Por Sergio Huidobro
Desde Morelia
En realidad, es mi primer día, porque llegué ayer, después de un camino tranquilo pero dilatado a bordo de una Van en compañía de otros periodistas y de Arcelia Ramírez, que aprovechó el aventón. La tranquilidad –señorial, provincial, adusta– de Morelia haría reír a un extranjero si le contara que Michoacán sigue siendo una de las mayores plazas en disputa para el narcotráfico, que el ejército sigue vigilante en cada rincón del estado y que allá, en alguna cueva o en el patio de alguna casona, la Tuta y sus lugartenientes podrían estar desayunando con alguien.
Que el Festival Internacional de Cine de Morelia se imponga frente a esto es, para mi que soy un poco ingenuo, una victoria de la cultura sobre la coyuntura. Un triunfo relativo, porque mi ingenuidad tampoco es tanta, pero triunfo al fin. Ésta es una ciudad bajita, sobria, aseñorada. Su luz es diáfana y su aire cristalino. Morelia domina una meseta enclavada entre montañas de tres sierras diferentes, lo que le da, quizá, su carácter agreste y voluntarioso de ciudad levantada a consciencia, piedra a piedra. Cada portón de aldaba, cada ventana con barrotes, cada arcada y cada patio respiran con garbo de viejo sabio y se dan a respetar desdeñando al Oxxo de la esquina.
En el primer fin de semana de proyecciones, la parte internacional del programa parece girar en torno a la selección de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes, que el veterano Charles Tesson va presentando al público con el porte y la gracia indudables de quien pasó por la jefatura de redacción de Cahiers du Cinema. Conocí a Charles hace unos meses, en Francia: decir que sabe todo lo que puede saberse sobre cine es demeritarlo, porque su gracia está en haber puesto esa sabiduría en función de su propia vida y del aprendizaje continuo de todo el que se detiene a conversar por tres minutos.
“The Tribe” (Plemya) de Myroslav Slaboshpytskiy, dejó en Morelia la misma huella que en Cannes y en tantos otros festivales: se trata, sencillamente, del asombro vibrante ante las renovadas posibilidades del cine y del lenguaje. Ambientada en un internado para sordomudos en la Ucrania contemporánea, la cinta está narrada en silencio, en lenguaje de señas sin subtítulos, y constituye una propuesta valiente y subversiva sobre las muchas orillas de lo que entendemos por “comunidad”. Tuve el honor de participar hace unos meses en el jurado que le otorgó a “The Tribe”” el premio France 4 Revelation, solo uno de los tres galardones que se llevó de Cannes. Me alegra corroborar que su potencial no está enmarcado en el circuito de festivales de Clase A, sino que su impulso radical es capaz de golpear consciencias allá por donde pase.
“Piu Biu Di Mezzanote”, o “Más oscuro que a medianoche” de Sebastián Riso, es otra de las cartas fuertes de Europa en Morelia. Está situada en Catania, una población al oriente de Sicilia, y sigue los pasos de un muchachito andrógino después de su escape de un hogar opresivo. Es una actualización interesante de los primeros postulados neorrealistas y una honesta incursión en un territorio emocional y geográfico poco frecuentado. No es mi película favorita de la Semana de la Crítica, me parece tremendista y algo desgarbada, pero su sinceridad le da varios puntos.
En cuanto al resto de la selección internacional, nada he disfrutado más hasta ahora que el nuevo Cronenberg, “Mapa a las estrellas”. Más de uno la ha vendido como comedia negra, pero a mi nada me despierta más pavor ni más angustia que esa California amoral y lustrosa por donde Julianne Moore, John Cusack y Mia Wasikowska sacan a pasear unos traumas de Edipo que solo pueden mantenerse a raya con un batallón de ansiolíticos y un abultado fajo de dinero sucio. Una imperfecta y gran película de Cronenberg.
En el otro lado está “The Rover”, de David Michod, una aburridísima, pedante y parsimoniosa exploración del vacío en medio de una Australia posterior a una crisis financiera de dimensiones apocalípticas. Guy Pearce y Robert Pattinson se pasean por carreteras polvorientas, buscando un auto robado e imitando mal a personajes de Cormac McCarthy o de Albert Camus. Curiosamente, el Pattinson que aparece desdibujado y soso en la película de Cronenberg, en “The Rover” presenta la mejor interpretación de su carrera hasta el momento. Es una pena que los aciertos de la cinta terminen ahí.
Por último, hay que dejar constancia de que “Diplomacia” de Volker Schlondorff no es ninguna película menor en la trayectoria del (de por si irregular) cineasta alemán. Se trata de un dueto a dos voces, casi teatral, entre un oficial alemán y un diplomático de la resistencia durante la última noche de la ocupación de París, en el crepúsculo de la Segunda Guerra Mundial. Bla bla, lo vimos ya mil veces, si, pero la exploración de las mentalidades nacionales que despliega el director de “El tambor de hojalata” no es para tirarse en saco roto, y menos cuando pensamos que ese diálogo franco-alemán ha tenido ecos incluso en el manejo bilateral de la reciente crisis europea.
Morelia sigue adelante, y ya volveremos mañana, con otras anotaciones sobre lo que se exhibe hoy.
Foto: Escena de la película “Diplomacia” de Volker Schlondorff