Por Ulises Pérez Mancilla
  

Algunos surgidos de los concursos nacionales de producción y coproducción de cortometrajes del IMCINE, otros de los ciclos escolares del CUEC y el CCC, unos más de la creciente veta independiente, ya sean de animación, ficción o documental, se trata de la nueva generación de cortometrajes mexicanos que a partir de este semestre, arrancan su corrida por los festivales nacionales que los albergan con primordial atención: Guanajuato, Morelia, Monterrey, Short Shorts. Algunos de ellos ya de salida, otros iniciando su exhibición y a la espera de ser captados por mercados internacionales, hermanados todos en su búsqueda por un espacio de exhibición que los acerque a la gente. A continuación, la primera de dos entregas, donde presentaremos algunos de los más relevantes.
  

En aguas quietas
  

De la directora Astrid Rondero. Sin haberse presentado públicamente, irrumpió a principios de año en la terna del Ariel al mejor cortometraje. Se le ha podido ver ya en el Festival de Guadalajara, en la Muestra Fílmica del CUEC y está próximo a presentarse en el Festival de Montreal a finales de agosto. Como pocos trabajos, destila sensibilidad, inteligencia y un poderoso estilo cinematográfico. La anécdota, parte del reencuentro de dos mujeres en torno a la vuelta cíclica de una decisión que ha marcado sus vidas en el pasado. Parte de un guiño hacia la transgresión personal en conciliación con la lucha por la esencia de uno mismo, pero deviene en poderosa crítica social en torno a la necesidad de imponer el respeto a las diferencias en un ambiente hostil. María René Prudencio ofrece una actuación soberbia.
  

Extraño rumor de la tierra cuando se abre un surco
  

Un corto documental que se suma a la propuesta de una generación de jóvenes cineastas que han hecho del minimalismo y la carencia económica un esquema de producción en el país (Julio Hernández y Nicolás Pereda, entre ellos). Ganador ya de un premio en el Festival Cinéma du Réel de París, es dirigido por Juan Manuel Sepúlveda (“La frontera infinita”) y se trata de un plano secuencia de veinte minutos en el que una mujer guatemalteca recuerda las atrocidades de la guerra mientras afana con ayuda de su familia, un huerto en la comunidad 31 de mayo. Limitado al terreno de la cámara objetiva, coquetea con el fascinante mundo del cine dentro del cine pero se desvanece conforme se siente la necesidad forzada de sostener el plano hasta donde la realidad deja de sorprender.
  

Juan y la borrega
  

Un cortometraje dirigido por el joven realizador J. Xavier Velasco que responde a la afrenta de violencia absurda que vivimos en el país, imponiéndose al calor de las noticias cruentas como una moraleja anárquica de una sociedad sin ley. Altamente efectivo e impactante de principio a fin, explota con eficacia un sentimiento de impotencia/rabia a través del personaje de Juan, un empleado timorato que al borde de la muerte, no sabe porque quiere mantenerse con vida, pero quiere seguir viviendo. El corto es como un respiro abrupto dentro de las cada vez más saqueadas aguas de la pobreza inverosímil, la migración y el realismo mágico, pero sucumbe al poner todo el peso de su valía en la mera anécdota, limitando el conflicto existencial de su personaje a una problemática ocasional que impacta por su efecto, pero no por su profundidad.
  

Sitios prestados al aire
  

Se suma al catálogo del cine de migrantes, desde una visión joven y femenina, en torno a los que se quedan (como antes ya lo hiciera con mucha sensibilidad Jorge Pérez Solano en “Espiral”, recientemente estrenada en televisión abierta por Canal 22). Ésta vez, la propuesta es de Maider Oleaga, una directora de origen extranjero que suma su inquietud al tema, a través del punto de vista de una niña que comprende poco pero resiente lo suficiente la ausencia del padre, que en busca de un futuro mejor, abandona a su familia en el camino. Oleaga acierta en la dirección de sus actrices (un buen reparto encabezado por Adriana Paz, Xel-Ha y la niña Andrea Díaz Peña) y cierra con solvencia su metáfora sobre la pérdida de la inocencia con la migración como telón de fondo, muy a pesar de su abrupto final.
  

