Por Emiliano Basile
EscribiendoCine.com-CorreCamara.com
Con “María”, Pablo Larraín completa su trilogía sobre mujeres icónicas del siglo XX. Como en “Jackie” y “Spencer”, el director propone un retrato impresionista donde la realidad y la ficción se funden en una exploración poética del mito y la intimidad de su protagonista.
Con María Callas (María, 2024), Pablo Larraín cierra su trilogía dedicada a mujeres icónicas que, desde su relación con el poder y la fama, intentaron liberarse de las ataduras impuestas por un sistema patriarcal. Tras Jackie (2016) y Spencer (2021), el director chileno vuelve a recurrir a una estrella de Hollywood -en esta ocasión, Angelina Jolie- para dar vida a la legendaria soprano María Callas en una biopic que se aleja del clasicismo narrativo para sumergirse en una introspección onírica y poética.
A diferencia de otras biografías cinematográficas convencionales, María Callas evita el recorrido lineal de la vida de su protagonista y opta por una estructura fragmentada. La película se ancla en el ocaso de Callas, presentándonos su muerte en París el 16 de septiembre de 1977 como punto de partida. A partir de allí, el relato se construye en un juego de flashbacks que oscilan entre el recuerdo, la alucinación y la realidad distorsionada por la subjetividad de la diva.
En este viaje introspectivo, la soprano se enfrenta a sus fantasmas personales: la pérdida de su voz, su relación tormentosa con Aristóteles Onassis, los conflictos con su madre y su compleja relación con su propia imagen. La biografía se disuelve en una “fábula a partir de una tragedia real”, en la que el montaje y la puesta en escena enfatizan el carácter ficcional de la representación.
Desde el punto de vista formal, Larraín despliega una estética dual que alterna entre la estabilidad y el caos. Los planos simétricos y estáticos refuerzan la sensación de letargo y vacío en la vida de Callas, mientras que la cámara en mano y los travellings inestables marcan sus momentos de crisis y desesperación. La iluminación expresionista y la presencia de atmósferas pesadillescas sumergen al espectador en la mente perturbada de la protagonista, intensificando la sensación de colapso emocional.
La música juega un papel fundamental en la construcción del relato. A través de interpretaciones de pasajes de sus óperas más emblemáticas, la banda sonora refuerza el carácter trágico de su historia, fusionando arte y vida en un mismo gesto. La voz de Callas resuena como un eco del pasado, un símbolo de lo que fue y ya no puede recuperar.
En su última semana de vida, Callas escribe una autobiografía que solo existe en su mente. La entrevista que estructura el relato se ve constantemente cuestionada: el entrevistador, llamado Mandrax (como la droga que ella consume), sugiere que todo lo que vemos podría ser una alucinación. En su subjetividad, Callas construye su propia existencia, reafirmando la idea de que, para ella, la vida y la ópera eran una misma cosa.
Larraín nos ofrece un retrato poético de María Callas, donde la belleza de la imagen y el poder de la música se combinan para plasmar el drama de una artista atrapada entre la gloria y la soledad. María Callas reafirma la figura de Callas como una heroína trágica cuya vida, como su arte, se movió siempre entre la pasión y el sacrificio.
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