“Naked Lunch”.
Por Matías Mora Montero
“Larga vida a la nueva carne”, himno de “Videodrome”, se ha convertido en un fuerte grito de guerra dentro del cine y las conversaciones alrededor del mismo. Y ahora, las calles comienzan a susurrar un nuevo grito, uno que declara a la cirugía como el nuevo sexo. ¿Qué tienen en común estos alocados y radicales conceptos? Un genio canadiense de nombre David Cronenberg, a quien por el momento tengo posicionado como mi cineasta favorito de todos los tiempos.
Y ahora que se avecina el estreno de su nueva película en nuestro país, “Crimes of the future”, me doy a la tarea de recorrer su obra de forma escrita y tratar de enfatizar las temáticas esenciales que la han definido. La filmografía de Cronenberg es una que, a mí parecer, no se puede dividir por piezas ni por etapas. O no necesariamente. Es por ello que en el libro “Cronenberg por Cronenberg”, una recopilación de las entrevistas que le han realizado al maestro a través de los años de su vasta carrera, se le llama “Proyecto Cronenberg” a la misma, pues se trata de un cuerpo entero y una analogía adecuada a las temáticas que cada parte de este cuerpo cinematográfico nos tiene que ofrecer.
Si bien no es su único fuerte, uno de sus más reconocidos es justamente el género del terror corporal, una rama del terror que explora nuestra conexión con el cuerpo, la traición que éste nos puede provocar tras un cambio brusco en su estructura y el cómo todo esto afecta nuestra interacción con el ambiente en el que habitamos y viceversa. Cronenberg ha trascendido a la historia del cine como uno de los mayores, sino es que el mayor exponente del terror corporal. Divagando por esta rama del cine desde sus meros inicios e incluso antes de incursionar en el cine, Cronenberg sentía una fascinación muy particular hacia el cuerpo humano, la biología en general y también hacia los coches, otro punto clave para más adelante.
“Crimes of the future”.
De hecho, Cronenberg se metió a estudiar ciencias, aunque fue en esa época de su vida que se fue inclinando más a las artes y terminó graduándose en la carrera de Letras con todo y honores. Lo interesante ahí es que Cronenberg no salió de la universidad decidido a ser escritor, su mente aún lo traía dando vueltas entre diferentes posibilidades: científico, escritor e incluso conductor de autos de carreras. A la par, su círculo cercano de amigos constaba en su mayoría de melómanos y cinéfilos apasionados, que lo llevaban de vez en vez a ver obras de Fellini o Bergman.
Y si bien las películas de Fellini lo fascinaban, fue una cinta canadiense poco conocida la cual, según él, lo acercó más a la idea de convertirse él mismo en un cineasta. Se trata de la cinta de nombre “Winter Kept Us Warm”, del año 1965 y dirigida por David Secter, perteneciente al cine independiente de la época y filmada en Toronto, lugar de nacimiento y vivienda de Cronenberg. Dicha película fue hecha por amigos cercanos a Cronenberg, incluyendo el director, que era un compañero escolar de Cronenberg, quien hasta ese momento de su vida nunca se había podido siquiera imaginar que él pudiera hacer una película, pues ningún familiar cercano a él trabajaba en el cine. La idea siquiera de poder llevar a cabo una producción cinematográfica en Toronto le parecía descabellada, así que el poder ser testigo del resultado final de “Winter Kept Us Warm” fue un momento esencial en la vida de Cronenberg y lo llevó al rumbo del cine. Cabe mencionar que, actualmente, esta película es prácticamente inaccesible y tan sólo puedo imaginar qué otros aspectos de la misma conmovieron lo suficiente a Cronenberg para empujarlo hacia el cine.
Otro dato curioso en torno a la incursión del cine de parte de Cronenberg es que él no estudió cine. Al momento de prepararse para filmar sus primeros cortometrajes, aprendió el lenguaje cinematográfico meramente a partir de diccionarios y revistas, las cuales, claro, estaban involucradas con temas de los distintos medios audiovisuales. Tengo la teoría que esta enseñanza autodidacta que Cronenberg se otorgó a sí mismo es una base esencial de todo aquello que lo ha definido, ya que recae en su instinto, en la confianza y certeza que tiene sobre sí mismo y que lo ha llevado a romper las reglas del cine a través de un deseo de mantenerse fiel a sí mismo. Este admirable acontecimiento lo vemos a lo largo de todo el “Proyecto Cronenberg” y desde sus primeros y más experimentales largometrajes, como “Stereo” y “Crimes of the future”, los cuales ahora mismo pasaremos a discutir, hasta varias de sus obras más recientes, y en especial me gustaría destacar “Cosmópolis”, del año 2012. Con su entonces escaso conocimiento de la creación cinematográfica, Cronenberg emprende su viaje por esta con dos cortometrajes bastante caseros titulados “Transfer” y “From The Drain”, de los años 66 y 67, respectivamente. Son cortos cuya realización y concepto se mantenían simples, pero que ya mostraban algunos destellos de todo aquello que estaba por venir, aunque, claro, no es hasta que Cronenberg consigue una beca y logra filmar su ópera prima Stereo, en el 69, que notamos ya un fruto de la mayoría de las ideas que ha estado persiguiendo a lo largo de estos años.
