Por Sergio Huidobro
Desde Morelia, Michoacán

Una de las ventajas mayores de un festival de cine, al menos de uno que se precie de poner atención a su curaduría, es la posibilidad de extraer lecturas de conjunto que serían imposibles cuando los filmes se ven por separado o en otras condiciones. La selección de competencia en Morelia, igual que en Cannes, Berlín, Sundance o donde se quiera, permite un diagnóstico integral que detecta síntomas en una industria, una cinematografía, una generación, etc.
Ya ayer adelantamos la preminencia de óperas primas y de primeras ficciones en la sección de ficción mexicana en el FICM de este año. En esta segunda jornada, se estrenaron dos largometrajes de directoras ya conocidas como documentalistas, nacidas en la ciudad de México con apenas dos años de diferencia, y que en sus primeras ficciones construyen sendos relatos sobre la experiencia (y dignidad) de lo femenino. El paralelo termina ahí: “Esa era Dania” de Daniela Ludlow y “Todo lo demás” de Natalia Almada no podrían, por otra parte, ser más distintas entre sí.

La película de Ludlow deja bien claro, desde antes de empezar, que a su cámara la mueve el ímpetu generacional: los créditos iniciales aparecen simulando una conversación de WhatsApp y los primeros minutos simulan la pantalla vertical de un teléfono grabando video. Que de ahí en adelante sea capaz de construir un drama y un personaje más o menos universales, no es mérito menor. “Esa era Dania” es el perfil de la muchacha del título, una adolescente embarazada en la preparatoria y emocionalmente incapacitada para cuidar de su hija tanto como de ella misma.

Para ponerse a salvo de ser un melodrama aleccionador sobre la condición “nini”, la idiosincrasia milennial o sobre cualquier tópico, Ludlow intenta un ejercicio interesante: intercalar pasajes de autoficción donde Dania interpreta escenas de su propio pasado, con otras donde ella misma, desde el presente, comenta sus recuerdos, o la escenificación de los mismos, mientras los ve en una pantalla. Lo que ocurre en esta puesta en abismo empieza a ser tan interesante como aquello que la circunda. La protagonista resulta ser sobrina de la directora, y la veracidad de lo relatado comienza a tejerse con la inevitable ambigüedad del ejercicio. ¿Debió “Esa era Dania” competir como ficción o como documental? En las discusiones que detone la pregunta estará su mayor acierto.

En otro registro, “Todo lo demás” aparece firmada como una película de Natalia Almada, pero la cinta le pertenece por derecho propio a su protagonista, Adriana Barraza. En un libreto que parece escrito para ella, interpreta a la empleada de una raquítica oficina de gobierno encargada de revisar documentaciones. Sus días se van en esa tarea anodina y solo se interrumpen para pintarse los labios, viajar en metro o cuidar a su gato, que parece ser su único compañero de vida. En el fondo se intuye un pasado traumático, un voto de silencio, una aversión al agua, un ascetismo que nunca llegamos a comprender del todo. Es un drama que parece feminista pero que al momento de hablar claro, se muestra tan apático y reprimido como su protagonista.

No es grato entregarse a una película que obliga a ser leída entre líneas cuando las líneas tienen poco que decir. En el programa de mano, la cineasta invoca a Hannah Arendt e invita a reconocer, en lo que vemos, la huella indeleble del pensamiento de la teórica alemana. Me encanta Arendt, pero agradecería más que la propia Almada y su actriz digan lo que tengan que decir, sin intermediarios académicos. Lo que eleva a “Todo lo demás” es la espléndida y minuciosa fotografía de Lorenzo Hagerman y el delicado diseño sonoro. Con todas las posibilidades que tiene por explorar, paso casi dos horas deseando que la humanidad de su relato alcance el nivel de su factura, pero ese momento no llega. Al final queda el recuerdo de una Adriana Barraza inmensa, plena de matices y claroscuros, que se ve obligada a navegar en un guión que nunca termina de ponerse a su altura.