El movimiento y la persistencia del error, germen del cine

Por Mariana Carbajal

En la infancia del cine un niño vio la imagen de un ave posada en una rama, con un pase mágico y ante sus ojos bien abiertos lo que era una cosa se transforma en otra. En acto cruel, el ave ahora está enjaulada entre las manos del prestidigitador.

En la infancia del cine estaba el taumatropo, juguete germen de la imagen en movimiento, producto de un accidente de ilusión óptica que inspiró a otros, que emocionados como niños corrieron a sus casas a diseñar variantes como el fenaquitoscopio en 1832, el zoótropo en 1834 o el praxinoscopio en 1877.

Por la rendija del aparato y al dar vuelta a su rotor, una pareja de repente comenzaba un baile, el caballo iniciaba el galope con la crin al viento y el ave, plegaba sus alas para emprender el vuelo, ante este maravilloso movimiento un ojo bien abierto, espía emocionado, creyó en la magia: la semilla de una idea se plantó en la imaginación de Europa.

Aunque ahora parezca algo pueril, estos dibujos animados no eran poca cosa para la curiosidad de los hombres del siglo XVII, el fenómeno intrigó a magos y científicos, la naturaleza de esta ilusión óptica afectó de tal forma que se emprendieron estudios y experimentos para desentrañar el prodigio.

Román Gubern, en “Historia del cine”, de 1969, menciona a Peter Mark Roget como uno de los primeros que se aventuraron para responder el fenómeno visual, de hecho, afirma que su investigación es determinante para entender la percepción del movimiento en el cine. 

El 9 de diciembre de 1824, Roget envió a la Royal Society un documento que se llama “Explicación de una ilusión óptica en la apariencia de los radios de una rueda al ser vista a través de mirillas verticales”, el cual fue publicado al siguiente año, producido por la mera observación de lo que su no muy ingenioso título revela.

Sin embargo, el camino apenas iniciaba, otros interesados en las ilusiones, como el curioso Joseph Plateau, que navegó entre los recovecos de la visión, tratando de dilucidar el efecto del color en la retina y la distorsión de las imágenes en movimiento, inventa el fenaquitospio, derivado de sus estudios y el trabajo de Roget.

Según George Sadoul, este invento y las indagaciones de Plateau dieron entrada a una noción muy chic para la época, que ha acompañado a la historia del cine hasta nuestros días: la persistencia retiniana.

Este concepto fue acuñado para explicar cómo percibimos el movimiento en una secuencia de dibujos, y se define como un fenómeno visual, por el cual una imagen permanece en la retina una décima de segundo antes de desaparecer por completo, lo que permite que la siguiente se encabalgue con la primera y de esta forma, se observe la animación.

Mientras los creadores de estos juguetes y demás observadores se debatían en el concepto de la persistencia y la ilusión de movimiento, un invento fundamental para avivar el debate se desarrollaba en el taller del francés Joseph-Nicéphore Niépce, el daguerrotipo[1].

La fotografía o al menos para no ser anacrónicos, el daguerrotipo, por sí mismo, fue el último grito de la moda, pasar del dibujo a la imagen realista fijada en celuloide fue la gran cosa. La gente casi no lo creía, mirar algo tan vívido era alucinante. El daguerrotipo abrió las puertas de la creatividad y permitió que nuevas ideas se lanzaran al mundo para contribuir a la credibilidad de la persistencia retiniana, una de ellas fue la de Frederick A. Talbot.

Según Talbot, el ojo ve como una cámara fotográfica y un defecto en el globo ocular nos permite retener la imagen una décima de segundo en la retina, para él el iris era el obturador y la retina el celuloide, lo que como facsímil no es tan descabellado, pero estaba muy lejos de entender la visión. Hasta el momento la credibilidad de la persistencia retiniana se vale de estas ideas, de estas estimaciones.

A través de la historia no es una sola persona la que instaura las grandes ideas, ninguno está totalmente aislado, incluso es un tanto confortante saber que los engranes de la mente de muchos hombre giraron en sincronía para asentar un concepto al que muchos agradecen la naturaleza del cine y citan en sus libros.

