Por Hugo Lara
El cine es como una bestia depredadora. Necesita mucho alimento y por eso engulle cualquier tema que le permita crear historias originales, vengan de donde vengan. Una de estas fuentes es su propia circunstancia, la del quehacer dentro de los foros cinematográficos, lo que ocurre alrededor de la cámara y las luces, cuyo contexto ha motivado a decenas de valiosas películas.
Como el ouroboros —la serpiente que devora su propia cola y que forma así un círculo perfecto— el cine dentro del cine forma también, en lo narrativo, un círculo constante y una idea sintética sobre lo que vincula a lo real de la ficción, una suerte de reflexión autocrítica sobre la inevitable tentación de morderse a sí mismo, para recrearse y regenerarse eternamente.
Haciendo un repaso del cine que se devora a sí mismo, los títulos que siguen son una selección de películas y directores que han contribuido a darle al cine dentro del cine un estatus próximo a un género que, si bien no lo es, podríamos considerarlo entre la clase de cuasi-géneros. Corre cámara:
La sombra del vampiro (Shadow of Vampire, Elias Merhige, 2000)
Los misterios de la creación cinematográfica se esclarecen a través de una simpática y extravagante premisa: el actor que interpretó al Conde Orlock en la mítica Nosferatu, era en realidad un auténtico vampiro. La historia está situada en 1921, durante el rodaje de ese clásico del cine mudo basado en el Drácula de Bram Stoker. El director Friedrich Murnau es encarnado por John Malcovich, cuya obsesión de lograr su película al costo que sea le hace prometer al chupasangre —a quien encontró causalmente— el cuello de la actriz protagonista.
Dirigida por Elias Merhige, el filme cuenta con la estupenda actuación de Williem Defoe como Max Schreck, es decir Orlock, a quien el resto de los técnicos y actores miran con desconfianza y curiosidad, mientras suceden diversos incidentes en el set que nadie logra explicar. A través de este intríngulis que expresa los misterios y ambición de la creación cinematográfica, se hace al público un cómplice del divertimento y del crimen, como ofrenda a uno de los fundamentos de la cinefilia: el espectador como vouyer.
Cecil B. Demente (Cecil B. DeMented, John Waters, 2000)
El amo del cine maloliente, John Waters, decidió abordar muy a su estilo la problemática de la realización del cine independiente, con la disparatada historia del cineasta Cecil B. Demente (Stephen Dorff), cuyo nombre es un cuestionable homenaje al legendario Cecil B. DeMille, famoso por realizar las grandes superproducciones de los inicios de Hollywood. El tal Demente, megalómano y desenfrenado, lidera a un grupo de perturbados que secuestran a una famosa actriz (Melannie Griffith) para obligarla a actuar en su película underground, con la idea de fundar un nuevo estilo cinematográfico cuya clave es la realidad llevada al extremo.
Waters se regodea en sus locuras y transmite toda su mala leche en un relato divertido y sarcástico, que logra echar a la hoguera las ñoñerías de una industria como la de Hollywood, presa de la frivolidad y la monotonía creativa. Así, la actriz secuestrada que en un principio se resiste a las intenciones de Demente y sus secuaces, termina convenciéndose del sentido de luchar contra el establishment. Y aquí cobra significado la participación en el filme de Patricia Hearst, nieta del legendario magnate William Randolph Hearst, cuya vida inspiró a Orson Welles para Ciudadano Kane. Patricia, rica heredera en su juventud, fue secuestrada por un grupo terrorista en los años setenta, pero al cabo de un tiempo, terminó uniéndose a estos.
Boogie Nights (Paul Thomas Anderson, 1997)
Difícil brindar una catálogo del cine dentro del cine sin considerar el género porno. Uno de sus ejemplos más acabados que Boogie Nights, del apreciable director Paul Thomas Anderson, quien narra la historia de Eddie Adams (Mark Wahlberg), un muchacho con atributos superdotados en plena era de las discotecas setenteras que pasa de ser un don nadie a ser una estrella del cine XXX.
Junto a ellos, se suma una troupé de actores que subieron de nivel con este filme: entre ellos la guapa Julianne Moore, John C. Reilly, Phillip Seymour Hoffman o William H. Macy, apadrinados por el otrora símbolo sexual Burt Reynolds. El tono del relato es un coctel de diversión, emotividad y dramatismo que toma con firmeza el pulso de una época y, sobre todo, la noción de que frente y fuera de las cámaras, todos son simples humanos inmersos en sus torbellinos privados.
Ed Wood (Dir: Tim Burton. 1994)
Una de las películas que le permitieron ascender al rango de genio a Tim Burton, donde se cuenta la descabellada e inspiradora vida del llamado “peor director de cine de la historia”, Ed Wood. A estas alturas, tal vez no sea el peor (créanme que hay varios ejemplos que lo superan), pero al menos es el más famoso de entre los malos.
La cinta hace un retrato cómico-patético de los rodajes de bajísimo presupuesto, donde figura una constelación de bichos raros y glorias en decadencia que rodean a Ed Wood, personificado por Johnny Depp. Es de llamar especialmente la atención la presencia de Sarah Jessica Parker en el papel de la actrizucha Dolores Fuller; Martín Landau quien encarna a un decrépito Bela Lugosi, apagada estrella del cine de horror al borde de la muerte, y finalmente Vincent D’Onofrio, quien realiza una pequeña pero luminosa aparición como Orson Welles.
Cazador blanco, corazón negro (White Hunter Black Heart, Dir Clint Eastwood, 1990)
El placer de escrutar los secretos de un rodaje, en especial de alguno mítico por su significado como obra cinematográfica y por el peso de sus figuras, ha tentado a varios directores. Clint Eastwood se aventuró a hacerlo con respecto al clásico del director John Huston, La Reina Africana, de 1951, que estelarizaron Humprhey Bogart y Katharine Hepburn, con locaciones en el Congo y Uganda, sobre una curiosa pareja que intenta sabotear una embarcación enemiga durante la Segunda Guerra Mundial.
El filme está basado en una novela de Peter Viertel, coguionista del filme de Huston, quien es encarnado por el mismo Eastwood bajo el nombre de John Wilson. Así se narra la aventura que rodeó a la filmación, a partir de la obsesión del director estadounidense de cazar un elefante por encima de realizar la película, si bien el devenir de los hechos hacen que centre su interés en la realidad africana y en los acontecimientos que, sobre su egocentrismo, reviven su sensibilidad como creador y como ser humano.
La rosa púrpura de El Cairo (The Purple Rose of Cairo, Dir. Woody Allen, 1985)
Se trata de una de las grandes películas de Woody Allen, además de ser una de las que más se alejan de su reiterada atmósfera de la ciudad contemporánea y sus sofisticados habitantes. Situada en la época de la depresión en Estados Unidos, al inicio de los años treintas, La rosa púrpura de El Cairo es además un bello homenaje al cine.
Esta es la historia de la mesera Cecilia (Mia Farrow) cuya miserable vida al lado de su tiránico marido desempleado sólo encuentra sosiego en la sala de cine, donde evade todos sus problemas. Por eso ve una y otra vez un filme de aventuras, precisamente La Rosa Púrpura de El Cairo. Su constante presencia mágicamente interesa al personaje de la película, el explorador Tom Baxter (Jeff Daniels) quien se sale de la pantalla para vivir un tierno y divertido romance con la mujer. Los universos de la realidad y la fantasía se mezclan en un ingenioso juego metafórico sobre el cine y su naturaleza catártica.
continuará…