Por Pedro Paunero

En espera de la nueva versión para el cine de “Asesinato en el Expreso de Oriente”, la afamada y justamente celebrada novela de Agatha Christie, por parte del versátil Kenneth Branagh, repasamos en esta lista algunos títulos que involucren al tren y, sobre todo, al misterio, la trama policiaca y el suspense a bordo de este medio de transporte, tan cinematográfico como popular.

Es imposible que, tanto el Maestro del Suspenso, el gran Alfred Hitchcock, como otra de las grandes autoras, Patricia Highsmith, no acaparen la lista, y que no sólo el atildado Hércules Poirot y sus “pequeñas células grises”, siempre puestas a trabajar al máximo, la más famosa de las creaciones de la autora británica, sino la otra de sus queridas detectives (en este caso, la que encarna al mejor ejemplo del detective aficionado de la literatura), la anciana Miss Marple, capaz de dar en el clavo mientras hace calceta, también aparezca en el listado. Y, aunque no son los únicos detectives producto de la ágil mente de Agatha Christie –recordemos a Parker Pyne, protagonista de la novela “Parker Pyne investiga”, publicada en 1934; al matrimonio de investigadores Tommy y Tuppence Beresford, protagonistas en “Matrimonio de sabuesos”, publicada en 1929; a Ariadne Oliver, ayudante de Poirot y escritora de libros de misterio, que brilla por sí misma en “Cartas sobre la mesa”, de 1936 y al místico Harley Quin, inspirado en el Arlequín de la “Commedia dell´arte” italiana, personaje de la más inusual serie de cuentos de la autora: “El enigmático señor Quin” y protagonista de la primera película basada en una historia escrita por ella, “The Passing of Mr. Quin” (Leslie S. Hiscott y Julius Hagen, 1928), aunque no aparecería con forma de libro sino hasta 1930-, sí son los que entraron con mayor profundidad en el inconsciente colectivo de los lectores.

La lista se completa con un par de cintas que, aunque penetran en las regiones más reconocibles del horror y lo sobrenatural, no dejan de lado la trama criminal y de investigación haciéndolas entretenidas y todavía dignas de verse.         
 

La dama desaparece

(aka. Alarma en el expreso; The Lady Vanishes, Alfred Hithcock, 1938)

Dame May Whitty, primera actriz de cine y teatro en ser nombrada Dama Comendadora de la Orden del Imperio Británico, por servicios ofrecidos durante la Primera Guerra Mundial, interpreta a Miss Froy, una anciana amable y carismática que traba amistad con la hermosa Iris Henderson (Margaret Lockwood), a bordo de un tren que atraviesa el imaginario país de Brandiquia. Los aires de la guerra soplan y, debido al mal tiempo (una de esas tormentas que tan bien le sientan a la trama de las películas de trenes y misterio) deben hacer un alto en un pueblo perdido en la nada. A poco de abordar, Iris se percata que su nueva y simpática amiga ha desaparecido. Por supuesto, nadie parece haberla visto nunca –o todos la han conocido, pero fingen no haberlo hecho-, cuando Iris, frenética, a punto de enloquecer o de ser declarada loca, inicia la búsqueda, ayudada tan sólo por otro pasajero, un músico de nombre Gilbert (Michael Redgrave), con quien comienza un flirteo típicamente hitchcockiano con el que la trama se adereza, a la vez que ayuda a la conveniente tensión y el suspenso. Para la investigación, ambos tienen, como única pista, el nombre “Froy” que la anciana había escrito con el dedo, en el cristal con vaho de la ventanilla del vagón de pasajeros, signo relevante para la determinar la existencia de la desaparecida, y emparentado con esos Macguffins tan divertidos como secundarios en la filmografía del Maestro. Mientras la pareja inicia la investigación, el tren es desviado por una vía alterna hasta convertir, toda esta secuencia, en un decidido Western, con todo y balacera, cuando el tren es asaltado. Descubrimos, sorprendidos, la identidad de la anciana y a todo un tren atestado de espías, así como al verdadero Macguffin de la historia, una clave secreta –la cláusula de un tratado de paz-, bajo la forma de unas cuántas notas musicales. En definitiva, un Hitchcock en estado de gracia.  

