vio una posibilidad que pondría en entredicho la naturaleza divina del hombre, acercándolo más a la máquina.
Víctor, por un momento, ávido de conocimiento, fue inocente, pero sobrepasó el mero placer del conocimiento y quiso verlo en acción, llámese complejo de Dios o morbosidad, ese conocimiento rebasó su propia capacidad humana y le horrorizó.
¿Qué lleva al hombre a querer crear?, ¿por qué queremos fabricar otros hombres?, ¿para entender más de la humanidad?, ¿para derrocar a Dios? y ¿a dónde quiere llegar esta fabricación?, ¿cuál es el fin último de la ingeniería genética y la robótica?
La crítica fundamental de esta fabricación es el materialismo de la creación, cada uno de estos seres es un reclamo a la ciencia que en estos casos se pervierte, como en la película de “Blade Runner” (1982), donde por un afán comercial se crea a los replicantes, a quienes se esclaviza y gobierna con un mecanismo de control que no los deja pasar los tres años. Esta idea deviene en el capitalismo y la dominación de un cuerpo para producir, en el que los derechos desaparecen y la criatura es una cosa, una fuerza de producción.
Esta crítica podemos observarla también en “Never Let Me Go” (2010) de Mark Romanek, en donde los clones son utilizados como bancos de órganos para el “original” y en donde los clones tienen pequeños derechos a vivir una vida tranquila pero a la espera de la llamada que los colocará en la mesa de operaciones.
Otro ejemplo es “Inteligencia Artificial” (2001) de Steven Spielberg, en donde el niño robot es utilizado como remplazo del hijo de la familia, este robot crea un apego real a la madre y después es desechado como un juguete inservible. El niño robot parece tener emociones y extraña a su madre, el niño robot experimenta en su cerebro positrónico algo así como el amor. Esta película no sólo continúa con la crítica de la Ciencia Ficción a la fabricación de seres sino que presenta otra perspectiva de estas criaturas, que cada vez son fabricadas con mayor perfección. El niño robot queda atrapado en una nave por tanto tiempo que la raza humana se extingue, hasta que seres extraterrestres llegan a la Tierra para explorar el fallido planeta, y encuentran en el niño robot el último rezago de la humanidad, en él, el juguete tirado a la basura, queda la memoria de la humanidad, en un mundo posthumano.
Pensemos en “Gattaca” (1997) de Andrew Niccol, ya que quiero plantear otra característica de las criaturas, si bien Víctor Frankenstein no buscaba mejorar al ser humano, los replicantes y los robots sí lo hacen, así como la ingeniería genética lo hace en esta película. En ella la ingeniería diseña humanos que son genéticamente perfectos, estos hijos de Frankenstein buscan sobrepasar al hombre común, de ahí la pregunta: por qué crear a un ser que sobrepasa a su creador en belleza, fuerza e inteligencia, como un Roy, en “Blade Runner”, por qué no simplemente crear una máquina que haga el trabajo específico, por qué crear a un ser pensante y perfecto, por qué, en el caso de los robots, crear a un ser que sobrepase la muerte misma, lo único realmente humano. Estas son preguntas que más adelante llevan a la literatura de la Ciencia Ficción a cuestionar el fin último de las ciencias genéticas y robóticas.
Cada vez las creaciones son más reales, más humanas, cada vez el hombre va perfeccionando su tecnología y creando mecanismos de control para este nuevo sector oprimido. La Ciencia Ficción ha persistido en una crítica a la cosificación y producción en serie de los hombres, y ese es el temor, planteado desde Shelley, en que la vida se convierta en una cosa, que se pueda vender y comprar, y regalar, y que todo se convierta en perfección e inmortalidad y medios de producción, algo en lo que tal vez Marx encontró la verdadera esencia de los hombres.
En fin, pero aquí cabe la otra vertiente, si la Ciencia Ficción teme el uso de la ciencia mala, como dice Clayton, cuál es entonces la ciencia buena, por decirlo de alguna manera, a qué se refiere éste uso de la ciencia y cuál es el fin de crear a seres no humanos que sobrepasen al ser humano.
Aquí quiero tocar un debate que se aborda como concepto filosófico y dentro de los estudios de la Ciencia Ficción, el transhumanismo, definido como un movimiento cultural e intelectual cuyo objetivo final es la transformación fundamental de la condición humana a través del desarrollo de tecnologías para mejorar en gran medida las capacidades intelectuales, físicas y psicológicas del hombre (Bostrom, 2005).
En el texto de Clayton, éste menciona a dos autores que han contribuido al transhumanismo, Hans Moravec, escritor de “Robot” (1999) y Rodney Brooks, autor de Flesh and Machines: How robots will change us (2002), estos autores tienen la teoría, de que en el 2040 la tecnología llegará a tal punto, que como en la Revolución Industrial, seremos remplazados por las máquinas, en mi opinión, creo que la ingeniería genética se desarrolla más a prisa que la robótica, así que bien podríamos ser remplazados por seres biotecnológicos. Serán tan perfectos que podrán sustituir a la humanidad, podrán imitar el cuerpo humano y sus pensamientos, pero sin las limitaciones de nuestros cuerpos biológicos, es decir, sin las limitaciones del envejecimiento, la enfermedad y los sentidos limitantes.
El trashumanismo es una fe científica que se basa en la búsqueda del conocimiento y en la trascendencia del hombre, y de ella retomo tres temas que me parecen fundamentales: la ciencia busca el conocimiento por sí mismo, la ciencia debe usarse para mejorar el cuerpo humano a tal punto que pueda llamarse posthumano y, tercero, el ideal es que el humano provoque su propio salto evolutivo.
