Jean Genet: El voyeurismo como acto violatorio
Por Pedro Paunero
Para las feministas lacanianas el sonido tiene una connotación sexual masculina porque penetra el oído mientras que a la imagen la marca la feminidad desde que es pasiva y se deja poseer.
El cine de Jean Genet o, mejor, su única película, funciona como una tesis narrativa expresada a través de lo visual, una teoría de autor proveniente directamente de la literatura. Y su literatura se basa en la premisa que anuncia:
“He decidido seguir mi destino en sentido contrario a vosotros y explotar el reverso de vuestra belleza”.
Jean Genet (1910-1986), hijo de una prostituta y de padre desconocido, ladrón, criminal, reo, marginado, prostituto, antihéroe, genio de las letras, sacralizador de sus propios actos transgresores, se internó en el bosque de Milly (que rodeaba la casa del artista y cineasta Jean Cocteau, quien se negó a ayudar a Genet a dirigir) durante los meses de abril a junio de 1950 para rodar, con una banda de actores anónimos (Lucién Sénémaud, amante de Genet, interpreta a uno de los prisioneros), una cinta proscrita intitulada “Un Chant d´Amour”, en un principio pensada para ser exhibida en los círculos homosexuales y de vanguardia de la época. Se trata de la más oscura (“underground” diríamos hoy) de las películas carcelarias extraordinarias francesas, género en el cual ese país goza de justo prestigio, que hace palidecer a títulos como: “La gran ilusión” (Jean Renoir, 1937), que también es cine bélico, “Un condenado a muerte se ha escapado” (Robert Bresson, 1956) o “La evasión” (Jacques Becker, 1960).
La película de Genet sería producida por Nikos Papatakis, que filmaría en 1963 la también prohibida, “Les abysses”, basada en el suceso real que inspiraría a Genet su obra de teatro “Las criadas”. Las escenas de interiores se rodaron en el sótano del club “La Rose Rouge”, propiedad de Papatakis, en el Barrio de Saint Germain siendo “Un Chant d´Amour” un poderoso cortometraje silente (25 minutos) que muestra la homoerótica interrelación entre los presos en una cárcel y su voyeurista celador.
Comienza con un muro a lo largo del cual camina un guardia que se detiene a mirar algo: una mano que intenta pasar un ramo de flores que penden de una cuerda, a través de las rejas de una ventana, a otra mano que sobresale de la ventana situada a un lado. Luego pasamos a las escenas de lo que acontece en el interior de los calabozos: los prisioneros bailan, se tocan, se bañan, orinan, se masturban, fantasean mientras el guardia les espía a través de las mirillas de las puertas.
Si jugamos –si temerariamente jugamos-, con el término que Roland Barthes aplica a la fotografía, el “punctum”, entonces las escenas encadenadas que van de la intimidad de lo que acontece en el interior de las celdas, pasan por la mirilla de las puertas y alimentan el ojo ávido del carcelero (y nos saltan y asaltan a nuestra propia mirada), van más allá de “ese detalle que deviene algo proustiano: es algo íntimo y a menudo innombrable” para ser “aquello que me despunta”. Lo que penetra. La “daga” visual que es lo que significa el término en latín.
Así, lo que no se muestra –se intuye, se percibe-, es lo más importante: la tensión entre los participantes de ese drama de “puertas adentro”. Trasciende la obscenidad propia de su crudeza visual para llegar a ser lo que Barthes apuntó a propósito del arte fotográfico:
“Lo que puedo nombrar no puede realmente conmoverme”.
Este ejercicio de cine puro (la supremacía de la imagen violada y violatoria) ejerce una violencia doble y consciente en Genet: la intimidad de los reos dos veces violada (por el voyeurismo del carcelero y nuestro voyeurismo: vemos lo que el celador ve pero, a la vez, lo vemos a él mirando) y la violación que sus actos (los del celador y los prisioneros inmersos en el drama) ejercen en nuestra sensibilidad. La imaginería homosexual es expresada no solamente a través de la masturbación y de la, quizá, más erótica de las escenas que ha dado el cine: el acto de pasarse el humo de un cigarrillo a través de una pajilla insertada en un agujero de la pared de una boca a otra sino el acto violatorio de introducir una pistola en la boca del reo, aún más violenta que las escenas dónde se muestran los miembros masculinos y constituyen dos escenas paralelas –por lo inestimable de sus poderosos alcances visuales-, a la del ojo cortado del “Perro andaluz” de Buñuel. Hitchcock alegaba que “las películas mudas son la forma más pura del cine”. Esta sinfonía icónica de Genet es, irónicamente –por aquello del título- silente pero escandalosa: modula una canción discordante para las mentes rígidas a la vez que una melodía (torpe en la técnica) de libertad creadora.