El filme se basó en la novela “The Wheel Spins” (publicada en 1938) de Ethel Lina White y supuso uno de los grandes éxitos del director y el tema, sobre el personaje desaparecido, sería recuperado por Hitchcock en “La dama desaparecida” (Into Thin Air, 1955), perteneciente al 5to. capítulo de su serie televisiva . También supuso el gran trampolín del Maestro para Hollywood. Margaret Lockwood alcanzó el estrellato debido a esta película, al grado que Agatha Christie escribiría posteriormente una obra para que la interpretase, “La telaraña”, en 1954. Y, andando el tiempo, tanto Margaret como Michael Redgrave, serían reconocidos con sendos títulos de nobleza británicos. Del remake, rodado por Anthony Page en 1979 mejor no hablamos.  


Víctima de su destino

(Inner Sanctum, Lew Landers, 1948)

En un viaje en tren, un hombre misterioso (el actor Fritz Leiber, padre del escritor de ciencia ficción del mismo nombre), a quien le preguntan la hora y la dice sin necesidad de ver el reloj, no puede quitarle la vista de encima a una joven y guapa pasajera. La mujer se presenta como Mary Kembar (Eve Miller), y el hombre como el Dr. Valonius. Aunque el doctor asegura que es su primera vez en dicha ruta ferroviaria, sabe con antelación cosas como en qué momento el tren pasará por una curva pronunciada, o que la joven se herirá los dedos con una lima metálica de uñas.

Durante la conversación Mary se describe como una mujer testaruda e impulsiva que desoye cualquier tipo de advertencias. El doctor, a manera de consejo, le cuenta la historia de otra joven impulsiva, que viajaba en tren, que creía saber lo que quería, cómo obtenerlo y que también desoía cualquier advertencia que se le hiciera. En la historia del doctor, durante una breve parada, un único pasajero se apea en la estación, seguido de la muchacha que le recrimina el haberla dejado y a quien le han hecho la advertencia previa de no bajar. Ambos forcejean y la mujer muere accidentalmente al caer sobre su lima metálica de uñas. El hombre arroja el cuerpo de la mujer, apenas a tiempo, en la parte trasera del tren. Cree haberse deshecho de su víctima y haber actuado sin testigos, pero un niño, Mike Bennett (Dale Belding) que solía ir a ver los trenes en la plena oscuridad, lo descubre, mientras arrojaba lo que, para él, era un gran paquete. Le indica cómo llegar al domicilio del doctor del pueblo, pues el chico le ha tocado la mano y cree que la sangre que la empapa proviene de una herida que se ha hecho al arrojar el paquete. Mientras las lluvias desbordan el río, el redactor del periódico local, el afable y gordo McFee (Billy House), encuentra deambulando al asesino, le advierte sobre el puente cortado y le lleva a hospedarse en la pensión de Mrs. Mitchell (Nana Bryant). El imprudente criminal se presenta como Harold Dunlap (Charles Russell) quien, en casa de Mrs. Mitchell, se topará con Mike, quien tomará afecto de Dunlap al mismo tiempo que este intenta deshacerse del chico antes de que lo reconozca. Las cosas se complican cuando Ruth Bennett (Lee Patrick) madre de Mike y la bonita, y aburrida, Jean Maxwell (Mary Beth Hughes), se enamoran del carismático y servicial recién llegado. El conjunto lo completan el par de borrachines Barney (Eddie Parks) y Willie (Roscoe Ates, el tartamudo novio de una de las hermanas siamesas en la película Freaks de Tod Browning), huéspedes en la misma pensión y encargados de poner la nota cómica.

