Sergio Huidobro
Desde Morelia
En algún momentos de las décadas siguientes, tendremos que caer en cuenta de en qué medida nos hemos apropiado de la Anatolia de Nuri Bilge Ceylan, o ella de nosotros. Uno puede pedirle a los amigos que imagen una Praga que no sea la de Kafka o un París que no venga de las fotografías de Bresson, solo para contemplar sus esfuerzos inútiles; así, en el futuro, cuando alguien diga Anatolia, va a ser un desafío encontrar una imagen o una sensación en la memoria que no vengan del cine de Ceylan.
El dilatado transcurso de un invierno en esta región del centro de Turquía es, a grandes rasgos, lo que nos cuenta “Sueño de invierno” (2014), Palma de Oro del reciente Festival de Cannes e integrante del programa de estrenos internacionales del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM). Como nunca antes en su ya prolongada obra, Ceylan decidió poner a prueba nuestra noción del tiempo, contrastándola con el ritmo imprescindible para su relato: el corte final roza los 200 minutos de duración.
El elemento a destacar no es la duración, sino el ritmo sostenido con el que el cineasta toma las riendas de un relato sosegado, palpitante, silencioso y por momentos casi imperceptible. Las líneas argumentales son tenues: por un lado, un matrimonio de edades desiguales regentea un hotel de paso en medio de las abruptas estepas turcas. Con ellos vive la hermana de Aydin, el marido, a su vez un antiguo actor y columnista para un diminuto diario de provincia. Lleva tanto tiempo afirmando que escribirá un libro fundamental (“La historia del teatro turco”) que ya ha tardado más en proyectarlo que lo que le habría tomado escribirlo. Por otro lado, se desarrolla un drama apenas sugerido entre los inquilinos de una propiedad de Aydin. Se trata de dos hermanos, de los cuales uno es un predicador religioso que no hace mucho dejó la prisión.
Sin nombrarlos nunca, sin exhibirlos, Ceylan se toma más de tres horas en dibujar con líneas finas una serie de temas y argumentos ligados con el pasado, la memoria, el mal y la necesidad del perdón. Al mismo tiempo, recorremos un fresco de situaciones, conversaciones íntimas, pausas y momentos evanescentes que exploran la psicología de lo femenino en la Turquía contemporánea. No sé a ciencia cierta que se necesita para que un entorno radicalmente ajeno se nos vuelva familiar, pero “Sueño de invierno” lo logra: podemos sentir el calor de las frazadas y la crudeza del viento en la nariz, la luz de las velas y el crujido de la madera. En esto hay una pericia que va más allá de lo técnico, que no se explica por el diseño de producción.
Hace tiempo ya que le perdimos el respeto a calificativos como “obra maestra” u “obra de arte”; los usamos unas cinco veces en cada festival, desvirtuándolos. Por eso habría que evitar colgárselos a este nueva película de Ceylan. Mejor dejar constancia de la endiablada pericia formal que exhibe “Sueño de invierno”, al dejarnos los ojos clavados en la pantalla y el alma aferrada a la suya sin que opongamos resistencia alguna. Triste, silenciosa, honda, exigente y plena de una suerte de esperanza agria o resignada, esta es una de las mejores películas de este año y de varios más.