Por Arantxa Sánchez Luna
Premio Distrital

Crítica 2 de 3 (Escrita durante el seminario)

Un hombre agrio. Necio. Frío. Senil. Un joven opuesto. Padre e hijo. Lógica e ilógica. Izquierda y derecha. Blanco y negro. El pasado nostálgico y el presente veloz, escurridizo, se conjugan en “Nebraska”, la “Nebraska” del director estadounidense Alexander Payne que es, al mismo tiempo, la ciudad y el anhelo de Woody y Dave: los soñadores que viajan.

Mencionada y olvidada en diversas premiaciones, “Nebraska” (2013) teje una crítica sutil a la sociedad norteamericana actual sin la necesidad de una sátira feroz, desalmada, explicita: da completa libertad al espectador de deducir, le ofrece un respiro para asimilar temáticas, delicadas por sí mismas, como el deterioro gradual en la calidad de vida al envejecer, el delirio o la crisis económica americana.

Woody (en una actuación precisa y bien armada de Bruce Dern) es eso: hacía el final de su vida, carga los vicios y heridas del pasado que resultarán en los principios de la demencia senil aferrada a un premio falso; por otro lado, su hijo David (Will Forte), con un sentido más humano, decide ser parte de la mentira y buscar la identidad de ambos más allá del padre anciano y el hijo vendedor de ventiladores.

Así, la evidente preocupación por la construcción y evolución de los personajes, de presentarlos, de hacer un acercamiento paulatino a lo que son, a su narración, es latente: ¿Qué tanto se conoce a la familia? ¿Por qué se es de tal o cual forma?¿Qué nos define? La dinámica de comunicación entre Woody y David se desdibuja en un estira y afloja de descubrimientos y justificaciones, de numerosos por qué, de dudas, de presión.

El trabajo de Payne tiene una profunda atmosfera nostálgica sobre la vida descentralizada en Estados Unidos acentuada en la fotografía del habitual colaborador de Payne, Phedon Papamichael. De esta manera, la película tiene una línea muy personal en donde la capacidad de dirección envuelve con calidez y se propia del blanco y negro, lo saca del capricho creativo y logra que su función como recurso plástico se transforme en el vehículo emocional de los personajes y su entorno: quizá no habría una Nebraska (la ciudad) tan melancólica sin la supresión de los colores, quizá no habría un Woody ni un David en las tabernas, en las carreras, tal y como son: con virtudes y defectos.

Al explorar los escenarios, el viaje se convierte en un personaje, un protagonista más que habla de una clase media inmovilizada en el sillón, frente al televisor, en crecer, vivir y morir en el mismo lugar con una curiosidad anestesiada. Al parecer, Woody es un agente extraño, es la celebridad del pueblo porque, lejos del rumor del millón de dólares, aquel viejo agrio, con o sin la demencia de por medio, consiente o inconscientemente, trata de alejarse de la rutina, de ver al anhelo y capricho de su edad como un modo de sobrevivencia.

Con una filmografía relativamente corta, Payne pone en marcha las líneas argumentales que definen su trabajo: las temáticas familiares como en “Los descendientes” (2011), el viaje road movie como necesidad liberadora en “Entre Copas” (2004) o el universo de la senectud en “Sobre Schmidt” (2002); con esta mescolanza, se comprueba que realizar un cine cercano, digerible, ameno, es posible, un cine que se preocupe por la forma y el fondo.

“Nebraska” podría calificarse como un momento de madurez en Payne: planos largos, tomas con un encuadre más pensado, realizable, la saturación del blanco y negro, es decir, el esfuerzo por emplear una plástica más singular, el acompañamiento musical de la armónica, la guitarra del compositor Mark Orton que permiten entender la otredad y tratar de vencer una barrera de jerarquías universales propias de Estados Unidos: el hijo ya no es sólo hijo, ahora es guía, padre, hermano.

La obra de Payne no es sólo comedia, no es sólo drama. La crisis social e individual en los personajes se alimenta de ambas, de un hibrido que retoma elementos para armonizar al mismo tiempo situaciones hilarantes, densas y crudas que suceden una a la otra: el estado de vida de Woody y Dave son trampolines y complementos en su viaje personal desde Billings, en “Montana”, hasta Lincoln, en “Nebraska”.

En “Nebraska” lo predecible funciona. La compenetración que logra Payne a través de los escenarios y los personajes, evita que lo que ya se sabe desde el inicio, canse o importune. El marcado estilo en la forma-fondo ayuda a convertirla en una de las obras más pertinentes en la carrera del también escritor y productor estadounidense.

Los soñadores viajan. No importa si son contrarios o el impulso para hacerlo es sólo aire. Sin saberlo, los protagonistas se dignifican y, con ellos, quizá una película que fue injustamente olvidada, justo como la memoria de Woody, David y “Nebraska”.

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