Dirigida por el prolífico Lew Landers, que en los años treinta había dirigido a Bela Lugosi y Boris Karloff, mezcla de Cine Negro con una inicial trama sobrenatural, efectiva en su sencillez y duración, anuncia el tipo de historias que compondrían la legendaria serie televisiva “Dimensión desconocida” (The Twilight Zone) de Rod Serling, una década después, aunque, sin su prólogo y su epilogo, no hubiera pasado de ser una simple película policiaca barata de la época. La película termina cuando la muchacha, a quien el enigmático Valonius ha contado la historia y advierte que no baje del tren, hace una parada en el pueblo del cuento, y divisa a Harold Dunlap en el andén.          


Pacto siniestro

(aka. Extraños en un tren, Strangers on a Train, Alfred Hitchcock, 1951)

La primera novela de Patricia Highsmith fue llevada al cine por Hitchcock tan sólo un año después de haber sido publicada. Huelga decir que así fue cómo la autora saltó a la fama. No sería la primera vez que se adaptaría al cine, aunque la versión de Hitch tendría a Raymond Chandler, como guionista ni más ni menos, ya que han sido –hasta ahora-, cuatro las veces que se vería en la pantalla. Entre las más curiosas de estas adaptaciones podemos mencionar “Bota a mamá del tren” (aka. Tira a mamá del tren, 1987), dirigida en plan de divertidísima comedia negra por Danny DeVito.

La historia contiene varios de los elementos que fascinaban al Maestro y que este volvería tópicos de su filmografía, entre estos: la confusión, la persecución, el acoso psicológico sobre el personaje, el asesinato, las sugerencias veladas sobre la homosexualidad y un loco peligroso sobre cuya indagación mental tendría en el Norman Bates de “Psicosis” (1960) a su más insigne representante.

Nos encontramos a bordo de otro tren, con un par de pasajeros, Guy Haines (Farler Granger), jugador de tenis y Bruno Anthony (Robert Walker), que pronto entablan conversación. Durante la charla surge una macabra propuesta: la de matar, cada quien, a alguien que el otro odia. Guy al padre de Bruno y Bruno a la esposa de Guy. De esta forma, las sospechas no recaerán sobre los culpables, al haber sido cometidos los crímenes por desconocidos que no tendrían ningún motivo aparente para matarlos. En este intercambio de muertes, surge el tema del asesinato perfecto, otro tópico hitchcockiano, desarrollado posteriormente en “Con M de muerte” (aka. Crimen perfecto; Dial M for Murder, 1954), que aparece aquí hasta culminar con una escena, literalmente mareante y fascinante en un carrusel.   

El tren de las 4:50

(aka. La mano asesina; Murder, She Said, George Pollock, 1961)

Basada en la novela publicada por el “Collins Crime Club” (de cuya editorial hablaremos más adelante) en noviembre de 1957, la gran Margaret Rutherford interpreta a la otra gran creación de Agatha Christie, Miss Marple, en la primera de las cuatro películas en las que George Pollock la dirigió (Las otras son: “Murder at the Gallop” (1963), “Murder Most Foul” (1964) y “Murder Ahoy!” de 1964). Pollock dirige a Rutherford de forma diestra y la actriz se encarga de sacar su papel de manera maravillos, por ejemplo, las réplicas a los diálogos hirientes que le dedican son ingeniosos y sacan la risa del espectador.  

La señorita Marple, solterona y detective aficionada, sale esta vez de su casita situada en Old Pasture Lane en el apacible pueblo de Milchester (en la novela vive en St. Mary Mead), donde se ha ocupado de resolver crímenes menores, pero no por ello menos interesantes, se dispone a leer un libro policiaco (de título más bien pulp, La muerte tiene ventanas), durante un viaje en tren cuando, por la ventanilla de su vagón, mira otro tren pasar en dirección contraria. Primero observa a un hombre que come un bocadillo mientras lee el periódico y que, enojado, le da la espalda, luego a una niña asomada por la ventanilla y que le enseña la lengua, a lo que Miss Marple responde igual y, de inmediato, el forcejeo de un par de manos enguantadas sobre el cuello de una mujer siendo estrangulada, que abren las cortinas del vagón siguiente. Obviamente, nadie ha observado nada y tampoco hay cadáver a la vista, así que, el caso que la policía atribuye tan sólo a la imaginación de una viejecita que lee baratas novelas de detectives, se recubre de un misterio más complejo que envuelve a una vieja propiedad, las de los Ackenthorpe, a la cual ingresa, asumiendo la identidad de una nueva doncella, para llevar a cabo sus pesquisas entre los hijos del viejo y gruñón padre de familia y sus hijos ávidos por la herencia.  

