Por Ulises Pérez Mancilla.
  

Chile dominó el palmarés del pasado Festival Internacional de Cine de Guadalajara llevándose los premios de mejor documental y mejor largometraje de ficción en la sección de competencia iberoamericana correspondientes a Nostalgia de la luz de Patricio Guzmán y Postmortem de Pablo LarraÍn, que a su vez obtuvo los galardones de mejor actor, fotografía y una recomendación para los Globos de Oro. A ellas se suma la coproducción México-Chilena La lección de pintura, protagonizada por Daniel Giménez Cacho. En conjunto, tres filmes que conforman un valioso manifiesto social sobre la dictadura militar en tres períodos: la gestación, el conflicto máximo y la preservación y repercusión de la tragedia a distancia como vía para retroalimentar la memoria.
  

LA LECCIÓN DE PINTURA
  

Los orígenes de la inconformidad social narrados de manera pulcra bajo un esquema tradicional de biopic, a través de la infancia de un niño genio que siente atracción por la pintura y es ayudado por un boticario (Daniel Giménez Cacho) a desarrollar su arte, circunstancialmente dotado de una sensibilidad volcada hacia el pueblo. El pequeño pinta por pasión, pero descubre muy tempranamente los alcances de su obra cuando simpatiza con las imágenes de la gente manifestándose en las calles.
  

El óleo del director Pablo Perelman, exiliado en México de 1975 a 1979, es el de una nación ingenua. Casi como la que Patricio Guzmán recuerda en el preludio de su documental. Chile bajo la libertad de pensar que se puede manifestar y luchar por un mundo mejor. De pelear bajo la impotencia de ver sus ideales marcharse como un globo que se eleva por los aires. De rendirse bajo la tremenda responsabilidad de dejar pasar para luego enmendar.
  

Sin desvincularse del melodrama central del pequeño artista (basado en la novela corta de Adolfo Couve), el pueblo donde se desarrolla la historia es pintado como una sociedad desencantada, si bien no a los niveles neuróticos de Postmortem, sí lo suficiente como para que nos quede claro su regreso a la vida cuando el pequeño estimula el aprecio colectivo hacia la pintura. El niño pronto se convierte en un halo de luz con una inolvidable lección moral bajo el brazo.
  

Ante la devastación y el sinsabor atragantado de percibir un país en su máximo punto de quiebre a través de una historia mínima, con un personaje valeroso, Perelman, que tenía 19 años sin filmar una ficción, matiza de manera hermosa la tragedia. Si en el universo se producen eventos de la magnitud de un big bang, insinúa Patricio Guzmán vía Nostalgia de la luz, quizá enfrentarnos a estas crisis humanas sea parte de nuestro propio sistema de permanencia. Estructuras y reestructuras que más vale analizar antes que enterrar, tal como lo hizo Pinochet con los miles de desaparecidos políticos que aun ahora, claman su lugar en la historia.
  

POSTMORTEM
  

El desencanto enfermizo, entre férreo y autista de Mario Cornejo (Alfredo Castro) y el año en que se atrevió a enamorarse antes de que la soledad lo volviera más cartón de lo que ya era, cobra un sentido inmenso al ocurrir el año del golpe de estado a Salvador Allende. Un hecho ordinario y lejano en su vida de no ser porque la morgue donde trabaja es ocupada por el ejército y comienza a llenarse de cadáveres. Otra vez, los mismos que se pulverizaron en el desierto.
  

Al igual que en La lección de pintura, se trata de un retrato del Chile efervescente de 1973, con sus calles llenas de gente dispuesta a ejercer su libre albedrío. De hecho, hay una situación que bien podría hilar ambas películas: Una manifestación paraliza el tráfico y decenas de personas pasan sus reclamos por encima de los autos parados. Adentro de ellos, en una historia un niño busca realizarse como artista y observa fascinado una expresión de vida pura. En la otra, un hombre mayor pasa por alto los hechos, agobiado y enmarañado por su imposibilidad de transmitir los sentimientos de empatía a una mujer que él jura es “la mujer de su vida”, aunque ésta le haga la competencia en carencia de humanidad.
  

