Por Déborah Farjí Núñez
Pocos llegan a la cumbre y se mantienen haciendo lo que, en manos de otros, simplemente resultaría un esperpento. En esta ocasión, Woody Allen se equipara con la transcendencia histórica de quienes retrata en su última entrega: artistas que crearon lo propio, fuera de los márgenes y la lógica de su tiempo y que, para ello, forjaron una larga trayectoria en el dominio de su técnica.
Medianoche en París presenta a Inez y Gil, una pareja norteamericana a punto de casarse que viaja unos días a la ciudad luz en compañía de los padres de la joven. La magia de la capital francesa hechiza a Gil Prender, un exitoso guionista de Hollywood quien sueña con terminar su primera novela y vivir una vida distinta. Interpretado por Owen Wilson (Marley y yo, 2008), el chico idolatra la década de los 20 y su legado artístico, manteniendo la intención de sumergir su obra en los tintes de la época. Sorprendentemente, al llegar la medianoche su fantasía se vuelve realidad, llevándolo a inmiscuirse en la vida nocturna de escritores expatriados norteamericanos así como con Adriana, una hermosa mujer, quien le hará cuestionarse la relación con su prometida.
Esta odisea la recrea un elenco singular: Rachel McAdams (Te amaré por siempre, 2009), Marion Cotillard (La vida en rosa, 2007), Kathy Bates (Dolores Claiborne, 1995), Adrien Brody (El pianista, 2002), Michael Sheen (La Reina, 2006) y la primera dama francesa y cantante Carla Bruni, entre otros.
Guardada la proporción, el personaje de Gil podría remitirnos a Roy de su predecesora Conocerás al hombre de tus sueños (2010) o bien, al mismo Allen en una posible reflexión sobre sus decisiones de juventud. Sea cual fuere su inspiración, el neoyorquino ilumina esta comedia romántica con las míticas reuniones de la intelectualidad dorada en la casa de Gertrude Stein (Bates), centro de los movimientos de vanguardia, en donde el protagonista ve desfilar a íconos del arte y las letras como Pablo Picasso, Salvador Dalí (Brody), Ernest Hemingway, Zelda y F. Scott Fitzgerald, Luis Buñuel, Cole Porter, T. S. Eliot, y demás contemporáneos.
Sin duda, los filmes de Woody Allen tienden a escindir al público. Usualmente sus cintas tienen poca presencia en las salas comerciales del país, y el número de espectadores se reduce a quienes ya conocen su obra. Sin embargo, Medianoche en Paris es una buena oportunidad para reunir a cinéfilos y no tanto en una comedia incluso familiar, capaz de apelar a cualquier espectador.
Habiendo estrenado una película por año, ininterrumpidamente desde 1977, las comedias de Allen quizá no pasen a la posteridad como él mismo reconoce en el documental que Robert B. Weide (Cómo perder a tus amigos, 2008) realiza en su honor y que está por estrenarse a finales del año. No obstante, este filme – y su sencillez- hace una rica alusión a la generación perdida después de la primera guerra mundial, en una mezcla de realismo y fantasía tan estupenda que sólo podría salir de las manos de quien mantiene aún su voz propia.