James Gandolfini. Eternamente Tony Soprano.

Por Lorena Loeza

El pasado 19 de junio de 2013, perdimos a uno de los actores más famosos e importantes de nuestros tiempos. James Joseph Gandolfini fallece a los 51 años víctima de un infarto, cuando se encontraba en Italia para participar en el Festival de Cine de Taorminia.

Gandolfini participó en cerca de 54 películas como actor y en tres documentales como productor. Sin embargo, el mayor éxito de su carrera se lo debe a la serie de televisión “Los Sopranos”, en donde llevaba el rol principal. En total, su participación en la serie le hizo ganar un Globo de Oro,  tres premios Emmy y cinco premios del Sindicato de Actores. Como productor ganó un premio Emmy  por el documental  “Wartorn 1861-2010” que aborda el tema del  trastorno de stress postraumático en los excombatientes norteamericanos.

Y no es que no haya tenido oportunidad de participar en proyectos interesantes o no le hayan confiado un estelar a la altura de su categoría. Al parecer, Gandolfini no había encontrado ese personaje hecho a la medida con el que todo actor sueña y que en ocasiones tarda en aparecer para algunos, o se pierde por siempre en las negociaciones para otros.

Gandolfini, en su personificación de Tony Soprano, logra ubicarse, como la nueva figura del mafioso en el imaginario colectivo

Gandolfini, en su personificación de Tony Soprano, logra ubicarse, como la nueva figura del mafioso en el imaginario colectivo para este siglo XXI.  Si bien la mafia en el cine tenía estructuras fácilmente identificables, lo relevante es que nunca antes de “Los Soprano” un capo se había parecido tanto a nosotros. La mafia italiana tiene referentes cinematográficos en cintas que son auténticos clásicos de todos los tiempos: “El Padrino” (1972) y sus secuelas, “Caracortada” (1983), “Buenos Muchachos” (1984), “Carlitos Way” (1993) entre algunas otras. Estas cintas construyeron los paradigmas del género en términos de guion y estructura narrativa y también afianzaron a actores como Marlon Brando, Al Pacino, Robert de Niro y Ray Liotta como la personificación del estereotipo del mafioso que se volvió modelo a seguir – y hasta cliché- en muchas películas filmadas en torno al tema.

Curiosamente en televisión, los temas acerca de la mafia encuentran su mejor expresión en el héroe policiaco, específicamente en la figura de Elliot Ness y “Los Intocables”. En la serie el personaje del mafioso no es muy distinto al que vemos en el cine: una curiosa mezcla de cinismo, refinamiento y sangre fría. Una figura que acaba por ser empática para la audiencia, debido a que cuenta historias en donde hay “familias”, códigos de honor y lealtad a toda prueba.

El mafioso así presentado no es como cualquier otro delincuente. Es la mejor expresión de lo que es la industria del crimen: una organización con códigos y procedimientos, con imagen corporativa y escala de valores.

Estos sofisticados antihéroes viven sus vidas en los años 30 en medio del glamour, la ambición y la familia. Y este paradigma podría ser severamente cuestionado en el mundo actual donde ya no hay restricción a la venta de alcohol, y todos estamos conectados a las redes globales; si no fuera porque  el crimen sigue existiendo gracias al tráfico de otras drogas y a que la violencia sigue presente en un mundo donde el delito existe y sigue estando organizado.

Es ahí donde “Los Sopranos” y en especial Gandolfini encuentran su mejor oportunidad. Tony Soprano es el heredero de la casa Soprano, una de las cuatro que operan en New Jersey desde los tiempos de la prohibición del alcohol. La serie inicia cuando Tony debe “jubilar” a su tío, debido a que su edad y visión del negocio empiezan a ser problemáticas.  Pero Tony también tiene una historia personal como esposo y padre de familia, siendo esta dualidad la causante de severos desequilibrios emocionales que lo llevan a buscar ayuda en la terapia sicológica.

Llegado a este punto, es importante decir que la serie y el personaje distan mucho de ser paródicos al estilo “Analízame” (1999). El asunto devela los torcidos valores de un hombre que no encuentra el verdadero lugar con el que se identifica y se ve confrontado por la violencia en la que siempre ha vivido y lo que aspira para su esposa y sus hijos.

El cuestionamiento al estereotipo clásico de mafioso que vimos en cine es una constante en la serie. Las referencias están por montones, algunas para ser francamente ridiculizadas. Ello se debe  en parte a un estupendo guión y a una superproducción para televisión como pocas veces se ha visto.  Pero definitivamente, buena parte del éxito se debe al carisma que Gandolfini logra imprimirle al personaje.

Tony Soprano, no es líder mafioso al estilo de Don Corleone. A él toma un tiempo ganarse el liderazgo de sus “capos” y es por ello que en un principio las visitas a la terapeuta deben mantenerse en secreto. Tampoco es un líder formado en las calles al estilo de Tony Montana en los setentas, cuando incluso Al capone ha pasado de moda. Soprano nació dentro de la mafia y conoce bien sus reglas y límites, así como los espacios del poder de los que es necesario cuidarse. Además sabe que se debe traficar, pero no consumir  ni volverse adicto. Tampoco lo reconocemos en la figura de Henry Hill, entre otras cosas porque es de origen irlandés, y el asunto cultural termina pesando en el modus operandi.

“Los Sopranos” actualiza los mitos sobre la mafia que las películas ya mencionadas habían colocado. En estos tiempos, la mafia italiana ha tenido que compartir negocios y territorios con los afroamericanos, los latinos y la propia corrupción del FBI y  los funcionarios de gobierno. También el mercado se ha diversificado con el tráfico de drogas, piratería y otro tipo de estafas.

Los herederos de la mafia italiana en Estados Unidos aparecen como una generación de norteamericanos que cada vez tiene menos contacto con Italia, y va conformando un híbrido diverso de prácticas criminales que resulta fascinante. No es de extrañar que la serie generara protestas entre la comunidad ítalo americana por considerar ofensivo que los sigan etiquetando como mafiosos y delincuentes.

El asunto es que durante las seis temporadas que duró la serie, los espectadores esperaban ansiosos frente a la pantalla lo que sucedería con este hombre, que resultaba tan contradictorio como la vida misma o como cualquiera de nosotros. Tengo la impresión de que el ambiguo final que generó tanta polémica, fue lanzado de esa manera porque sabían que no hubiéramos soportado ver a uno de nosotros muerto y en medio de un charco de sangre.

Es así, que Gandolifini y los Sopranos logran que un personaje de la televisión deconstruya lo que para muchos, es un género en sí mismo desde el punto de vista cinematográfico  fijando nuevos parámetros en el imaginario colectivo.

El cine sobre la mafia ya no será el mismo y sus actuaciones estelares deberán de reconfigurarse. Eso solo lo logra un actor que interpreta el papel con el que se siente completo, aquel que sabe que lo hará trascender a su propia existencia. Y ese es sin duda James Gandolifini al que recordaremos eternamente como Tony Soprano.

 

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