Las películas protagonizadas por Margaret Rutherford son adaptaciones libres de obras de Christie. Por ejemplo, la novela difiere en cuanto a quién resulta testigo del asesinato de la mujer en el tren, pues es la señora McGillicuddy quien lo presencia, y Miss Marple quien resuelve el caso, así mismo en el libro es una niñera en la casa quien mantiene al tanto a la anciana de lo que sucede dentro, de ahí el título alternativo del libro, en inglés: “What Mrs. McGillicuddy Saw!” Pero la película de Pollock es divertidísima y resulta conmovedora la actuación de Margaret Rutherford como anciana frágil que no duda en trepar muros o meterse en situaciones comprometedoras para llegar al final del misterio y su solución.

Casi treinta años después que Margaret Rutherford, la mejor Miss Marple en la pantalla, interpretaba al personaje, se hacía una buena adaptación para la T. V. por parte de la BBC: “El tren de las 4:50 de Paddington” (Agatha Christie´s, Miss Marple, 4:50 from Paddington; Martyn Friend, 1987), más apegada al original, con otra inolvidable intérprete de la investigadora, Joan Hickson, nominada dos veces al BAFTA por dicho papel, con el que entusiasmara a la Reina Isabel II, quien le concediera la Orden del Imperio Británico en 1987 por motivos de su arte ante las cámaras. Como dato curioso debemos señalar que una joven Joan Hickson, había aparecido en la película interpretada por Margaret Rutherford.

Con esa ansia estadunidense de “americanizarlo” todo, de adaptarlo a su idiosincrasia, la entrañable Miss Marple conoció una buena (y bastante popular) copia americana, en el personaje de la profesora Hildegarde Withers, creado por Stuart Palmer, e interpretado tres veces en el cine por Edna May Oliver, comenzando con “Asesinato en el acuario” (Penguin Pool Murder, 1932) dirigida por George Archainbaud para la RKO y, sin duda, la Reportera del Crimen, Jessica Beatrice Fletcher, escritora que resuelve misterios (aka. Se ha escrito un asesinato; Murder, She Wrote, CBS), interpretado por Angela Lansbury en la serie televisiva de los años ´80s y principios de los años ´90s, y creada por Peter S. Fischer, Richard Levinson y William Link, está inspirada tanto en el personaje creado por Agatha Christie como en la Christie misma como autora. 
 

Pánico en el transiberiano

(aka. Horror Express, Panic on the Trans-Siberian Express, Eugenio Martín, 1973)

