Hay películas que más vale disfruta en plan de un cinéfilo común: la gran aventura en pantalla, las hazañas de los piratas, de los justicieros como El Zorro, como el Pirata Negro o, especialmente, como Robin Hood.

El cine de aventuras le dio a Hollywood -desde sus inicios allá por
los años veintes del siglo pasado- la enseñanza de lo que era el
espectáculo cinematográfico y también un fabuloso negocio: la emoción,
la épica, el romance, la belleza de las estrellas los duelos de espadas, las batallas, y todas aquellas
fantasías que no eran accesibles al ciudadano que compraba un boleto en
la taquilla pero se ilusionaba apoltronado en su butaca con el exotismo de los héroes de leyenda.

Un estupendo artículo de Alberto Duque, con aquellos antecedentes cinematográficos, también aparece publicado en CorreCamara.com, para aquellos que quieran hugar más en la filmografía de Robin Hood, cuya iconografía cruza generaciones de casi un siglo de cinéfilos, pues cíclicamente es redescubierto el personaje, con variadas perspectivas y texturas.

Este año nos enfrentamos a la versión de Ridley Scott (Blade Runner), el afamado director británico que ha acudido a la leyenda del bandolero que roba a los ricos para ayudar a los pobres, en la Inglaterra medieval. Se ha servido de los oficios de su ya predilecto actor, Rusell Crowe, con quien ha filmado sus últimas películas, algunas de ellas de mucha resonancia, como Gladiador (Gladiator).

Es difícil esperar algo nuevo de un personaje tan socorrido, tan citado, tanto en el cine como en la cultura popular en general. El Robin Hood de Scott, acaso, tiene ciertos hallazgos, algunos giros novedosos, pero en general, nada que sorprenda de fondo. Se trata de una historia que busca establecer el origen de su leyenda, eso sí, filmada con la eficiencia de un viejo lobo de mar, lo cual es lo más atractivo: un cineasta, Scott, que ha visitado todos los géneros, de la ciencia-ficción (Alien) al drama contemporáneo (A Good Year), y desde luego, el cine épico, ya aludido con Gladiador. Scott es un mago que sabe sacar, en el momento justo, algunos trucos de su chistera.

En esta película, entre las escenas que mejor demuestran su sentido del lenguaje cinematográfico que lo ha hecho un cineasta superior a la media, a partir de la inteligencia que le permite destacar detalles y actitudes, hay que observar aquel, lleno de humor e ironía, en que un simple cocinero francés, en un arrebato de osadía, logra matar al mítico rey inglés Ricardo “Corazón de León” (Danny Huston). O bien, el bucólico momento en que el rey francés, Phillipe (Abraham Belaga), come ostras al lado de un río y, en esa acción, su sangre corre para pactar con un traidor.