“Stereo” me parece una pieza sumamente interesante, tanto en su forma como en su contenido. Verla es toda una experiencia, sin sonido directo en la película e intrigantes imágenes que nos son presentadas acompañadas por narraciones que, a veces, parecen estar conectadas con lo que se nos otorga visualmente y, a veces no, pues el misterio de la forma que Cronenberg le dio a la obra se va desenvolviendo ante el espectador y, si bien para el final de la película lo comprendemos, es indudable que las piezas faltantes nos dejan cuestionando qué tanto realmente pudimos comprender y qué tanto tuvimos que construir con nuestras propias piezas para intentar terminar el rompecabezas. Aún con que es un temprano ejercicio del realizador, gracias a su atrevimiento narrativo, visual y sonoro se vuelve una obra muy rica, con raíces en el cine experimental, pero no cayendo en lo abstracto, pues encuentra un balance que, me parece, es aquel que normalmente sólo alcanzan grandes y reconocidas obras como “2001: Odisea del espacio” de Kubrick, o “El Espejo” de Tarkovsky.
“Stereo”.
Resumiendo la anécdota que la película narra, podríamos decir que se trata de un grupo de personas que llegaron a ser pacientes en un experimento relacionado con la telepatía y que se han reunido tiempo después para convivir; su comportamiento se extiende de lo más cotidiano hasta actitudes grotescas e irreverentes. Aquí ya damos con el legado que su educación en la ciencia le dejó al cineasta: las narraciones que van acompañando la película parecen provenir de los científicos participantes en el experimento, aunque a veces no nos es difícil imaginar que podrían provenir de los pacientes, aquellos seres intrigantes que deambulan por un hermoso edificio –la Universidad de Toronto, con una arquitectura brutalista que le da un poderoso sentido de ambientación a la película– de nuevo, es una ejecución majestuosa que recompensa al espectador, tanto con respuestas como con intrigas al terminar su metraje.
Se notan a su vez, y como ya mencioné, las semillas que crecerán desde las raíces para conformar el “Proyecto Cronenberg”. Ahí comienza la investigación del cuerpo humano y sus efectos tras un cambio. Empezamos a tener un vistazo a la idea de la “nueva sexualidad”, temática esencial en el cine de Cronenberg. En “Stereo” se comenta de manera incluso explícita en una de las narraciones, donde se declara que el ser humano no es realmente predeterminadamente heterosexual, ni homosexual ni bisexual. Se trata de una sexualidad más primitiva en instinto, que según se da a entender despertó en los pacientes tras el experimento, la cual es descrita como omnisexualidad. Concepto ya popular hoy, pero vaya, para esa época hablar de la omnisexualidad era abordar nuevas fronteras, cercanas a la bisexualidad o pansexualidad. La onmisexualidad se basa en la atracción hacia todo tipo de identidades de género y orientaciones sexuales.
Cronenberg se expande a partir de este concepto para demostrar el lado depravado y a la vez libre del acto sexual humano. Cuestiona, en el caso de los telépatas: ¿Acaso el telépata dominante telepáticamente somete a su pareja sexual? ¿Dónde entran las reglas del reino animal, del lado primitivo del humano, en una situación de este tipo? Lo cual, por supuesto, aporta a la indagación que un cambio tan radical en la función del cuerpo le hace al alma. Claro que Cronenberg, a partir de “Stereo”, se encarga de enriquecer la idea de la nueva sexualidad de maneras cada vez más inesperadas en su filmografía. Un ejemplo inolvidable proviene, por supuesto, de “Crash”, película estrenada en el 96, la cual personalmente me parece su mejor obra a la fecha (a días de ver su nueva cinta, cabe mencionar), donde el enfoque narrativo se le da a un grupo de personas, cuya excitación sexual se da con los coches y se intensifica al sufrir daños chocando sus vehículos. Aquí podemos ya embarcarnos en otro de los temas más recurrentes y esenciales dentro del “Proyecto Cronenberg”, el cual vendría siendo la obsesión humana, y si queremos especificar aún más, la obsesión humana con la tecnología. Con esto pretendo saltar hasta el 2012 con “Cosmopolis”, ya que siento que ahí se da una idea clave que nos permite comprender bastante el por qué Cronenberg se ha acercado tanto a este tema y lo ha ido relacionando al futuro y, por supuesto, a la evolución humana.