Río Lerma
  

Lo dirige Esteban Argonoiz y ganó el Ariel al mejor corto en su categoría. Se instaura en el escaso y selecto número de cortometrajes documentales que se producen en el país (prácticamente surgidos de los ejercicios escolares del CUEC y el CCC). De manera clara y coqueteando con el lenguaje de la llamada “publicidad social”, Argonoiz deja que las imágenes hablen y a través de un acertado montaje emprende una sutil vuelta de tuerca al lugar común de la conciencia social; evidenciando claramente el origen y las consecuencias de un problema (en este caso, la contaminación del individuo hacia los ríos) y de cómo aunque obvio, suele pasar desapercibido. Lo que en otro contexto pudiera ser un efímero y bienintencionado spot televisivo, abanderado por la iniciativa privada tratando de curarse en salud, Argoniz lo convierte en una postal cinematográfica de auténtica denuncia ecológica para la posteridad.
  

Borreguito
  

De Antonino Isordia. Sorprende el giro temático y de tono que hay entre “1973” (su documental nominado al Ariel en 2005) y esta historia, aparentemente sórdida, pero al final del día engañosa y con un mensaje difuso sobre la violencia intrafamiliar rural. Del tipo de cortos que fascinan a los jurados del Concurso Nacional de Cortometrajes del IMCINE, con elocuente vuelta de tuerca como cierre fastuoso (heredero directo de la insufrible “El horno”). En el campo, una niña vuelve a casa de pastorear ovejas con la angustia de haber perdido al “canelo”, debido a la reacción violenta de su padre tendrá al enterarse. El sólo hecho de que no se haya reparado en el exceso (tizón de mugre embarrada) de maquillaje que lleva la niña protagonista en el rostro, denota de antemano un prejuicio arraigado sobre lo que cinematográficamente es la pobreza para quien no la conoce.
  

Cenizas
  

Una joven viaja a España a depositar las cenizas de su madre al mar, actuando extrañamente hosca, pero movida por una desazón hostil que la mantiene prendida a su fantasma antes de dejarla ir de una vez por todas. Se trata de un corto que apuesta por la estética y el viaje de búsqueda (tanto en la ficción como en la aventura cinematográfica real) como inspiración. Algo de ella recuerda a “Volver” de Almodóvar pero abordado desde un tono sombrío, cuyo verdadero conflicto de la protagonista es descubrirse como la continuación de su madre, vista como un espejo, donde metafóricamente se refleja a través de su urna. Dirige Ernesto Martínez Bucio.
  

Con una nota
  

Realismo mágico en su máxima expresión, ejecutado bajo todas las convenciones del género con amplia eficacia. Un niño violinista sufre una tragedia climática que arrasa con su pueblo, ubicado a las orillas de un río. Al día siguiente, confundido entre lo real y su imaginación, se erige como un héroe que, cual flautista de Hamelin, revive a su gente a través de sus ejecuciones musicales. El director es Jordi Mariscal, ex periodista de El País, egresado de la New York Film Academy. Acaba de filmar su ópera prima, “Canela”, protagonizada por Ana Martín en su regreso al cine desde “Corazones rotos” de Rafael Montero, en una apuesta por hacer un cine familiar al estilo de “El estudiante”.
  

Qué importa corazón
  

De Ehécatl Garage, director egresado del CCC que se caracteriza por imprimir un tono distintivo en su obra, hasta ahora breve (autor de “Laszlo”), pero ansiosa de experimentar bajo esquemas clásicos aderezados de un particular estilo desinhibido, fresco y ambicioso que se libra de salir raspado ante los riesgos y escapa destacado de las convenciones más férreas del cine mexicano sin traicionar su esencia. “Qué importa corazón” es un interesante ensayo sobre cine negro con bastantes cabos sueltos a razón de utilizar la historia como forma, para cobijar un impulsivo melodrama de amor y desencanto, valiéndose de una notable dirección de actores (entre ellos, Adriana Paz, en rotundo apoyo a los cortometrajistas este año, y Alberto Estrella). Prometedor.
  

Angustia
  

El corto es un referente claro en cuanto a la necesidad de ampliar las temáticas de nuestra cinematografía. En el pasado Festival de Guadalajara, León Rechy, el director, actualmente estudiante del CUEC con estudios en psicología y filosofía en la UNAM, dejó clara su postura en torno a su preocupación por hacer “un cine ecológico”. En este sentido, pone la carne al asador de manera irónica/metafórica, apostando por nuevos horizontes elaborando un dilema bioético que enfrenta la consideración moral animal con la perspectiva ética humana antropocentrista. El corto fue seleccionado en el próximo Festival Internacional de Cine de Monterrey dentro de la competencia internacional.