APUNTE V

MIS PRIMERAS VECES

Ulises Pérez Mancilla

Para Jorge Ayala Blanco, en México siempre estamos realizando óperas primas. Y es que no sólo la mayoría de los realizadores del cine nacional son debutantes, sino que el tiempo entre una ópera prima y una segunda o tercera obra es tan espaciado que difícilmente un director puede dar continuidad a su trabajo, convirtiéndolo siempre en un nuevo intento por “volver a empezar”. El síndrome del eterno debutante.

Muy pocos directores de las últimas generaciones gozan del privilegio de haber filmado más de dos largometrajes: Alan Coton, Carlos Reygadas, Julián Hernández, Beto Gómez.

Cuando realicé mi entrevista para ingresar al CUEC, en verano de 2005, cometí la osadía de decir que “tenía” dos películas. Lo dije ingenuamente, asumiéndolas como mías, motivado por el espíritu del trabajo colectivo que me había tocado vivir en los rodajes en los que hasta entonces había contribuido. Desde los peldaños más bajos o desde el puesto estratégico sin aparente voz, empecé a percatarme de lo valioso que era contar con un buen equipo de trabajo. De cómo el director construye su película desde la decisión más mínima y de cómo, no importa cuanta experiencia o genialidad se tenga, el soporte fundamental para afrontar una filmación es “su gente”.

La magia del cine o gran parte de ella radica en la voluntad y la confianza que otros depositan alrededor de la figura del director. De ese afanoso (a veces tortuoso) ritual de llevar a buen término el barco de otro con fe ciega, no importa si se es amigo del susodicho, si se cree en su arte o simplemente si está recibiendo un salario y por jerarquía debe cuadrarse ante él.

Recuerdo haberme sentido ridículo ante el romanticismo de mi postura:

− ¿Y si ya tienes dos películas, para qué quieres entrar al CUEC?

En el sarcasmo de la pregunta supe que asumir una película como mía por el hecho de haber sido parte del equipo representaba un atrevimiento, algo realmente fuera de lugar para los cánones tradicionales. Entonces me sentí obligado a aclarar que tenía dos películas, una como asistente de producción (La vida inmune) y otra como script (El cielo dividido); y ellos se sintieron en la necesidad de aclarar: “Vaya, yo dije, si ya dirigió, pues va por buen camino, qué hace aquí”.

No entré al CUEC, pero desde entonces hasta hoy, he acompañado a varios directores en su primera aventura cinematográfica, o lo que es lo mismo, he tenido hartas primeras veces. Y cada película es una oportunidad de aprender un poco más, de la vida misma y de cómo se construye el lenguaje cinematográfico, cada película significa crear experiencia dentro del set, a veces, incluso más que un director. Cada película es la suma de esfuerzos de decenas de personas cuya realidad se fragmenta en pos de la realización de la misma. Una película lo es todo mientras se filma, y hay que saber desprenderse de ella para poder subsistir a la otra.

De filmarse pronto, Incólume sería mi ópera prima, pero no mi primera del todo. Algo así como mi primera octava película.