Por Hugo Lara
Cada vez que el director Darren Aronofsky estrena una película es buena noticia para los cinéfilos (o al menos casi siempre), en virtud de su trayectoria llena de imaginativas y originales obras como “Pi” (1998), “Réquiem por un sueño” (2000) o “El cisne negro” (2010), entre otras. Este año se ha repetido este efecto con “La ballena” (The Whale, 2022), una de las películas nominadas en 2023 al Oscar (en tres categorías: mejor actor, mejor actriz de reparto y mejor maquillaje), donde especialmente ha causado revuelo el papel de obeso que interpreta Brendan Fraser.
En esta ocasión, Aronofsky adaptó una obra teatral de Samuel D. Hunter, centrada en Charlie (Fraser), un profesor universitario de literatura que sufre sobrepeso y que está al borde del colapso. La relación con sus alumnos la lleva a cabo a través de sesiones en línea, siempre con su cámara apagada. Además, Charlie entabla amistad con un joven emisario de una secta religiosa que se propone salvarlo. Estas líneas narrativas confluyen en su conflicto principal: intentar reconociliarse con Ellie (Sadie Sink), su hija adolescente que lo detesta por haberla dejado a ella y a su madre para iniciar un romance con un ex alumno.
Desde el propio título, “La ballena” juega con la metáfora acerca de la gordura del protagonista, aunque de paso conecta con la imprescindible novela “Moby Dick” de Herman Melville, donde el famoso cetáceo literario es aludido como un símbolo de los conflictos de los personajes.
A nivel de realización, hay que subrayar el enorme peso que lleva sobre sus hombros Fraser, no solo en maquillaje y prostéticos de látex sino actoralmente, pues aparece frente a cámara en casi todas las escenas y, por lo general, de forma convincente. En este sentido, es visible la carcaza teatral de este filme, con una estructura tradicional, donde entran y salen personajes a una sola locación (la casa de Charlie), tienen un nutrido intercambio de diálogos y cada uno cumple con su arco dramático gracias a un suceso que los hace transformarse, redimirse, perdonarse y/o aceptarse.
“La ballena” aborda temas sensibles, como la obesidad como estigma social, factor de vergüenza, de rechazo o de subestima personal. El guion, además, viste al protagonista de un gran sentimiento de culpa y una profunda depresión, asociados en mayor o menor grado por el distanciamiento de su hija y por el final trágico de su novio. En todo ese sombrío entorno, quizás excesivo para algunos como buen melodrama, Aronofsky intenta equilibrarlo con la luminosidad de Charlie, quien es generoso y no ha perdido su sentido del humor a pesar de todo.
“La ballena” es un eslabón que se une a otras películas que, denro del género de drama, se asoman a la vida de gente obesa y su sufrimiento como otras cintas memorables del tipo de “¿A quién ama Gilbert Grape?” (1993) o “Precious” (2009). En su competencia por el Oscar, es difícil que obtenga los premios por mejor actor y actriz de reparto frente a otras candidatas más fuertes, pero puede ser que por maquillaje saque alguna ventaja. “La ballena” se exhibe estos días en la Cineteca Nacional y otras salas.