Por Samuel Lagunas

La nonagésima ceremonia de los premios Óscar, entregados cada año por la todavía reputada Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Hollywood, funciona para medir el pulso de la industria y darnos cuenta de sus zonas muertas y de sus espacios creativos, de sus simulacros y de sus contradicciones. Más allá de la tendencia antitrumpista que seguramente marcará la conducción de Jimmy Kimmel, junto con las intervenciones implícitas y explícitas de los oportunos y oportunistas movimientos #MeToo y #TimesUp, la noche del 3 de marzo servirá para respondernos la consabida pregunta de quiniela ¿qué películas ganarán? y, por más vano que pueda oírse, para tratar de entender ¿por qué?

Llevo un par de años atendiendo la industria del cine de animación: sus centros, sus periferias, sus intersticios. Al ser un cine en su mayoría producido para el público infantil, discernir sus formas, contenidos e intenciones se vuelve una tarea cada vez más imperante: seamos francos, el cine animado, en su mayoría, se sigue pensando como un cine pedagógico, formativo, o, en términos de Althusser, un aparato ideológico que nos interpela, es decir, que nos (re)crea continuamente como sujetos.

¿Qué nos dicen, entonces, las películas animadas (largometrajes y cortometrajes) seleccionadas para competir en los Óscar 2018? Este año, la Academia repartió sus nominaciones entre Estados Unidos y Europa dejando fuera importantes trabajos japoneses y de Europa del Este: 5 películas norteamericanas, 2 francesas, 1 británica y 2 co-producciones, una de ellas, “Revolting Rhymes”, representa un paso inédito en la historia de todo un continente ya que incluye por primera vez a Triggerfish, un estudio sudafricano de animación. Sin haber visto 1 de las 10 nominadas, “The breadwinner” (Nora Twomey, Irlanda-Canadá, 2017), encuentro en el tema de la supervivencia un hilo que enhebra todas las cintas: una supervivencia que tiene como marco inmediato, especialmente, el debate sobre las políticas de identidad, sean raciales, nacionales, o de género.

En largometraje animado, la Academia ha reunido 4 historias de niños que se ven desafiados a enfrentar sus temores en compañía de quienes menos lo esperaban con tal de defender sus respectivos modos de reproducción social, es decir, aquellas condiciones emocionales y culturales que permiten la pervivencia y supervivencia de un grupo social, en la mayoría de los casos: de la familia. En la categoría de cortometraje, encontramos a 5 personajes que tratan, de diversas formas, de sobrevivir sus pérdidas. Sin mayor preámbulo, presento en orden de preferencia, 9 de las 10 películas animadas, que compiten rumbo a los premios Óscar en ambas categorías, seguidas de un breve comentario.

1. Lou (Dave Mullins, Estados Unidos, 7 mins)

Los estudios Pixar han aprendido bien la lección de Disney: los cortometrajes sirven para experimentar. Desde las Silly Simphonies, Disney se dio cuenta de que, si se quería pilotear nuevos personajes o probar el éxito de nuevas técnicas, el cortometraje era la mejor opción económica para hacerlo. Pixar ha continuado esa forma de trabajo logrando productos muchas veces más destacados que sus largometrajes. En este año, junto a “Cars 3” (Brian Fee, 2017) se lanzó el corto “Lou”, resultando más eficaz y entretenido que la cinta que precedía. Pixar ha utilizado también los cortometrajes para formar nuevos directores siendo ésta la oportunidad de crecimiento para los animadores de la empresa (algo que Ghibli, por ejemplo, nunca aprendió). “Lou” está dirigido por Dave Mullins quien había participado de algún modo en el proceso de animación de películas como “Los increíbles” (Brad Bird, 2004), “Ratatouille” (Brad Bird, 207) y “Coco” (Lee Unkrich, 2017), pero al que hasta ahora se le da la oportunidad de encabezar un proyecto. La historia de “Lou” sucede en un patio escolar en el que los niños juegan baloncesto, se suben al pasamanos o comen su refrigerio. La historia sucede, también, en una caja donde se van acumulando los objetos perdidos de los niños. Los personajes son dos, un gordito que pasa todos los recreos molestando al resto de los niños y quitándoles sus juguetes y Lou. Lou, igual que el príncipe feliz del cuento homónimo de Oscar Wilde, entenderá que aún en los corazones más duros hay una posibilidad de redención, que al final todos tenemos nuestro objeto perdido que, cuando recuperamos, nos completa.

Es precisamente el dinamismo del personaje de “Lou”, su constante y lúdica mutación la que sorprende y demuestra que, técnicamente, Pixar sigue a la cabeza de la industria.


2. Negative space (Ru Kawahata y Max Porter, Francia, 5 mins)

A partir de un poema de Ron Koertge, el matrimonio fundador de los estudios Tiny Inventions, nos regala una de las experiencias visuales más entrañables del año. La historia es sobre un hijo y un padre unidos por una práctica común: empacar. A partir de esta acción donde se condensa una tirante y compleja relación familiar, Porter y Kawahata logran dotar al poema de una imaginería que lo potencia y lo magnifica. Animada en stop-motion, los personajes de “Negative space” crecen y decrecen, sus ropas se agigantan y se encogen, al tiempo que su corazón y sus cuerpos se separan.


