Por Jon Apalooza
Noticine-CorreCamara.com
Editor cinematográfico en su país, la Argentina, Pablo Giorgelli tardó bastante tiempo en dar con la historia correcta para iniciar su andadura como realizador, “Las acacias”. Sin embargo, la espera ha dado muy buenos frutos: Una Cámara de Oro en Cannes este mismo año y hace pocos días el Premio Horizontes, dotado con cerca de 50 000 dólares, en el Festival de San Sebastián. Ahora mismo concursa de nuevo en el geográficamente próximo certamen vasco-francés de Biarritz, con esta emotiva historia sobre un camionero, una mujer y su bebé, que se desarrolla casi íntegramente en la cabina de un camión de gran tonelaje cargado de madera de acacias.
– Resúmane “Las acacias”.
Cuenta la historia de un viaje, desde Asunción del Paraguay hasta Buenos Aires, y en ese viaje en camión, Rubén, el conductor, parco y solitario, debe llevar a una mujer, Jacinta, que va con su pequeña bebé de cinco meses en busca de una vida mejor en la Argentina. En la película cuento la relación que se va dando entre ellos tres en ese viaje de 1500 kilómetros, casi un día y medio, a bordo de este camión viejo. Es una película que habla de la paternidad, de la dificultad para comunicarse con los demás, de la soledad… y también de la posibilidad de renacer, de transformarse, que hay en cada uno de nosotros.
– ¿Cuál fue el origen, la inspiración para su guión?
Fue un proceso. Al principio no lo tenía claro. La idea viene -me di cuenta después- de un momento de crisis personal, con varios temas que me cayeron al mismo tiempo, cuando enfermó mi padre, que luego murió, también crisis con mi propia paternidad, crisis laboral, me separé… Todo al mismo tiempo. Y de esa época de crisis surgieron las primeras ideas. Primero eran reflexiones sobre este asunto de la soledad que sentia en ese momento, que no sabía qué hacer… Y lentamente se fue transformando en esta historia. En un momento empecé a pensar en este hombre, en hablar de la paternidad. Me pregunté que qué podía hacer, y pensé en que fuera camionero. Luego, en un viaje, una imagen que siempre recuerdo, de una mujer sola, esperando en la ruta con muchos bolsos. Yo estaba sentado tomando un café y la miraba. Pasó mucho tiempo y nadie vino. Fue una imagen muy bella y conmovedora… Ahí empieza a aparecer la idea de que podía ser un camionero, como personaje que vehiculiza la historia. El trabajo del camionero es solitario, duro, difícil… Y luego fue un proceso de años. Me tomó seis años hacer la película.
– Filmar una historia así no debe ser sencillo…
El rodaje fue muy complicado. La película luce muy simple y austera, pero resultó difícil y complicado lograr todo eso, porque atrás de esa cabina en movimiento hay una parafernalia bastante grande de camiones, gente, equipo técnico, todos en movimiento, por las rutas, todo el tiempo… Ya el hecho de filmar en movimiento es muy complicado, por las condiciones climáticas, y después hay un bebé el 80% de la película. Eso era una complicación extra. ¡Hasta perro hay en la película! Todo lo que se dice que no debe hacerse lo hicimos (ríe). No por una cuestión caprichosa, sino que era esencial para contarla. Pero fue muy difícil de hacer y tuvimos que tener una planificación muy precisa y fuimos a rodar con un plan muy concreto. Creo que eso fue la clave para que salieran bien las cosas. Rodamos sólo cinco semanas, que no es mucho: una semana y media en la frontera entre Asunción y Clorinda, entre Paraguay y Argentina, otro tercio a mitad de camino, y el último en Buenos Aires.
– El viaje siempre se usa como metáfora de la transformación de las personas…
Claro. El viaje es como el reflejo exterior de un viaje interior. Es la mejor metáfora para contar esa transformación del personaje. Es el tema de la película, lo que me interesaba. Cuando apareció la idea de que fuera camionero y que hicieran un viaje… enseguida me empezó a cerrar todo; incluso visualmente. Ves todo el tiempo desde el interior de la cabina esos paisajes y esos fondos y ese camino que va avanzando, pero también por el espejo retrovisor lo que va quedando atrás. El que eras antes y el que vas a ser.
– ¿Y cuál será su siguiente proyecto?
Antes de hacer esta película, unos 8-10 años atrás, yo estaba escribiendo otro guión, un poco inspirado en mi abuela, sobre una familia italiana en el barrio de La Boca, en Buenos Aires, y siempre pensé que esa iba a ser mi primera película hasta que me agarró la crisis que te conté antes. Y ahí dejé aquella historia y empecé esta. Probablemente ahora la retome. Tengo algunas cosas desarrolladas pero todavía está en etapa embrionaria. Ahora cuando termine este recorrido que estamos haciendo por el mundo con “Las acacias” y vuelva a casa, probablemente me ponga a trabajar en ello. Es una película también personal, de relaciones familiares, que por ahora se llama “Mi abuela Julia”.
– El de San Sebastián es el segundo premio importante internacional que recibe, tras la Cámara de Oro, el galardón a mejor opera prima, en Cannes.
Sí, así es y estoy muy feliz. Esta es mi primera película y Cannes fue mi primer festival. San Sebastián ha sido el quinto y ahora Biarritz el sexto. Para mí es todo muy nuevo y estoy un poco entendiendo cómo funciona esto… También estuvo presente en algunos festivales de América Latina, en Lima y Asunción, también en Sarajevo, en un festival muy lindo. Tenía una grandísima expectativa en San Sebastián, primero porque España siempre ha sido un país muy cercano y tengo un coproductor español de la película. En general ha sido en todas partes muy bien recibida por la crítica y el público, pero cada vez que estás en un lugar nuevo es empezar de cero. Siempre tenés la intriga de cómo funcionará…