“Pánico en el transiberiano”, película al estilo de las que rodaba la legendaria productora británica Hammer, es más que una película de terror. Hay aquí una historia policíaca y de misterio, aderezada con una poderosa trama lovecraftiana sostenida a lo largo del metraje y tan bien lograda que la ha convertido en uno de los títulos favoritos del tándem Cushing-Lee. Por si fuera poco, en esta coproducción hispano-británica, les hace tercera (sin demeritar a ninguno de los tres grandes actores), el calvo y duro Telly Savalas, que por entonces rodaba la legendaria serie televisiva que lo lanzó a la fama, “Kojak” y que, hablando con verdad, muere demasiado pronto en la película. Un dato triste, y poco conocido, sobre la participación de Peter Cushing en la cinta, es que este llevaba menos de un año de haber enviudado de su esposa rusa, Violet Helene Beck, y había declinado actuar en la misma, hasta que Christopher Lee lo convenció y, como buen profesional, se puso manos a la obra. Eugenio Martín -el director español que se encargó del rodaje, y que es también recordado por alguna película del género del Spaghetti Western y lo debería ser de un Noir que necesita urgente revaloración, su infravalorada “Hipnosis” (1962)- logra un resultado entretenido, a pesar del limitado presupuesto que, se llega a notar, en el barato y truculento atrezo, con varias escenas de miedo y, sobre todo, la inolvidable puesta en escena en conjunto. Una joya de culto que le debe mucho al cuento “¿Quién está ahí?” de John W. Campbell Jr. publicado con el seudónimo de Don A. Stuart en Analog Science Fiction and Fact, en agosto de 1938, en las que se basaron los clásicos “El enigma de otro mundo” (The thing from another world, 1951) de Christian Naby y el clásico del Body-Horror, “La cosa del otro mundo” (The Thing, 1982) de John Carpenter.

Es el año 1906, una década y un año antes de la Revolución Bolchevique y, a bordo del tren Transiberiano, se proponen viajar el antropólogo Alexander Saxton (Christopher Lee), con una caja en la que transporta un fósil, posiblemente el eslabón perdido, encontrado en Manchuria, que no tardará en cobrar vida y asesinar a diestra y siniestra; también viajan a bordo el doctor Wells (Peter Cushing) con quien tendrá que unir fuerzas; la sensual Silvia Tortosa como la Condesa Irina Petrovska; Telly Savalas como el salvaje Capitán Kazan de los cosacos; una especie de monje enloquecido, el Padre Pujardov, inspirado visiblemente en el histórico Rasputín (Alberto de Mendoza) que rinde pleitesía al monstruo, mientras avanzan por la frontera entre Rusia y China. La historia se desarrolla siempre en el interior de un tren que había servido para una película anterior de Martín, “El desafío de Pancho Villa” (1972), con Telly Savalas en el papel de Villa, lo que contribuye a su atmósfera de encierro y amenaza. Las víctimas de la criatura regresan a la vida, con los ojos –lentillas mediante-, completamente en blanco como zombis, mientras el tren continúa andando, la investigación continúa y el baño de gloriosa sangre artificial prosigue.  


Asesinato en el Expreso de Oriente

(aka. Asesinato en el Orient Express; Murder on the Orient Express, Sidney Lumet, 1974)

La película de Sidney Lumet, con “Muerte en el Nilo” de John Guillermin, (1979), supuso el clímax de las adaptaciones de las novelas de Agatha Christie en el cine. El libro había sido publicado por la editorial del Collins Crime Club, una extensión de la editorial escocesa Collins, especializada en novelas policiacas, apenas cuatro años después de su fundación, y supuso uno de sus éxitos de venta más notables. La editorial –que tenía, también, entre sus autores a Rex Stout, creador de Nero Wolfe-, publicaba el primer lunes de cada mes, tres nuevos títulos, e informaba a sus miembros de las novedades mediante el correo, así, correspondió al lunes primero de enero de 1934 la publicación de “Murder on the Orient Express”, hasta dar a la luz, menos seis novelas, con la producción literaria total de Agatha Christie.

La novela, que sigue fielmente la tradición británica de las Whodunit, es decir, que es sostenida a través de una trama en la que se le van dando datos al lector, para que participe activamente en la resolución del crimen, constituye uno de los paradigmas del género de la Novela Enigma y, menos de lo que parece, de una trama policiaca, en donde los representantes de la ley sólo figuran como zafios segundones en aras de hacer brillar al detective, caracterizado como un ser frío y extraordinariamente inteligente.

