Por Ulises Pérez Mancilla  

Julio Bracho cierra un año redondo de trabajo en la pantalla grande, no sólo como actor, sino como director y guionista a través de su ópera prima Desafío, un melodrama automovilístico presente en el FICA y de reciente estreno nacional. Además de formar parte del elenco de El atentado, uno de los filmes del bicentenario, y de abrir el año con una fuerte presencia mediática a través de la serie televisiva Hermanos y detectives, se unió en noviembre pasado al elenco de Orol el surrealista involuntario, ópera prima de Sebastián del Amo.  

¿Volverá a dirigir? 

Le preguntan insistente y obligadamente en sus apariciones públicas. No lo descarta, después de todo, la sangre llama, pero hay cosas de las que está seguro, serían sólo proyectos muy personales, quizá una historia menos complicada en términos de producción (sin segundas unidades y autos volcándose en pleno autódromo), y se allegaría de gente que lo respaldara nuevamente, como ocurrió en su debut, donde pudo conjuntar dos de sus fuerzas vitales: el cine y los autos.   

Noviembre 2008 

Durante el rodaje de Desafío, se generaron varios fotogramas memoriales, de esos que quedarán para la posteridad en medio del caos emocional al que los directores se someten y al cual Bracho desde luego nunca estuvo exento. Días caóticos en los que la tensión se apoderó de Julio y que generalmente los resolvió temperamental, muchos de ellos momentos altamente cinematográficos, como una de esas tardes en que todo iba en picada y Julio simple y sencillamente se levantó de su silla de director con rumbo a un auto de carreras y comenzó a dar vueltas arriba de él en la pista del Autódromo de los Hermanos Rodríguez. Adrenalina pura, rodaje en pleno.  La pasión de Bracho por los autos, iba de celebrar más la presencia de un Ford GT40 al set que el arribo de la mismísima Rebeca de Alba, o ya de plano de tomar el volante y hacer de conductor a la hora de poner a derrapar las llantas al grito de acción de su codirector, Jorge Luquin. Cuando Jorge Seman, productor y dueño de la escudería Seman Baker pensó en Julio, no se equivocó. Alguien en la vida quería hacer una película de autos NASCAR y buscaron a la persona ideal para que estuviera al mando.   

Noviembre 2010

Dos años después, la película estaba en salas. El viernes de estreno cité a Julio para una entrevista. Me esperaba en la colonia del Valle estacionado en un minicooper rojinegro. Fascinado con su iphone nuevo, buscaba horarios para ver La vida loca de Cristian Poveda en Cineteca Nacional. En la cajuela, cargaba con un arsenal de publicidad de Desafío: posters, flayers, postales. Él mismo promocionaba su película por las calles, mientras la gente lo detenía a su paso. Que está muy guapo, que qué chingón su trabajo, qué si podrían tomarse una foto con él: jóvenes y señoras principalmente lo abordaban mientras él respondía accesible, tan encantador como suelen describirlo aquellos que trabajan con él exclusivamente como actor.  

Comimos en Coyoacán en un restaurante italiano. Mi grabadora no funcionaba, de hecho, nunca funcionó. “Ni te preocupes”, dijo Julio mientras ordenaba una pizza. Hace dos años, en calidad de script, sentado en mi sillita abrazando mi chuleta de reportes, alzaba el rostro para ver, de un lado a él, del otro a Analeine, la asistente de dirección discutiendo: “hay cosas que no te enseñan en el CCC”, refutaba Julio al calor de las palabras mientras ella renunciaba. La cuenta quedó saldada antes de que termináramos de comer. Al entrar, Julio le pidió su sección de espectáculos de El Universal a un comensal que se la obsequió con gusto. Él mismo, un abogado entrado en copas, amigo de juerga de Plutarco Haza (¡faltaba más!), había pagado nuestro consumo con gusto.  

Avanzamos hacia El Jarocho en busca de un café, luego de visitar una tienda de motos y comprar la Cine Premiere en un Vip’s, y nos topamos a una flotilla de adolescentes simulando una de las escenas de Te presento a Laura, que a la postre dominaría la taquilla por encima de nuestra película: las niñas regalaban abrazos. A un costado del mercado de Coyoacán, una camioneta lo siguió a la par: “Julio, ¿le regalas un autógrafo a mi esposa?”. Esa tarde, Julio rebozaba de contento sin el lastre de tener la película enlatada, después de todo y más allá del resultado, hizo la película que quiso en el momento preciso.  

Epílogo 

La noche de inauguración en el Fuerte San Diego en Acapulco, Silvestre López Portillo, uno de los pocos críticos que vio la película y que además dio su opinión pública de cuánto y porqué no le había gustado (en pocas palabras la calificó de pésima), no dejaba de elogiar a Bracho por el arrojo. Entre broma y broma, los presentes no dudaban que con el carisma de Julio, la película se cuele al Festival de Guadalajara del próximo año. Nada mal para una película que desde su limitado y selectivo tema de interés (el automovilismo) nació siendo lo que es. “No cualquiera”, le reconocían con palabras menos diplomáticas los asistentes, mientras él se mostraba feliz de haberlo logrado, sin echar en saco roto el aprendizaje que habrá de aplicar a lo que está por venir.

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Julio Bracho (derecha) junto a sus actores, en el Festival de Morelia.