Desde 1850 los estudios de la fisiología se desarrollaron a pasos agigantados y fuera de los reflectores, por eso el cine no se enteró de nada

Sin embargo, la persistencia retiniana, la idea de que nuestra retina conserva una imagen para empalmarla con la siguiente es tan real como la generación espontanea.

¿Qué puedo decir? Yo también viví engañada mucho tiempo, también creí que la tierra era plana.

Según Joseph y Barbara Anderson en “The myth of persistence of vision revisited”, de 1993, si el principio de la persistencia retiniana fuera veraz, si la retina retuviera una imagen tras otra, nuestra vista sería algo parecido a un cuadro de Marcel Duchamp titulado “Nu descendant un escalier nº2”, de 1912. Girar el rostro significaría ver una hilera de siluetas o sombras sin sentido, una encima de la otra como una pila de cartas.

Imaginemos esos tiempos de taumatopos, fenaquitoscopios, daguerrotipos y el kinetoscopio de William Kennedy Laurie Dickson, hasta el cinematógrafo de los Lumière, imaginemos la sorpresa y el deleite de los jóvenes observadores que no daban crédito a lo que veían, desde esos tiempo ajetreados de nuevos descubrimientos hasta la fecha, y revisen, en libros como el de Roman Gubern, “Historia del Cine” de 1969 hasta “Guía para los animados” de Guadalupe Sánchez de 2011, se acredita la persistencia retiniana.

Y no es que se empeñaran en preservar un error, sólo ignoraban unas cuantas cosas, pero ¿qué nos dice esto de nuestros conceptos? ¿Son producto de un concurso de popularidad? ¿Tantos pueden estar equivocados por tanto tiempo? ¿Gana quien haya dado una explicación sencilla apta para el consumo de masas?

En algún momento el ojo humano dejó de ser interesante para el cine, se dio por hecho que la persistencia retiniana explicaba la percepción del movimiento cinematográfico, se validaron los estudios de Roget y Plateau y se olvidó reactualizarlos.

Se puede argumentar con lógica que en los tiempos en que se acuñó el término poco sabían sobre la fisiología del ojo humano, sobre la complejidad de la luz y los receptores lumínicos que nadan en nuestro ojo, conocidos como conos y bastones, y sí, es cierto, ni idea se tenía, pero qué me dice de un personaje llamado Max Wertheimer que desde 1912 en “Experimental studies of seeing motion” refuta la idea del after image, es decir, la imagen retenida, además realizó un serie de experimentos para ponerla a prueba y aunque no reveló cómo vemos, sí determinó que la persistencia no explica la percepción del movimiento, por lo que era necesario entender qué sucedía detrás de la retina.

Hasta esos momentos, la persistencia retiniana sólo tomaba en cuenta una zona del globo ocular, que aunque tiene similitudes al funcionamiento de una cámara fotográfica, no contiene ningún tipo de celuloide, ni proceso de fijación. Además, un factor determinante se estaba dejando de lado, más allá de la anatomía de nuestras ventanas al mundo.

En 1915, el psicólogo Hugo Munsterberg vislumbró una teoría que se acercaba a la verdadera naturaleza de la percepción del movimiento. Él creía que se basaba en los vacíos entre imagen e imagen y que no quedan impresas en la retina, la estimulan, sí, pero nuestra mente hace el trabajo y descifra el movimiento, es decir, que el cerebro se encarga de atar los cabos, lo que, claro, le llevó a concluir que la percepción del movimiento es cognitiva.

Munsterberg sabía que era necesaria la experimentación, pero a la muerte poco le importa el camino emprendido por un gran descubrimiento, así que sus estudios sobre la percepción del movimiento se quedaron a empolvarse en los anaqueles.

Poco a poco, ya instaurado el reino del cine, la explicación de la visión ya no era necesaria, no importó que por otro lado los estudios de la fisiología se fueran desarrollando.