Mario Cornejo es un personaje apático, carcomido y gélido que busca el amor bajo sus propias reglas. Su indiferencia social es sólo la proyección de su hermetismo personal que le ha impedido desarrollarse feliz; no obstante que ha creado un mundo donde su grisura es cómoda y hasta poderosa; ¿es la figura de éste personaje una metáfora crítica sobre la otra mitad de Chile que fue orillada circunstancialmente a convertirse en cómplice del espíritu atroz de Pinochet? ¿la película, una abogacía por quienes se convirtieron en torturadores? ¿con aquellos que no comulgaron con el pensamiento de Salvador Allende y hoy andan por las calles cargando el peso de sus ideales de guerra?
  

Pablo Larraín (de espíritu político contrario a Perelman y Guzmán, e incluso, nacido posteriormente al golpe de estado) continúa el análisis del período bajo la inquietud de explicarse qué pasó ahí a través de una cruda exposición de hechos y una tanda de preguntas no necesariamente apegada a una ética-moral esperada, pero todas ellas ansiosas, incisivas, necesarias; adjetivos puestos a través de una cámara dura y planos áridos que sin dejar de indagar en el contexto socio-político, jamás abandonan la hecatombe personal de un tipo que contempla una masacre como quien mira el matutino televisivo, pero que reacciona feroz ante la ofensa a su de por sí pateado destino personal.
  

Lo que al final de La lección de pintura es un nudo en la garganta que pasa de trago amargo a temple ético-esperanzador, aquí es un dolor permanente, ahogado. El tono fúnebre de Postmortem va de la carcajada paródica a la crueldad total. Una oscilación de emociones que quedan perfectamente enmarcadas en un cuadro rutinario de horror social.
  

NOSTALGIA DE LA LUZ
  

La complejidad de este documental no es fácil de digerir. Lo que hoy es ficción ayer fue realidad. Y lo que en el pasado representó dolor, frustración y vergüenza; en el presente pugna una lucha por trascender a fuerza de conciliación en perdón, esperanza y acción. Nostalgia de la luz es una necesidad personal de Patricio Guzmán por explicarse su país de origen, pero lleva consigo tantas y tantas estrellas como el firmamento. Su premisa es lo que reza ese memorable prólogo de P. T. Anderson en Magnolia: “podemos haber terminado con nuestro pasado, pero el pasado todavía no ha terminado con nosotros”.
  

En esta brillante obra, el documentalista va de la significación metafísica al dolor sin respuesta, de la nobleza de la ciencia a la impotencia de recuperar a un ser querido en fragmentos; de la comprensión de un evento inherente a la naturaleza humana, al planteamiento de la hipótesis científica de que el presente no existe y por lo tanto vivimos en el pasado (y con los hechos del pasado) más allá de lo que marcan nuestras convenciones sociales del tiempo a propósito de la velocidad de la luz.
  

Coincidencia o no, el documental rescata cómo la naturaleza hace coexistir en un mismo espacio astronomía e historia, pasado y presente, muerte y vida, olvido y perdón. En el desierto de Acatama, el mismo lugar donde Pinochet mando enterrar los cuerpos de los desaparecidos políticos, existe uno de los centros de investigación astronómico de mayor importancia en el mundo. Ahí, donde se realizan estudios como los que aseguran que el mismo calcio de las estrellas, es el calcio de los huesos que en la actualidad los familiares siguen buscando para hacerse creer que sus seres queridos han muerto.
  

Preservar la memoria histórica sobre las atrocidades humanas, fue una constante a través del cine sobre la Segunda Guerra Mundial, centrándose en el nazismo; sin embargo, toca turno a cinematografías menos poderosas a nivel industria, de imponer su legado crítico con la constante con que ahora lo hace la cinematografía chilena, sea por parte de veteranos sobrevivientes, hijos de sobrevivientes o nuevas generaciones que siguen sin comprender lo ocurrido, viviendo en el pasado para entender y dar sentido a su presente.