Se trata de la más oscura (“underground” diríamos hoy) de las películas carcelarias extraordinarias francesas
Para Jean Paul Sartre el cine es un medio bárbaro pero abierto (se deja poseer por el espectador) a las masas. Sartre escribiría un famoso y larguísimo ensayo a propósito de Genet: “San Genet, comediante y mártir” que Susan Sontag intentaría rebatir diciendo que se trataba de un libro:
“virulento, grotescamente prolijo, con un cargamento de ideas brillantes, sostenido por un tono de solemnidad viscosa y por una pesada reiteración”.
Que se sostendría sobre la base argumental de una culpa autoasumida por parte de Genet: asume el mal, desde su primer robo (como un bautismo), para ser lo que se le acusa de ser y deviene en un comediante y mártir como San Ginés, actor romano que alguna vez interpretaría el papel de un cristiano, sufriendo en carne propia el drama al punto de convertirse en cristiano y ser martirizado para llegar a ser reconocido, hoy, como el Santo Patrono de los comediantes.
Vicente Molina Foix escribiría un texto (“El mirón literario”) dónde encuentra esa veleidad subyacente en los escritores del Siglo XX: su coqueteo con el cine. Así, cita a André Gide el Premio Nóbel y activista gay, gran amigo, admirador y revalorador de la obra de Oscar Wilde, saldría de viaje un día de 1925 hacia el Congo, junto con su secretario Marc Allégret, para filmar un documental que Gide presentaría en varias ciudades europeas sin embargo temía que su amigo “renunciara a lo mejor de sí mismo” en pos de la “facilidad” que ofrece la imagen.
Para Molina Foix la frase del Obispo Berkeley “ser es ser percibido o percibir” (“esse est percipi aut percipere”) impregna la obra de Jean Genet quien apuesta a esa premisa no por facilidad sino por la dificultad misma que implica mostrar “ciertas cosas” en pantalla, más allá de la trampa de la obscenidad. El hombre que escribió un artículo político, estremecedor pero hermoso, sobre el ataque del ejército de Israel sobre la población palestina de Chatila en 1982 y del cual tomo unos fragmentos:
“Nadie, ni nada, ni ninguna técnica narrativa, dirán lo que fueron los seis meses que pasaron los fedayines en las montañas de Yeras y de Ashlun en Jordania, sobre todo en las primeras semanas. (…)
El primer cadáver que vi era el de un hombre de unos cincuenta o sesenta años. Habría tenido una corona de cabellos blancos si una herida (un hachazo, me pareció) no le hubiera abierto
el cráneo. Una parte ennegrecida del cerebro estaba en el suelo, junto a la cabeza. Todo el cuerpo estaba tumbado sobre un charco de sangre, negro y coagulado. (…)
Si miramos atentamente un muerto, sucede un fenómeno curioso: la ausencia de vida en un cuerpo equivale a la ausencia total del cuerpo o más bien a su huida ininterrumpida. Aunque nos acerquemos, creemos que no lo tocaremos nunca. Eso si lo contemplamos. Pero si hacemos un gesto en su dirección, nos agachamos junto a él, le movemos un brazo, un dedo, de repente se vuelve presente e incluso amigo. El amor y la muerte. Estos dos términos se asocian muy rápidamente cuando se escribe sobre uno de ellos. Me ha hecho falta ir a Chatila para captar la obscenidad del amor y la obscenidad de la muerte. Los cuerpos, en ambos casos, no tienen nada que esconder: posturas, contorsiones, gestos, expresiones, incluso los silencios pertenecen a uno y otro mundo”.