Todavía más increíble es saber que sólo por mencionar un nombre entre decenas, en el campo de la optometría, Hermann Ludwig Ferdinand von Helmholtz inventó en 1850 el oftalmómetro, un dispositivo que le permitió medir la curvatura corneal y observar el interior del globo ocular para buscar malformaciones.

Este dispositivo fue el inicio de los estudios del ojo humano, hasta que Livingstone y Hubel en su artículo “Psychophysical evidence for separate channels for the perception of form, color, movement, and depth”, publicado en 1987  descubrieron los dos sistemas anatómicos que nos permiten ver, les llamaron el sistema magno y parvo, debido al tipo de células que se encuentran en el núcleo geniculado lateral que se encuentra en el tálamo y es el centro del procesamiento primario de la información que recibe la retina, pero bueno, es otra larga y bella historia que amerita una clase magna de fisiología.

Podemos decir que desde 1850 los estudios de la fisiología se desarrollaron a pasos agigantados y fuera de los reflectores, por eso el cine no se enteró de nada, y aunque Livingstone y Hubel explicaron recientemente a detalle el proceso de nuestra visión, la persistencia ya había sido descartada.

Otro de los huecos en el concepto de la persistencia retiniana, es que se basó en explicar cómo entendemos el paso de una imagen tras otra, un fotograma tras otro, pero el mundo no lo vemos así.

El mundo del día a día no se divide en fotogramas, por qué habría de explicar la persistencia retiniana cómo vemos el cine si no explica cómo percibimos el movimiento, no explica cómo percibimos la luz, código clave de la visión.

Ver el movimiento es más complejo de lo que la persistencia plantea, va más allá de lo cualquiera imagina, porque ver es algo así como una ola de luz que encalla en el nervio óptico, que estimula nuestro cerebro a descifrar códigos de color, profundidad y movimiento.

 Por eso aún se realizan estudios y se analizan patologías de la visión que nos ayudan a entender qué sucede en nuestro cerebro, una de ellas, la acinetopsia, que consiste en la incapacidad para percibir el movimiento, fue esclarecedora para entender que la visión no está determinada por un solo factor, sino que es la obra de una orquesta.

Las personas que sufren acinetopsia o ceguera del movimiento, ya sea por una lesión o infarto cerebral, sólo perciben las imágenes estáticas, una tras otra, un carro en movimiento es percibido como varios de ellos en hilera o a veces no ven ese tránsito, sólo el inicio del desplazamiento o el final; estas personas tampoco pueden ver cómo cambian las expresiones faciales o corre una mascota, y a pesar que la retina se encuentra en perfectas condiciones, no pueden ver una película.

Aunque la persistencia retiniana no es la explicación de cómo vemos el movimiento, no podemos dejar de lado que forma parte de la historia del cine, hay algo de melancólico en este desengaño, hay algo de decepcionante haber creído en ella y saber que era una falacia, producto simplemente de una falta de conocimiento anatómico, de la pereza, del poco interés científico de cineastas y sobre todo, por la incapacidad de mirar hacia otras áreas del conocimiento.

Así como un día la tierra fue plana y centro del universo, o los planetas navegaban en el éter, o en el sistema solar orbitaban nueve planetas, o existieron tres estados de agregación de la materia, un día la persistencia retiniana explicó un fenómeno maravilloso de la ilusión óptica para que todos pudieran entenderlo.

Supongo que hay que decirle adiós a esta persistencia, guardarle un lugar especial en el museo del cine, y sobre todo, abrir nuestra mente y maravillarnos ante la verdadera naturaleza de la visión, y como lo ha demostrado la historia de las ideas, ni todo es lo que parece, ni lo que es verdad hoy será verdad mañana.

NOTAS

[1] El litógrafo, Niepce, obtuvo algunas pre fotografías en 1816 aunque la primera de la historia conservada en un museo es de 1822. En el 29 Niépce se asocia con Daguerre y juntos desarrollan la fotografía, la cual se hace del conocimiento público en 1839, seis años después de la muerte de Niepce, con el nombre de daguerrotipo, del cual se deriva el kinetoscopio y posteriormente el cinematógrafo.