En “Cosmopolis”, película que sigue a un joven rico en camino a cortarse el cabello y sus diferentes encuentros en su limusina durante el trayecto, se nos habla de cómo el humano utiliza la tecnología para moldear el futuro. Nuestro miedo a la muerte radica en la incertidumbre del futuro, podríamos incluso argumentar que la fe y las distintas religiones que se han esparcido a lo largo de la historia humana surgen a la par del miedo y la esperanza con que el desconocido futuro nos aguarda; una sombra cada vez más cerca y simultáneamente más lejos, cuyas sorpresas se convierten en memorias que, de manera paralela, se convierten en cenizas, mientras el propio tiempo se desvanece ante nosotros. El hecho es: el futuro es un concepto que, al desnudarlo, resulta aterrorizante por donde lo veas. La tecnología nos da una oportunidad bastante accesible de moldearlo, aunque, claro, hay centenares de relatos esparcidos por los distintos medios, en los cuales se nos advierte del peligro de esto, pero los humanos no escuchamos, nos cautiva demasiado toda la luz artificial que nos rodea, todos los movimientos indirectos que logramos a través de las grandes máquinas, incluso todas las armas que llegan a desatar el odio guardado. La tecnología crea tanto como destruye. Es justo en esta misma secuencia de “Cosmopolis” que se da un diálogo que se alinea a esto: “La urgencia por destruir es una urgencia creativa”.
“Cosmopolís”.
Este diálogo me parece eternamente fascinante. Se puede abordar desde distintas perspectivas y todas pueden llegar a ser acertadas, pues creo que en su núcleo esta idea retrata una gran parte de la esencia humana, de la esencia creativa. Dos conceptos que a la par no podrían estar más relacionados de lo que ya están: de la esencia creativa surge el nacimiento del ser humano. Aquí algo que se da es lo impactantes y vinculados que todos los temas de Cronenberg están entre sí. La nueva sexualidad tiene todo que ver con el futuro y, a la vez, con el inicio, con la esencia humana. Para Cronenberg, hablar del futuro es hablar del presente y del pasado, todo a la vez, es hablar de la historia y la evolución humana, es retratar nuestras desesperaciones más profundas y desatarlas en un caos repleto de sexo, dolor, sangre y locuras.
La creación se esparce en toda su obra, incluso en sus personajes: Bill Lee, el protagonista de “Naked Lunch”, es un escritor frustrado; Seth Brundle, el icónico científico que a través de su tremendo conocimiento intelectual crea aquel artefacto que lo llevaría a su perdición inevitable en “La Mosca”. Todos están involucrados en la nueva sexualidad y la obsesión, incluso en aquellas obras recientes del maestro, que a primera vista parecen no continuar ciertos patrones de su trayectoria al tener la paciencia de asomarse por el telón, observamos no sólo el seguimiento de estos temas, sino el brillante atrevimiento de buscarles nuevas respuestas.
David Cronenberg es un director de renombre que, a pesar de su edad y trayectoria, sigue indagando con la misma curiosidad que un niño pequeño suelto en el vasto mundo de la condición humana. Es en “Eastern Promises” que Cronenberg observa a la nueva sexualidad como un fenómeno internacional, donde las interacciones y dinámicas sociales son la clave para comprender el comportamiento humano, todo esto envuelto en un fascinante relato de mafia. A esto quiero llegar, porque me parece admirable y fascinante la facilidad que Cronenberg ha tenido para diversificarse en su obra reciente y aún así mantener aquella esencia y consistencia temática que tanto lo ha caracterizado. A su vez, esta consistencia no lo ha llevado a convertirse en un disco roto, todo lo contrario: su indagación hacia el comportamiento, tanto físico como mental en el humano, ha ido adaptándose a través de los tiempos. Su estética está en constante moldeamiento gracias a su falta de temor ante su instinto. Está en permanente conversación consigo mismo y, gracias a ello, la conversación se convierte en una con la audiencia.
Sin embargo, Cronenberg tampoco muestra temor a regresar a ciertos viejos hábitos, su equipo de producción se llega a mantener similar con el paso del tiempo y constantemente trabaja con una mezcla entre actores con quienes previamente ya ha colaborado y caras nuevas. Mientras que en su obra y estructura, por ejemplo, hay ciertos elementos de “Cosmopolis” que me traen de regreso a sus primeras dos películas ya discutidas. O simbolismos en “A History of Violence”, de 2005, que me traen de regreso a “Shivers” del 75, específicamente el uso del espacio para enfatizar en los temas tratados y tener una cierta concentración material sobre los mismos. En “Shivers” serían aquellos complejos habitacionales en una gran isla, en los cuales se lleva a cabo la película, y en “A History of Violence”, me parece que tanto la cafetería en la que trabaja el protagonista como la gran mansión donde toma lugar la emocionante conclusión de la película se alinean en uso aquellos complejos habitacionales.