En una civilización transhumana el hombre habrá llevado la tecnología a su punto más alto, a su fin último, tanto que la conciencia podrá incorporarse o descargarse como un software en la máquina o el replicante para continuar con la búsqueda del conocimiento y sobre todo para comprender al humano, porque el transhumanismo dice que no podremos conocer la esencia del hombre hasta que dejemos de ser humanos, es decir, mirarlo desde afuera.
En primera instancia puede parecer descabellado imaginar un mundo sin humanos, temor producido por nuestra propia naturaleza, pero aunque no tan explotado como los clones, robots y replicantes, el transhumanismo ha acompañado a la Ciencia Ficción, pensemos en “Matrix”, en ella se plantea un mundo en el que el humano está en peligro de extinción, donde los que quedan viven en cajas, en un software que les da la idea de la vida, o en la serie de relatos “Yo, robot” (1950) de Asimov, donde las tres leyes de la robótica se ponen en función de las necesidades humanas y se habla de los conflictos morales que generan las relación entre hombres y robots. En “Música en la sangre” (1986) de Greg Bear, en la que un biotecnólogo crea computadoras biológicas, manipulando los genes de linfocitos obtenidos de su propia sangre, o The Elementary Particles y The Possibility of an Island de Michel Houellebecq, en la primera la clonación es una forma de sustituir la reproducción sexual, y la segunda se presenta un mundo en el que los humanos son clonados una y otra vez alcanzando prácticamente la inmortalidad, en la que el humano está es las últimas. Esto por mencionar algunas, pero hasta Dan Brown, en su novela Inferno (2013), aborda el tema con la idea de que un virus causará infertilidad en un tercio de la población humana, empujándola a una nueva época.
También pensemos en el cyberpunk, que aborda el mejoramiento de los seres humanos a través de la tecnología, o incluso, en un capítulo de la serie X files, donde Mulder y Scully pierden a su sospechoso porque éste traslada su conciencia al internet. Como en la más reciente película protagonizada por Johnny Depp, “Trascendence” (2014).
El libro El cine de ciencia ficción. Historia e Ideología (2005) de Gil Olivo me permitió ver la evolución de la ciencia ficción, claramente el autor explica que los temas de la Ciencia Ficción están ligados al contexto histórico de sus tiempo, pensemos de nuevo en la criatura de Víctor Frankenstein, nacida en 1818, cuando el método científico seguía perfeccionándose con los experimentos de Antoine Lavoisier, un mundo antes de la publicación de El origen de las especies, y de los trabajos de Pasteur y Mendel.
Conforme avanzó la ciencia también las propuesta del género y después de explorar todo tipo de seres, las inquietudes apocalípticas de las guerras mundiales, la guerra fría, la era nuclear, la llegada a la luna, los viajes intergalácticos o entre dimensiones, donde un H.G Wells viajó por todos los tiempos de la Tierra y conoció a los Warlock, ahora con la genética, los clones, los replicantes y robots, ¿será que ya basta del hombre?
En una época en la que el hito es la ciencia genética es necesario preguntarnos a dónde nos llevará la manipulación de nuestra esencia más íntima, tal vez la fantasía sí sea ese salto evolutivo de la mano de la tecnología hacia una nueva especie. El trashumanismo ve en esta posibilidad la trascendencia del hombre, una trascendencia en la que el científico será capaz de estudiar el universo con un cuerpo sin límites, ya que argumenta que el científico no puede despegarse de sus sentidos para estudiar el mundo y en ese apego está su limitación, si un día la raza humana logra sobrepasar esa limitación y si los posthumanos deciden dejar este planeta, podrán hacer viajes intergalácticos y tener un cuerpo que no necesite de alimento, un cuerpo que tal vez pueda nutrirse de los rayos del sol y que pueda dejar al materialismo de lado porque sus necesidades serán el explorar y no el poseer.
Esa realidad utópica que planeta el trashumanismo tal vez sólo sea un disparate, pero es una fe que mueve y da sentido al desarrollo científico. En cuanto a las emociones de esos posthumanos, no es claro, pero si algo nos ha enseñado la Ciencia Ficción es que no importa qué tan máquina sea la criatura, siempre tendrá necesidad de amar y en este ideal del trashumanismo, siempre tendrá la necesidad de conocer y la misión de llevar ese conocimiento más y más lejos, ya que esa es la verdadera misión de una especia animal a la que por alguna razón se le dio eso de crear herramientas, crear teorías, sociedades y el conocimiento para crear a otros hombres.
Los futuristas piensan eso, y no quiere decir que será una realidad, pero permite fantasear a la Ciencia Ficción, todas estas posibilidades son el alimento del género, lo que le da alas.
Un mundo que sigue sin los hombres tal vez no le parezca a muchos de nosotros, pero pensemos que nuestra especie lleva muy poco tiempo pululando en el planeta y que al igual que muchas especies, podríamos enfrentarnos a la extinción.
Por último, quiero recordar un fragmento que Crónicas Marcianas de Ray Bradbury, “Vendrán lluvias más suaves”, Marte está desierto porque ni los humanos ni los marcianos sobrevivieron a sí mismos. En ese planeta vacío: “…Las ocho y uno, tictac, las ocho y uno, a la escuela, al trabajo, rápido, rápido, ¡las ocho y uno! Pero las puertas no golpearon, las alfombras no recibieron las suaves pisadas de los tacones de goma. Llovía afuera.