Por Hugo Lara

Akira Kurosawa fue un creador universalmente japonés cuyas películas logran que los espectadores de diversas latitudes puedan identificarse con la compleja y a veces contradictoria visión humanista que busca desentrañar. Su vasta obra que prácticamente navega por todos los géneros (desde el cine social hasta el thriller, del cine de aventuras al melodrama), siempre alude a una constante, a un tema que el propio realizador se planteó como la interrogante que flota en todas sus cintas: ¿por qué los hombres no pueden ser más felices juntos?

Kurosawa nació el 23 de marzo de 1910 en Tokio y fue el séptimo hijo de una familia que cobijaba los principios y valores del Japón ancestral. Desde sus primeros estudios, se aficionó a la pintura y, en un segundo plano, al cine y a la literatura, influenciado por su hermano Heigo, con quien mantendría un vínculo estrecho hasta que éste se suicidaría.

Hacia 1928, el joven Akira decidió formarse por su cuenta como pintor. En esa época, amplió su gusto por el cine, el teatro, la música y la literatura, especialmente la rusa. Las películas norteamericanas y europeas que por entonces consumía con voracidad, fueron determinantes en su futuro como realizador.

En 1936, Akira consiguió casi por accidente su primera oportunidad en el cine como asistente de dirección en “Tokyo Rapsody”. Ese mismo año conoció al director Tajiro Yamamoto, que se convirtió en su maestro y con quien colaboró frecuentemente hasta 1943, cuando dirigió su primera película, “La leyenda del judo”. Desde entonces, Kurosawa desarrolló una de las más brillantes y prolíficas trayectorias dentro de la cinematografía mundial.

La obra de Kurosawa está poblada de sus inquietudes más hondas y sinceras: la enseñanza y el aprendizaje sobre la vida (“Barbarroja”, “Los sueños de Kurosawa”); los vericuetos que enredan a lo noble y a lo abyecto (”El ángel ebrio”); la honorabilidad y el cultivo de la discordia (“Trono de sangre”, “Kagemusha”, “Ran”); los deseos de gratitud para el ser humano (“Dersu Uzala”), el desaliento y la búsqueda de la verdad (“Los bajos fondos”, El camino de la vida”), por decir algunos. Pero además de haber sido un pensador, Kurosawa fue un hombre con esperanzas. De ahí el hecho de que sus relatos varias veces duden del pesimismo y de la solemnidad y giren, en cambio, hacia la dulzura que el cine puede dispensar. Para él, siempre el ser humano merece una oportunidad para redimirse y ser mejor.

Sin embargo, quizá el atributo que descolla en las obras de este cineasta y que se convierte en el vértice de sus otros elementos narrativos, es su refinado pulso de esteta, su asombrosa capacidad para armonizar todo el caudal de la imagen y el sonido para construir una unidad perfecta, en cada plano de su películas, donde lo que existe —los personajes, los diálogos, los escenarios, los movimientos, la música— obedece a un cálculo y a una exactitud diseñadas con precisión. Por eso, como autor acostumbrado a tener el control absoluto de sus creaciones (en la mayor parte de sus películas, además de director era guionista), sus detallados dibujos tienen la autosuficiencia para ser algo más que guías de rodaje o story boards.

Por otra parte, si bien es cierto que Kurosawa se sirvió del cine norteamericano y europeo, y de su literatura (Dostoievski en “El idiota”; Shakespeare en “Trono de sangre” y “Ran”; Gorki en “Los bajos fondos”; McBain en “El infierno del odio”, entre otros) es justo decir que después devolvió el favor a las cinematografías occidentales (“Los siete magníficos”, por ejemplo, está inspirada en “Los siete samurais”, o “Por un puñado de dólares”, de Sergio Leone tuvo su origen en un plagio de “Yojimbo”) . Pero también acudió con frecuencia a las referencias de su propio país, al teatro y a los escritores nipones (especialmente a Shugoro Yamamoto). El sesgo occidentalizante del que tanto lo acusaban sus detractores, se oponía a la mirada abierta del cineasta y a su manera de entender a su lugar, su tiempo y su moral. No obstante, el acercamiento de Kurosawa a otras culturas, combinado con su fuerte raigambre japonés, lo hizo más auténtico y original que la coraza nacionalista en la que se apoltronaron muchos de sus coterráneos.


“Rashomon”


Sus periodos, sus películas

La filmografía de Kurosawa puede dividirse en varias etapas: la del perfeccionamiento de su lenguaje cinematográfico, que comprende desde “La leyenda del judo” hasta “Nuestra juventud” (1946). El segundo, en la que logra definir su estilo e imponer su toque personal sobre los relatos, que va desde “Un maravilloso domingo” (1946) hasta “Escándalo” (1950). Para ese entonces, el actor Toshiro Mifune inicia una fértil relación profesional con Kurosawa.

El tercero, en el que alcanza la consagración y la madurez como realizador, desde “Rashomon” (1950), considerada su primera obra maestra, hasta “Barbarroja” (1965). “Los sietes samurais” (1954), una de sus cintas más aclamadas, termina por afianzarlo en la cúspide. Después de ésta, Kurosawa sigue un camino ascendente con  obras como “Trono de sangre” (1957), “Los malvados duermen bien” (1960) y “Sanjuro” (1962), entre otras.

Finalmente el cuarto periodo, sin duda el más difícil de su vida -un intento de suicidio lo demuestra- por la dificultad que tuvo para encontrar financiamientos para sus proyectos. Esta etapa, de largos intervalos entre película y película, comprende desde “El camino de la vida” (1970) hasta “Madadayo” (1993).

En gran parte de este último momento, Kurosawa continuó su carrera con el apoyo del extranjero.  De esta manera, fueron los soviéticos quienes le financiaron la hermosa “Dersu Uzala” (1975). Cinco años después, Francis Ford Coppola y George Lucas lo respladaron en “Kagemusha”.

De sus últimas tres películas, es quizá “Los sueños de Kurosawa” fue apoyado por el financiamiento de Steven Spielberg, George Lucas y Martin Scorsese, “Los sueños de Kurosawa” está compuesta por ocho episodios de temas diversos pero en los que impera un tono onírico en la que se expresa la intimidad del artista, con sus obsesiones y sus fantasías más recurrentes. Para muchos, esta película se trató de su “canto del cisne”. Falleció el  6 de septiembre de 1998, en Tokyo.

“Los siete samurais”

“El ángel ebrio”

“Ran”

Uno de sus storyboards

FOTO DEL INICIO: Kurosawa en el set de “Kagemusha”.

 

Por Hugo Lara Chávez

Cineasta e investigador. Licenciado en comunicación por la Universidad Iberoamericana. Director-guionista del largometraje Cuando los hijos regresan (2017). Productor del largometraje Ojos que no ven (2022), entre otros. Director del portal Correcamara.com y autor de los libros “Pancho Villa en el cine” (2023) y “Zapata en el cine” (2019), ambos con Eduardo de la Vega Alfaro; “Dos amantes furtivos. Cine y teatro mexicanos” (coordinador) (2015), “Luces, cámara, acción: cinefotógrafos del cine mexicano 1931-201” (2011) con Elisa Lozano, “Ciudad de cine” (2010) y"Una ciudad inventada por el cine (2006), entre otros.