Por Ali López

Mientras el místico médico marveliano, Dr. Strange, invoca un hoyo negro que absorbe todos los estrenos cinematográficos del país; dos aventuradas, y poco aventureras, comedias mexicanas salen a las marquesinas buscando al público poco complaciente, y nada complacido, que pasa de largo de los cómics llevados al cine.

Por un lado “El Jeremias” (Anwar Safa|México|2015) cinta ganadora de 1 Ariel (para el actor protagonista, Martín Castro) y que apuesta por un tono familiar, rural en ciertos aspectos, y menos delimitado en sus aspectos económicos y socioculturales. Pues del otro lado está “La vida inmoral de la pareja ideal” (Manolo Caro|México|2016), cinta hecha desde la clase media alta, justo para la clase media alta; capitalina, en búsqueda de un público adulto, open mind, para los términos puritanos de dicho sector social, y sobre todo ensimismado en la educación visual de los 90.

“El Jeremias” nos cuenta la historia de un niño genio que nace y crece en el ambiente equivocado; tratado como tonto, como gallina de los huevos de oro, y como bicho raro, Jeremías no tiene más remedio que adaptarse a las circunstancias; sin embargo, un doctor capitalino, especialista en niños con IQ elevado, parece interesado en llevar a Jeremias al sitio que le pertenece; pero recordemos, nada es lo que parece.

“La vida inmoral de la pareja ideal” nos cuenta la historia de dos adultos jóvenes que se reencuentran, tras 25 años, después de su tórrido romance juvenil. La mentira, una constante en su vida, se hace presente en ese momento, ahora, mientras los recuerdos afloran (y desfloran) tendrán que hacer todo lo posible por mantener el enredo anudado y que el otro no gane el tira y afloje sentimental.

El humor en ambas películas se concentra en la censura social mexicana; mientras al Jeremías los censuran por listo, a la pareja ideal la tachan de inmorales. Ambas críticas duelen y emocionan, sobre todo la de la cinta de Safa, que chiste tras chiste se vuelve más  certera y quisquillosa; hace reírnos y cuestionarnos. En el otro lado es el retrato fársico de la gente bonita que oculta sus orgasmos bajo las máscaras de lo santo; hace reír pero no tanto; porque Caro cae en el panfleto, en la musicalización excesiva y en la prostitución del chiste. Por supuesto, y es de aceptarse, que la segunda cinta contiene personajes más redondos, poco menos estereotipados, y que en lo que refiere al tiempo actual de la cinta, la química funciona.

Pero en ambas películas hay un problema latente, la autocensura.

“La vida inmoral de la pareja ideal” hace gala de la palabra mocho (o mocha) pues corta todos sus encuadres para no mostrar más de lo que las buenas conciencias dictan. Pervierte el cuerpo humano y lo cyborgriza (como señalaría Nahief Yeya) volviéndolo sólo partes carnales de un rompecabezas que vamos armando con nuestra mente. Por no enseñar devela la falta de tacto que hay hacia el desnudo (no vaya a ser que no vuelvan a contratar a la actriz, o que van a decir de ella) y que seguimos vendiendo y comprando pornografía simplista en vez de una estética erótica que llenaría las mentes y la pupila.

“El Jeremías” se contradice en su mensaje, mientras la primera parte de la cinta hiere la llaga de México y sus mexicanos, al final rectifica la idea de que sólo besos de mamá pueden sanar esa herida abierta. El pobre bueno y el rico malo, el eterno Pedro Infante cantando su amor y su dolor cerveza en mano (por lo menos ahora son The Doors a trombón e Isela Vega el oráculo). Pero la cinta se denigra para sí misma, y lo que pudo ser perfecto termina por ser mediano.

¿Vale la pena ver las películas? Claro, sobresalen más allá de lo comercial mexicano (ya no manchen Fridas); y por lo mismo deberíamos exigirles dar ese paso, pues no hay que saltar la línea, basta con hacerla a un lado.