Es muy probable que el libro fuera escrito en la Habitación 411 del “Pera Palace Hotel” de Estambul (establecimiento que mantiene la habitación tal y como la conoció la autora en un afán turístico), tras viajar ella misma en el legendario Expreso de Oriente, cuya ruta unía París con la antigua Constantinopla, hoy Estambul, durante el apogeo de esta empresa ferroviaria y que ya había sido citado en una novela de Graham Greene, “El tren de Estambul”, publicada en 1932. Por esto, en Estados Unidos, la novela tuvo que ser titulada como “Murder in the Calais Coach”, pues en ese país la novela de Greene había sido lanzada al mercado como “Orient Express”.

Christie, ya casada en segundas nupcias con el arqueólogo Max Mallowan, ayudante de Leonard Woolley, descubridor de las tumbas reales de Ur, (aunque había mantenido el apellido de su ex esposo, el aviador Archibald Christie), había comenzado sus fascinantes viajes a países exóticos, en pos del trabajo de su marido, que le aportarían los escenarios exóticos para sus novelas.

La película de Sidney Lumet, desde el principio, se pensó como una súper producción con un elenco extraordinario, que superaría cualquier adaptación anterior de las obras de Christie, cumpliendo con su brillante slogan: “El mayor reparto de personajes sospechosos que hayan sido involucrados en un asesinato”, y estaba integrado por Albert Finney, Lauren Bacall, Martin Balsam, George Coulouris, Jean-Pierre Cassel, Ingrid Bergman, Jacqueline Bisset, Sean Connery, John Gielgud, Wendy Hiller, Anthony Perkins, Vanessa Redgrave, Rachel Roberts, Richard Widmark y Michael York entre otros. La criatura cerebral de Christie, el detective belga Hércules Poirot, que viajaba a bordo en un viaje de regreso de Mesopotamia, sería interpretada por Albert Finney.

Poirot se encuentra con un amigo, Bianchi (Martin Balsam), en el tren. Una tormenta de nieve los obliga a detenerse en algún lugar de los Balcanes cuando aparece, asesinado por doce puñaladas, el millonario americano Samuel Edward Ratchett (Richard Widmark). Poirot, Bianchi, y el Dr. Constantine (George Coulouris), unirán fuerzas para la resolución del crimen, cuyas raíces parecen remontarse a un secuestro, con cuyas escenas iniciales se abre la película, el de la niña Daisy Armstrong, inspirado claramente en el secuestro real del hijo del aviador Charles Lindbergh.

Al saberse que todos los pasajeros tienen que ver, de alguna forma u otra, con el caso Armstrong, todos son sospechosos, pero ¿quién es el verdadero culpable? ¿Será Hector McQueen (Anthony Perkins), el apocado secretario de la víctima? ¿Acaso Edward Beddoes (Sir John Gielgud), su ayuda de cámara? ¿El Coronel Arbuthnot  (Sean Connery) que viaja de vacaciones a Inglaterra? ¿Lo es alguno de los nobles, el Conde Rudolf Andrenyi (Michael York), la Princesa Natalia Dragomiroff (Wendy Hiller) o la frágil Condesa Elena Gründwald Andrenyi (Jacqueline Bisset), esposa de Andrenyi? ¿Quizá la solterona misionera Greta Ohlsson (Ingrid Bergman)? ¿O la madura Sra. Harriet Belinda Arden Hubbard (Lauren Bacall)? ¿O, por el contrario, la joven institutriz Mary Debenham (Vanessa Redgrave)?

La resolución de la investigación es magistral y asombrosa. Fascinante la determinación, y la decisión última de Poiro,t al conocer los motivos del crimen y la identidad de los asesinos. Las actuaciones son superiores. John Gielgud e Ingrid Bergman ganaron el BAFTA y la Bergman se llevó, también, el Oscar por mejor actriz de reparto. Y, aunque la novela ha sido llevada otras veces a la pantalla, contándose entre estas la interpretada por el inmejorable David Suchet como Poirot, para la serie de televisión –emitida entre 1989 a 2013-, de la productora británica Carnival Films, ninguna ha superado –hasta ahora-, esta obra maestra del policiaco en el cine.

¿Lo hará la versión de Kenneth Branagh, acaso?     

 

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.