3. Revolting rhymes (Jan Lachauer, Jacob Schuh y Bin-Han To, Alemania y Gran Bretaña, 29 mins)

“Revolting rhymes” es otra prueba de que la buena literatura y la animación pueden conjugarse para lograr películas inolvidables. Basado en un libro del legendario Roald Dahl, este cortometraje nos presenta un nuevo mash up de los cuentos de hadas clásicos. Hilando la historia de Caperucita Roja, Blanca Nieves y Los tres cochinitos en un escenario urbano contemporáneo, “Revolting Rhymes” logra ofrecernos reinterpretaciones novedosas de estos personajes en medio de una historia de amistad, de pérdidas y de venganza.


4. Coco (Lee Unkrich, Estados Unidos)

“Coco” es la secuela anímica del cortometraje de 2015 “Los superhéroes de Sanjay” (Sanjay Patel). Con ambas películas, Pixar busca visibilizar la multiculturalidad de su nómina de empleados al tiempo que actualiza algunos estereotipos culturales en una era global y de libre mercado. “Coco” es la historia de un niño que lucha por cumplir sus sueños pero que, en el viaje, descubre que es más importante defender y mantener unida a la familia. Una película sobre concesiones y esencialismos culturales estupendamente animada, cargada de emotividad y de homenajes a personajes de la cultura mexicana de mediados de siglo que se han mantenido vivos gracias a la reapropiación que de ellos ha hecho la cultura pop, misma que, ahora, se encargará de legitimar nuestra memoria.


5. Un jefe en pañales (Tom McGrath, Estados Unidos)

Los estudios DreamWorks llevaron a la pantalla un cuento de Marla Frazee que narra la historia de un bebé al que se le da la misión de descubrir las razones por las que cada vez los humanos quieren menos niños y, después, evitar el lanzamiento de una nueva raza de perritos diseñados para mantenerse pequeños y tiernos por siempre. Con una premisa tan llamativa y arriesgada, esta distopía demográfica consigue ser una cinta entretenida pero que alecciona tajantemente acerca de la importancia de la reproducción y de las ventajas de tener uno o más hermanos.


6. Garden Party (Florian Babikian, Vincent Bayoux, Francia, 7 mins)

Un hombre obeso que vive en una lujosísima mansión es asesinado violentamente y arrojado a la alberca. Pero Babikian y Boyux no están interesados en ello sino en contarnos la historia de un grupo de ranas que redescubren la casa, los jardines y que, en la noche, organizan una fiesta espectacular. Una cinta sobre la muerte, la vida y cómo éstas se entrelazan a veces con gozosa indiferencia.


7. Loving Vincent (Dorota Kobiel, Hugh Welchmann, Reino Unido)

Una historia de reconciliación con la vida y obra de Vincent Van Gogh. Animada totalmente al óleo, esta cinta pasará a los anales del cine animado más como un dato curioso que como un capítulo aparte. “Loving Vincent” nos recuerda que hay recipientes que resultan excesivos para contenidos tan parcos. Irónicamente, Van Gogh estaba obsesionado con los marcos, quizá más que con sus pinturas, aunque hoy ya nadie pregunte por ellos.


8. Olé (Carlos Saldanha, Estados Unidos)  

Yo no tenía planeado ver la última película de BlueSky Studios, los responsables de la saga de “La era del hielo” y de las dos películas de “Río”, pero una crítica publicada en el diario El País me hizo cambiar de opinión. En ella, el periodista deportivo Antonio Lorca, al parecer importante crítico taurino, se refirió a la cinta como una película llena de mentiras, “profundamente antinatural”, y que deforma las conciencias de los niños convirtiéndolos en los “antitaurinos del mañana”. “Olé” está basada en un cuento de Munro Leaf publicado en 1936 y censurado en territorio español por ser promotor del pacifismo. Ahora, 70 años más tarde, la cinta fue vilipendiada por antitaurina. Ferdinand, el personaje principal es un toro que prefiere las flores en vez del gimnasio y al que no le gustan las peleas. El pacifismo de 1936 se convierte ahora en una promoción de una masculinidad diferente, construida desde aficiones y sueños distintos. Al mismo tiempo, la cinta es una tibia defensa de los animales y un desdibujado alegato en contra de las prácticas humanas que ponen en riesgo la vida y la dignidad de algunas especies. Es elogiable que un estudio tenga sus objetivos tan claros y se mantenga coherente en todas sus películas. Lo desafortunado, sin embargo, es que aún no hayan aprendido a contar historias, sino que se conformen con amontonar situaciones, personajes y moralejas.   


9. Dear basketball (Glen Keane, Estados Unidos, 6 mins)

Para algunos, los premios Óscar son una muestra del onanismo de la industria. Hay películas que refuerzan esos análisis. “Dear basketball” es un ejemplo de ello. Sin mucho mérito técnico, el corto tiene la enorme ventaja de ser una carta de despedida escrita por uno de los iconos del deporte norteamericano: Kobe Bryant. Nada más. Que se conmuevan los fans. El resto, pasemos de largo.