Por Pedro Paunero

“Una película que gana dinero es una buena película, ya sea artísticamente buena o mala. Estoy en el negocio de los cinco y diez centavos y no en el negocio de Tiffany. Hago películas para los pequeños cines de todo el país”

Sam Katzman en Variety (1957)

Fred F. Sears había dirigido varios westerns, algunas películas sobre la Segunda Guerra Mundial y una memorable película de Ciencia ficción de Serie B, “La Tierra contra los platillos voladores” (1956), una de las inspiraciones de Tim Burton para su parodia de las películas de invasiones extraterrestres de los ´50s, “Marcianos al ataque” (Mars Attacks!, 1996), cuando el productor Sam Katzman le encargó rodar una cinta sobre un ave monstruosa proveniente de otra galaxia.

Katzman es recordado por su tacañería al momento de producir cualquier tipo de películas, cuyo rango abarca una amplia variedad de géneros que van desde películas de aventuras, policiales, musicales, juveniles, seriales como “Batman y Robin” (1949), secuela del serial de 1943, hasta un subgénero que se inventó y que explotaba la imaginería de “Las mil y una noches” al que denominó como “Tits and Sand”, con la mediocre “La alfombra mágica” (The Magic Carpet, Lew Landers, 1951) como abanderada, y que incluía a la posteriormente famosa Lucy Ball en el papel principal. Ball había sido amenazada con el despido si no aceptaba el papel pero, para entonces, ya había estrenado, apenas tres meses antes, algunos capítulos del que se convertiría en uno de los más exitosos programas televisivos de la historia, “I Love Lucy”.

Sears había sido un actor de Columbia Pictures, productora que se caracterizaba por exigir una cierta habilidad, de parte de sus actores, para la interpretación de cualquier tipo de papel, ya fuera en películas cómicas, westerns o policíacos. Acorde con esta política de lo multifuncional, ligado sin duda al abaratamiento de costos, fue requerido por Katzman para trabajar con él por tiempo indefinido, al haberse fijado en su habilidad de hacer rendir un mínimo de presupuesto, para dirigir “Blackhawk” (1952), un serial que constaba de quince capítulos y adaptación de un cómic publicado por DC, para el cual hizo mancuerna con Spencer Gordon Bennett, apodado el “rey de los directores de seriales”.  “Blackhawk” narra la historia de un escuadrón de pilotos veteranos de la Segunda Guerra Mundial (la “Hermandad Internacional”) metidos a detectives, y se le recuerda como a uno de los últimos seriales de estudio (desplazados por un subgénero que cobraba importancia cada vez mayor, el de las “películas atómicas”), a la vez que como a uno de los peores.

“La garra gigante” narra la historia de Mitch MacAfee (Jeff Morrow), un piloto civil que reporta el avistamiento de un Ovni mientras realiza un vuelo de pruebas.  Conoce a Sally Caldwell (Mara Corday), una matemática con quien formará equipo para investigar un fenómeno que, pronto, se convierte en una ola no sólo de avistamientos, sino de desapariciones. Al principio, Sally se muestra escéptica, pero cuando conocen a Pierre Broussard (Luis Merrill), un granjero canadiense que avista al objeto fuera de su cabaña, mientras ellos están de visita, y que atina a murmurar que ha tenido un encuentro con “la Carcagne” (un ser de leyenda que resulta mortal como la banshee irlandesa si se la ve), comienza a creer en Mitch. Este ha dado con un patrón de avistamientos, que forman una espiral perfecta sobre el mapa, y se encargará desde entonces a probar su teoría.

Hasta este momento, la película nos ha planteado un misterio -hemos visto al Ovni con una forma borrosa de ave-, un romance incipiente y una aventura aderezada con deliciosos diálogos, ingeniosos y humorísticos, como el que expresa Mitch cuando se percata que es el único testigo vivo: “Lo que me convierte en el único miembro del club de ornitología”. Se envía entonces un avión del Consejo de Aviación Civil -la voz del narrador nos advierte que se trata de “un momento clave en la historia”-, para investigar uno de los accidentes aéreos atribuidos al fenómeno y, por fin, se nos muestra la figura del monstruo, “tan grande como un acorazado” e invisible al radar. El piloto informa sobre un Ovni. Tenemos un plano del avión (claramente una maqueta sostenida por hilos) y a la infame carcagne, que atrapa al avión con su pico. Y es en este punto donde las risas no se hacen esperar. La criatura es tan lamentablemente ridícula que, incluso, la película derrapa decididamente hacia el humor. Uno de los pilotos enviados a atacar al ser volador expresa: “¡Vaya pajarraco! ¡Había visto pollos grandes, pero este se lleva la palma!  Juro no volver a quejarme de que mi suegra cacarea”. Se determina que el monstruo tendría un origen en una galaxia de naturaleza opuesta a la nuestra, de la misma manera, irradiaría un escudo de antimateria, mismo que destruiría todo ataque dirigido por armas formadas por materia terrestre.       

El actor Richard Harland Smith, uno de los presentadores del entusiasta programa “Monster Kid Home Movies”, cuyas producciones amateur rinden un nostálgico (como ingenuo) homenaje a las películas de monstruos, ha sugerido, en un artículo para TCM que, la inspiración para la criatura, pudo originarse en los por entonces recientes descubrimientos de la física sobre la antimateria, como en una historia del influyente periodista Samuel Hopkins Adams, cuyo cuento “Night Bus” (1933), fue adaptado para la pantalla grande en esa joya titulada “Sucedió una noche” (It Happened One Night, 1934), de Frank Capra. Hopkins Adams, dedicado por mucho tiempo a escribir sobre fraudes e injusticias sociales, siempre desde el sensacionalismo, había publicado en 1951 el cuento “Grandfather and a Winter’s Tale”, en The New Yorker, en el que se narraba una leyenda franco-canadiense sobre la “carcagne” (carcaña, en español), la ”banshee con forma de ave” (el nombre “carcaña”, de hecho, designa popularmente a un ave rapaz del género Caracara), pero también en la película japonesa “Rodan” (1956) (1), uno de los kaijus más célebres de Ishiro Honda. No hay seguridad si, sobre este este batiburrillo de temas, la historia se le ocurrió a Katzman -era célebre por tomar un periódico, leer algún artículo y señalárselo al guionista: “¡Aquí hay una historia!”- o a Samuel Newman, el propio guionista, que tenía ya en su currículo varias películas de Tarzán y personajes que imitaban al “Hombre mono”.

La película fue estrenada el 1 de junio de 1957 en programa doble con “The Night the World Exploded”, también dirigida por Sears, y ambas fueron, con toda razón, destrozadas por la crítica. Como suele suceder con varias producciones de Serie B, “The Night the World Exploded” posee una premisa y un desarrollo interesantes, en este caso la posibilidad de predecir terremotos, aunada al descubrimiento de un elemento sismogénico, pero cuya concepción final resulta decepcionante. El Stop Motion de la carcaña correría a cargo de Ray Harryhaussen, responsable de los efectos de “La Tierra contra los platillos voladores”, pero el presupuesto no cubría el costo que exigía el ya prestigiado y, justamente auto valorado, Harryhaussen, por lo que, según la leyenda, Katzman contrató -o subcontrató- a un equipo de efectos especiales (mejor dicho, a uno de artesanos especializados en fabricar marionetas) de la Ciudad de México, quienes le cobraron la módica -mejor dicho ínfima- suma de $50.00 para una carcaña que, a lo largo de los años, ha sido blanco de burlas, a saber más crueles y ácidas. No es para menos, la ridiculez de esta especie de Ave Roc leprosa, la equiparan al Casimiro Buitre (Beaky Buzzard, en el original) de los Looney Tunes y las Merrie Melodies (así lo considera el historiador de cine Bill Warren), o la Gallina Caponata de “Barrio Sésamo”, la versión española de “Plaza Sésamo”, según algún crítico español.

El actor Jeff Morrow, que tenía en su haber una de las joyas de la Ciencia ficción de la década, “This Island Earth” (Joseph M. Newman y Jack Arnold, 1955), que interpreta a Mitch en “La garra gigante”, en una entrevista para el historiador de cine Tom Weaver, autor de  “The Creature Chronicles: Exploring the Black Lagoon Trilogy” (McFarland & Co., 2014) expresó:

“Nosotros, los pobres actores ignorantes, teníamos nuestra propia idea de cómo sería el pájaro gigante; nuestra idea era que se tratara de algo parecido a un halcón aerodinámico, posiblemente de media milla de largo, volando a tal velocidad que apenas pudiéramos verlo”.

Bromeó sobre el costo del ave (esos $50.00 convertidos ya en leyenda) y dio su propia cifra: el ave habría costado, en realidad $19.28, aunque luego aseguró que la cifra verdadera (es decir, la “verdadera verdadera”) estaría entre los diez mil a quince mil dólares. Contó, así mismo que, en su estreno, desde la primera escena en que el pájaro aparecía, la gente se desternillaba de risa orillándolo, primero, a encogerse en la butaca y, después, a huir avergonzado del cine, cuidándose de que nadie lo reconociera como al actor principal. Su coprotagonista, Mara Corday recordó, en la misma entrevista, que Katzman se deshacía en elogios para “la maravillosa gente de efectos especiales de México”.

Todo suena a burla en torno a esta anécdota. Si la criatura, en lugar de provocar terror provocaba risas, había que echarle la culpa a alguien y ¿qué mejor que a los artesanos del otro lado de la frontera? Hay, pues, tanto un dejo de subestimación por aquello producido en México -pagarle $50.00 a los mexicanos sin duda era tomarles el pelo, o bien, los artesanos no supieron cobrar, deslumbrados por el “poder” del dólar-, como de condescendencia racial implícita. Una condescendencia que, después de todo, carece de justificación -y que tampoco se debe tomar muy en serio- al momento de comparar “La garra gigante” con otros productos cinematográficos desechables de la época, como “El conquistador del espacio” (It Conquered the World, retitulada como Zontar, the Thing from Venus, para sus pases televisivos), estrenada un año antes y dirigida por el diligente Roger Corman, con su zanahoria gigante dientona y de movimientos torpes, creada por el escultor Paul Blaisdell que, según otra leyenda, provocó que la actriz principal, Beverly Garland, expresara lastimosamente, cuando la vio recién salida del taller: “¿Esto conquistó el mundo?”, a la par que le propinaba una patada que la derribó hacia un lado.

Blaisdell había ideado, según él, un ser extraterrestre único, resultado de sus “investigaciones” (sobre exobiología, se entiende, aunque dicha ciencia no existía aún) y que consistía anatómicamente en: “Una criatura con forma de pera, parecida a un pepino, con dos brazos móviles, como ramas” ya que, al provenir de Venus, esa hubiese sido su forma más “lógica”. Este razonamiento tan estúpido como divertido, nos recuerda lo que contara el gran Carl Sagan en el cuarto episodio de su serie de televisión “Cosmos”, titulado “Cielo e infierno”, en el cual realiza un recorrido por lo que teníamos (hasta entonces) de conocimiento sobre el Sistema solar, y las descacharrantes especulaciones anteriores a dichos conocimientos:

“No podemos ver la superficie de Venus, porque está tapada por nubes. Bueno, ¿y de qué están hechas las nubes? De agua, por supuesto. Por lo tanto, Venus debe tener mucha agua. Y, si tiene mucha agua, el terreno debe ser pantanoso. Venus debe ser una gran ciénaga. Y en las ciénagas hay helechos. Y si hay helechos, quizá haya dinosaurios. ¡Observación, no se vio nada; conclusión, dinosaurios!”.

La cuestión no para ahí. Si de humor hablamos, la anécdota que se cuenta sobre la certificación que le otorgarían en el Reino Unido (una espantosa “X”, es decir, clasificándola en automático en una película para adultos), es aún más descacharrante. Los censores ingleses interpretaron como de “crueldad animal” extrema a la escena en la cual los humanos se defienden de la zanahoria a punta de sopletes (uno de los ojos del bicho se derrite, para lo cual se utilizó chocolate líquido para el efecto), por lo cual el mítico productor Samuel Z. Arkoff tuvo que convencer a la junta de que “la violencia no era contra un animal [terrestre] sino contra un ser del espacio”. La película pasó la censura. Esto trae a colación el problema legal al que se enfrentó Doris Wishman, una vez que sus películas sobre “romances nudistas” (filmadas en auténticos campos nudistas) se vieron ante los censores (estadounidenses, en este caso) como películas “no obscenas” -que fue lo que sucedió con la pionera “Hideout in the Sun” (1960), en la que aparecían niños desnudos al lado de los adultos-, la buena Doris filmó entonces “Nude on the Moon” (1961), ante la cual la Junta de Censura del estado de Nueva York razonó de la siguiente manera:

“Las producciones que muestran desnudez en una colonia nudista están legalmente permitidas, pero la desnudez en una película de fantasía ambientada en una colonia nudista en la Luna, no lo está”.

Si comparamos la carcaña y el horriblemente divertido “conquistador del espacio” (al cual su mismísimo creador, Blaisdell, llamaba humorísticamente “Beulah”) con el árbol andante llamado “Tabanga” (a veces llamado Tabonga e, incluso, con el nombre más hilarante de “Taranga”), en “From Hell It Came” (Dan Milner), otra película de ese año y, por cierto, diseñado también por Blaisdell, nos percatamos que pueden competir entre sí al galardón de peor criatura -o más risible, según se vea-, y Tabanga saldría perdiendo.

Pero, después de todo, ¿a quién se debe el diseño auténtico de la carcaña? Cuando Morrow aventuró una cifra de costo que iría en el rango de diez mil a quince mil dólares, se refería al presupuesto que gastarían Ralph Hammeras y George J. Teague, los dos responsables de los “efectos técnicos” acreditados en los títulos iniciales de la película. A Hammeras se le recuerda como a un prestigiado camarógrafo, nominado tres veces al Oscar, y responsable de parte de los efectos especiales de películas tan importantes como “El mundo perdido” (The Lost World, Harry O. Hoyt, 1925) o la celebrada “20, 000 leguas de viaje submarino” (20, 000 Leagues Under the Sea, Richard Fleischer, 1954), de la casa Disney, aunque, una vez más, siendo el tema del [poco] presupuesto el origen de toda esta confusión, no debió esforzarse mucho con “La garra gigante”, pues en la cinta utilizaron escenas extraídas -y recicladas- de “La Tierra contra los platillos voladores” y de la maravillosa “El día que paralizaron la Tierra” (The Day the Earth Stood Still, Robert Wise, 1951), así como los efectos de sonido usados  en el serial “Flash Gordon conquista el Universo” (Flash Gordon Conquers the Universe, 1940), para aquellos que emitía el ave gigante, específicamente los del Capítulo 8, “The Fiery Abyss”, cuando los iguanthiones gigantes atacan a un soldado delante de los Hombres de roca, y emite dichos quejidos de terror ante el aproximamiento de los reptiles colosales.

La tacañería de Katzman se hace presente de nuevo. ¿O deberíamos referirnos, mejor, a su eficiente uso de los recursos que, una vez invertidos, redituaban en estupendas ganancias? Una película podría servir de ejemplo. En la larga carrera de Katzman (que comienza en los años ´20s y termina en 1972, a pocos meses de su muerte), tuvo varios éxitos económicos fabulosos. El musical “Rock Around the Clock” (1956), con la banda de Bill Haley y sus Cometas como protagonistas, producido por él y dirigido en dúo dinámico con Sears, costó $300.000 y recaudó una cifra superior a los cuatro millones de dólares. La película representa, en última instancia, una de las primeras cintas en integrar racialmente a personas que, fuera de la pantalla, se enfrentaban en la segregación racial desatada por aquellos años. Bandas como “The Platters”, compuesta por músicos de color, aparecían con bandas formadas por blancos, como “The Bellboys” o la banda que le otorga el título a la cinta, por lo cual ha logrado un sitio importante en la historia. No sólo eso, en “La garra gigante” es Sally (al contrario de los varones que disparan y agreden a la criatura), quien da por fin con la razón por la cual esta visitaría nuestro planeta (para hacer un nido), y su papel va más allá de mera secretaria o de pareja sentimental de Mitch, en una película enmarcada en una década caracterizada por el sexismo.  

Hay una especie de chiste interno en “La garra gigante”, que se relacionaría con la tacañería (o ¡vaya! la eficiencia ahorrativa) de Kaztman. En la escena en la cual el físico explica la naturaleza del ave (la antimateria), este se queja de que la investigación ha sido demasiado cara. Se nos enseña un rimero de cascajo metálico de las máquinas destruidas durante el análisis de una pluma del ser, que se resistiera al estudio.

Mera coincidencia, o no, alguien debió notar la ironía implícita para una película que Joe Dante tildó de tener al “monstruo gigante más tonto de los años ´50s”, como protagonista.  

            Notas:

  • Rodan, a propósito, se nacionalizó mexicano en la película “Godzilla: Rey de los monstruos” (Godzilla: King of the Monsters, Michael Dougherty, 2019), cuando brotara del cráter de un volcán en la ficticia Isla de Mara mexicana.

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.