Y ahora su nueva película, homogéneamente titulada como su segunda, es su anticipado regreso a aquel fuerte de su carrera al cual conocemos como terror corporal: “Crimes of the future”, de 2022, me llena de intriga. He visto el tráiler una cantidad de veces que no es para nada saludable, sus diálogos me cautivan y me llaman por más: “Hemos sentido que el cuerpo está vacío. Vacío de significado”, una frase que se repite constantemente en mi mente, resuena con la búsqueda emprendida por la mayoría de los personajes que han deslumbrado las pantallas del “Proyecto Cronenberg” por décadas, un entendimiento genuino y profundo ante aquel recipiente conformado por sangre, huesos y carne por el cual se nos permite existir, mínimo en un plano material y sólido. Aquel que, en caso de disrupción, cambia el curso entero de nuestra manera de habitar el espacio y nuestra interacción con los demás seres que encontramos en el mismo.
Una simple y cercana experiencia a este fenómeno me ocurrió hace alrededor de un mes o mes y medio a lo mucho, cuando regresando en bicicleta de casa de un amigo, yendo sobre la Avenida Patriotismo, unos topes me dieron una no muy grata sorpresa y salí volando, movimiento que, claro, me causó un par de raspones y una confusión inmediata ante lo sucedido. Espero no hacerlo sonar como algo sumamente dramático, ya que realmente no lo fue. No hubo consecuencia alguna a la que se le podría considerar grave y es que debo admitir que esa ha sido mi suerte. Aún con mi fascinación por el horror corporal, nunca me he roto ni un solo hueso ni he tenido accidentes cuyas consecuencias en mi cuerpo hayan sido irreparables ni extremadamente dañinas, pero regresando a la anécdota de la bicicleta, el raspón protagonista de esta historia ocurrió en mi rodilla, tenía la forma de un jacuzzi, cuya agua era roja y cualquier contacto por más ligero posible con la superficie me causaba un dolor infernal. Las vendas que me pusieron, supuestamente para curar, al tener que ser removidas y cambiadas en un ritual matutino se convertían en la tortura física cotidiana que me aterraba a cada momento tras despertar. De nuevo, espero no hacerlo sonar más dramático de lo que fue. Por un par de semanas este dolor cambió por completo mi movimiento, tanto en un sentimiento individual como en el cómo me movía por la ciudad. La bici no era una opción, el extender mi pierna constantemente me causaba una molestia muy particular y ni hablar de subir escaleras, la molestia no se manifestaba necesariamente ahí, pero en general detesto subir escaleras. Ante esta situación, cerca del final de la tortura decidí volver a ver “La Mosca” de, por supuesto, David Cronenberg y mi fascinación por el cineasta canadiense se enriqueció. Puedo asegurar que el proceso por el cual sus personajes se transforman y se abren se convirtió en algo extrañamente cercano.
“David Cronemberg”. Ilustración de Cuauhtémoc Rodríguez.
Además, no fue hace mucho que pude ver “Crash” en cines, una tremenda experiencia que me dejó un sentimiento que sólo puede ser descrito como una combinación entre presenciar algo tan bello que sólo puede ser repugnante y algo tan repugnante que sólo puede ser bello. Y es aquel sentimiento tan confuso que Cronenberg ha logrado dominar: sus mundos son calmados, las voces susurran, pero las imágenes gritan con una simbología compleja y rica, llena de capas que en cada vista el espectador logra simultáneamente entender más y entender menos, pero el entendimiento no lo es, entre el terror, entre el complejo drama, siempre se esconde un romance, una desesperación, una esperanza, es decir, un sentimiento. Porque Cronenberg, al ser, hasta cierto punto, el maestro del instinto, entiende que es así como los seres humanos –incluso aquellos alienados de las formas y comportamientos humanos–, nos movemos en el sentir y de ahí nace la ciencia, el terror y el futuro.
Ese es David Cronenberg, o bueno, tan sólo una introducción, porque tengo el presentimiento de que cada palabra en el vocabulario humano podría de alguna u otra manera servir para describir su trabajo. Así que este fue tan sólo un pequeño asombro por el gran telón. Espero que con esto haya aquellos que se aventuren a los mundos del maestro del terror corporal y que, como yo, esperen con ansias el próximo jueves, día en que en cines seleccionados se estrena “Crimes of the future”, así que sin más que decir por ahora, larga vida a la nueva carne.