Por Arantxa Sánchez Luna
Premio Distrital
Crítica 3 de 3 (Escrita durante el seminario)
“Roma o muerte”: la frase es directa, una advertencia que no es para bien ni para mal, simplemente es una invitación para quedarse y regocijarse. La cámara se vuelve cómplice, ¿por dónde iniciar?, ¿por el espectáculo asfixiante?, ¿los colores?, ¿la música?, ¿por Jep, el incorregible Jep? “La gran belleza” (La grande bellezza, 2013) de Paolo Sorrentino es eso: belleza. Imperfecta. Real. Mundana.
Baile. Italia huele así, sabe así, se ve así: “La gran belleza” insinúa (y promete) forma y contenido enmascarados en la oscilación emocional del protagonista, Jep Gambardella (Toni Servillo); un vaivén en donde la decadencia se transforma en el reto creativo para el director italiano: alejarse de las connotaciones y denotaciones negativas para disfrazarla de alegría, júbilo y excesos.
Para que esto pueda ocurrir, Sorrentino construye muy bien aquello que le dará vida a la película: su protagonista, Jep Gambardella, el escritor, el periodista, el insolente, el Serge Gainsbourg italiano que con una carrera que comienza a extinguirse, regresan a él las preguntas básicas que se hace cualquier ser humano: ¿qué es la vida?, ¿qué es la muerte?, ¿cuál es la dirección correcta?
A pesar de la crisis de Jep, “La gran belleza” no se estanca en la resolución de estas
preguntas: Sorrentino descubre una traducción eficaz para hacer de las emociones más
primarias, escenas memorables del cine contemporáneo pues, sin desechar las inevitables
referencias a la tradición del cine italiano con Fellini y “La dolce vita” (1960), logra una
revisión propia de la Italia actual que mira su arquitectura, su vida y sus protagonistas: la
élite caricaturizada, indiferente, hedonista y narcisista que acompañan a Jep.
Esta sociedad como pretexto, la película combina estilos: una introducción ágil que coquetea con el videoclip, una plástica propia de la publicidad con los colores saturados, elementos y personajes casi inverosímiles como una santa, una jirafa o un mago. Con ritmo y fluidez, dosifica el fondo y la forma a través de mundos opuestos: la música clásica- el remix de Raffaella Carra (por ejemplo), la monotonía-el furor, la nostalgia-el olvido, el cínico-el ser humano.
¿Qué sería de Jep sin esta saturación barroca? Probablemente nada porque “La gran belleza” examina las posibilidades del cliché artista: escritor, periodista, amado, odiado, rico, inteligente, astuto y muy solitario. Es la gloria y el declive. La aparente crisis de la edad, aunado a un estilo de vida repetitivo e impreciso, son los pretextos de Sorrentino para construir, paradójicamente, la deconstrucción de una vida en un recorrido extenuante y glamurosamente decadente.
El personaje de Sorrentino recuerda a los antihéroes posmodernos de la literatura de Frédéric Beigbeder en “13,99 euros”, y su posterior adaptación al cine en “99 francs” (2007) de Jan Kounen, o Michel Houellebecq en su novela “Las partículas elementales” de 1998. Con estrategias narrativas parecidas a estas novelas, el estilo de “La gran belleza” convierte al multifacético escritor en un observador paciente que mira desde afuera los artificios efímeros para ser feliz. Aislados de forma muy marcada, los momentos de lucidez y reflexión en Jep son capturados en puestas en escena oníricas, casi inverosímiles: la cirugía plástica como un ritual en la sociedad espectáculo, la religión como marketing y relaciones públicas, el funeral como reto histriónico de la tristeza. Las licencias narrativas son evidentes.
El epígrafe inicial del escritor francés Louis-Ferdinand Céline no es coincidencia: la vida es una novela, un mundo ficticio inventado: ¿hasta qué punto Jep inventó su vida? Los movimientos de cámara largos, suaves, que obsequian planos abiertos a la grandeza de Italia a pesar de una sociedad que se carcome poco a poco, habla de la tensión irónica en Sorrentino: grandeza para lo pequeño, presunción para lo insignificante. Impersonalidad y frivolidad: la belleza real. Detrás del encanto, hay un ser humano que perderán la vigencia y en cualquier momento dejará de ser el rey de los mundanos.
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