(De: Jean Genet, “Cuatro horas en Chatila”)
Ese autor, repito, convencido de “la superioridad de la imagen” pero que conocía a la vez el poder de la palabra escrita, sobre todo la palabra que asalta con descripciones estridentes sin abandonar la poesía (la de los cuerpos “percibidos” a pesar de su “larga huida” en la muerte y que provocan la sensación de existencia en quienes los observan), entonces, no podía trasladar a la pantalla imágenes fáciles. Su discurso literario proviene de la crudeza, de la cierta belleza de la muerte y la putrefacción, nace del escritor marginal a quien se le presenta ese reto bajo la forma de describir la pederastia, los actos homosexuales, la degradación y humillación (atención: que por otro lado es deseable y disfrutable, desde el punto de vista del masoquismo) en un canto lúcido que no sea un vulgar amasijo de descripciones pornográficas.
El suyo es un erotismo distinto (alternativo, dirían los que gustan del discurso políticamente correcto) aquél del cual escribe Georges Bataille en “El erotismo”:
“Puedo decirme que la repugnancia, que el horror, es el principio de mi deseo”.
Y en el prefacio de “Madame Edwarda”, la historia de la Puta-Dios:
“Para ir al fondo del éxtasis en el que nos perdemos por el goce debemos siempre oponerle su límite inmediato: el horror. No solamente el dolor de los otros o el mío propio, que se me aproxima desde el momento en que el horror habrá de fascinarme, me pueden hacer acceder al estado de placer delirante, sino que además, no existe ninguna forma de la repugnancia en la que no pueda discernir la afinidad con el deseo. Y no porque el horror pueda confundirse jamás con la fascinación; pero si no la puede inhibir o destruir, el horror refuerza la fascinación”.
Witold Gombrowicz diría sobre la obra de Jean Genet:
“Es capaz de convertir la fealdad en belleza y lo sórdido y siniestro en poesía”.
Otro Jean y otro homosexual, el artista completo Jean Cocteau (escritor, dramaturgo, pintor, cineasta), diría cuando le preguntaron su opinión sobre el mediometraje prohibido de Genet:
“Una bella película, donde habla sin la menor coacción una lengua visual”.
Entendemos de esta forma que Cocteau comprendía los orígenes literarios del cortometraje. Ya antes había abandonado a Genet pero Genet no abandonó jamás sus propias convicciones (entre estas la de pacifista y activista en pro de las minorías), incluso las de estafador, cuando vendería tres copias de la cinta a distintos benefactores, haciéndoles creer que cada uno tenía el original.
Sin embargo, Cocteau aportaría 29 ilustraciones para las ediciones que saldrían a la luz de forma anónima (también los dibujos), de “Querelle de Brest” de Genet (llevada al cine por Fasbinder en una película hoy considerada de culto dentro del cine gay), la historia de un marino homosexual y asesino, con lo cual, en la tradición de Cocteau que ya había mostrado en “Le Livre Blanc” (dibujos explícitos de muchachos con los miembros masculinos resaltados) Genet sería acusado de pornografía (10 años después) y sentenciado para finalmente ser perdonado.
Genet, cuyo realismo choca con las mentes puritanas, terminó siendo un personaje popular que se aprovechó de su imagen pública para luchar por la causa de otros: escribió un alegato contra la guerra de Vietnam que la revista ESQUIRE se negó a publicar y apareció finalmente en una publicación de escasa tirada. El enojo de Genet no se hizo esperar cuando se dio cuenta que en la foto de portada, en la cual se encontraba al lado de William Burroughs contemplando a un pacifista muerto, quien aparecía era, en realidad, un actor tirado en el suelo. Y es que siempre la mirada termina siendo circular y el ojo se contempla a sí mismo en una suerte de espejo. Por lo menos Claude Bonnefoy es un autor que explora el motivo recurrente del espejo en la obra de Jean Genet (Jean Genet, 1965).
Está sepultado en el cementerio español de Larache, en Marruecos, cerca del mar, fuente de felicidad para el autor, a cuyas orillas los personajes de “Querelle” aman, traicionan, matan y mueren.
El mar: dónde la mirada se abre y llega a ser…
Enlace a “Un Chant d´Amour” en Google Vídeo:
Un Chant D’Amour – Jean Genet (1950)
“Cuatro horas en Chatila” de Jean Genet, disponible online:
Cuatro horas en Chatila – Nodo 50
Texto que el mismo cine ha hecho suyo en una película de Carlos Lapeña: