Por Miguel Ravelo
Uno de los primeros estrenos en llegar a las salas de cine en México al iniciar 2020 fue “El caso de Richard Jewell” (“Richard Jewell”, 2019), trigésimo octavo largometraje de ficción dirigido por Clint Eastwood, quien ha logrado cimentar una de las más prestigiosas carreras en Hollywood tanto al frente como detrás de las cámaras. Ya sea como actor, director, productor y hasta compositor en algunas de sus películas, Eastwood ha sabido forjarse una carrera extraordinaria hasta convertirse en una indiscutible leyenda viviente.
En esta ocasión, Eastwood, director y productor de la película, elige nuevamente contar una historia basada en un hecho real, como ya lo hiciera en las recientes “Sully: hazaña en el Hudson” (Sully, 2016) y en “15:17 Tren a Paris” (The 15:17 to Paris, 2018). “El caso de Richard Jewell” se ubica durante el atentado ocurrido en Atlanta, Georgia, en 1996, mientras se llevaban a cabo los Juegos Olímpicos de verano en esa ciudad.
Richard Jewell (Paul Walter Hauser) es un hombre de 33 años que durante toda su vida ha mostrado un respeto hacia la ley y las instituciones gubernamentales estadounidenses que raya casi en la veneración, y uno de sus más grandes sueños es convertirse en policía y ser parte de un sistema que considera incorruptible. Luego de desenvolverse en cargos menores de vigilancia en oficinas o universidades y ser despedido de éstas por su obsesión por el cumplimiento de la ley y los reglamentos, se convierte en guardia de seguridad de una de las sedes de los Juegos Olímpicos de Atlanta. Mientras se celebra un concierto masivo, Jewell descubre una mochila abandonada bajo una de las bancas del lugar. Fiel a su actitud de seguir los protocolos al pie de la letra, Jewell alerta al resto de las autoridades y al equipo antiexplosivos, que luego de revisar la mochila y confirmar la existencia de varias bombas caseras en ella, se muestran incapaces de desactivarla o siquiera de tener una idea de las medidas que deben tomarse. Al borde de la desesperación y sabiendo que las bombas pueden activarse en cualquier momento, Jewell intenta evacuar a los cientos de personas asistentes y alejarlas lo más posible del explosivo. La bomba estalla, lesionando a decenas de personas y provocando la muerte de dos de ellas.
Luego del caos y de las investigaciones iniciales, Jewell, un hombre introvertido y con no poca dificultad para relacionarse con las personas, se encuentra bajo los reflectores de los noticiarios de todo el país, que lo encumbran como un héroe que logró que las bajas del atentado fueran mínimas gracias a su pronta reacción. El protagonista ve cómo el sueño de su vida comienza a tomar forma: las figuras de autoridad lo reconocen y muestran como un héroe, provocando al mismo tiempo el orgullo de Bobi, su madre (Kathy Bates) y de toda su comunidad. Sin embargo, mientras las investigaciones continúan y sin poder dar con un culpable ni esclarecer el caso, el agente del FBI Tom Shaw (Jon Hamm), con ayuda de la poco escrupulosa reportera Kathy Scruggs (Olivia Wilde), dan un giro a los acontecimientos y colocan a Jewell como el principal sospechoso del atentado, tergiversando los hechos ocurridos esa noche y sugiriendo que lo más lógico es que el mismo guardia plantara el artefacto explosivo, buscando después convertirse en un héroe. De la noche a la mañana, Jewell ve invadida su privacidad y destruida su reputación. Todos los noticiarios lo consideran sospechoso de un brutal acto terrorista, y la única persona a la que puede acudir es el abogado Watson Bryant (Sam Rockwell), quien decide tomar el caso para probar la inocencia de Jewell y evidenciar los malos manejos de las instituciones y la prensa.
Uno de los más atractivos puntos en “El caso de Richard Jewell” es la forma en que Eastwood aborda la reacción tanto de la prensa como del gobierno estadounidense al abordar el caso. Si inicialmente parecían aceptar a Jewell como un héroe, al verse completamente incapaces de encontrar al culpable y reconociendo la vulnerabilidad y exposición en la que esto los colocaría ante la sociedad, deciden manejar los hechos a su conveniencia para que la opinión pública llegue a la conclusión, aparentemente incuestionable, de que el atentado fue perpetrado por el propio Jewell. Eastwood es particularmente incisivo en mostrar que los encargados de velar por la seguridad, la justicia y la información no tendrán el menor reparo en destruir la vida y reputación de una persona con tal de mantener las apariencias. Continuar mostrándose como un gobierno incorruptible que logra resultados, por un lado, y una prensa astuta, capaz de llegar a las últimas consecuencias de una investigación para alcanzar la verdad, aunque la realidad esté muy alejada de esto y los intereses personales de la reportera y el agente asignados al caso sean los primeros en tomar acción.
La bola de nieve comienza a crecer y el director consigue mostrar lo aterrador que puede ser la necesidad de encontrar culpables, aunque esto suponga destruir a una persona, y cómo los medios manipulan la información para dictar lo que es necesario que la sociedad crea y piense para mantener el status quo. Eastwood va más allá, logrando inclusive provocar al espectador. Sabemos desde un inicio, por la forma en que la historia se desarrolla, que Jewell es inocente. Sin embargo, no teme mostrarnos al personaje a la luz de su realidad: es un hombre cuyo apego a la ley e instituciones y dificultad para desenvolverse en la sociedad, podría sugerir algún trastorno en su personalidad; inclusive, cuando el FBI catea su casa, encuentra un pequeño arsenal que provocaría en cualquiera dudar de la estabilidad emocional y el equilibrio mental de Jewell. Eastwood propone una reflexión arriesgada: ¿Cómo habríamos reaccionado en su momento, como parte de la sociedad expuesta a los medios, si no conociéramos la realidad en la que se desenvolvieron los hechos? ¿Qué tan rápida y sencilla habría sido nuestra condena hacia Jewell, señalándolo como el responsable del atentado? ¿Hasta qué punto emitimos juicios y acatamos lo que los medios dictan sin considerar las consecuencias o a las personas involucradas?
El trabajo histriónico no tiene un eslabón débil y cada personaje resulta atractivo y provocador; destaca, entre tanto actor con experiencia más que probada, el trabajo de Paul Walter Hauser encarnando a Richard Jewell. El actor consigue mostrar la vunerabilidad del personaje y hacernos conectar con el terrible proceso al que se ve sometido, inclusive provocando la exasperación por lo correcto de su proceder y por negarse a darse cuenta de que las personas que mantiene en un pedestal son quienes buscan hundirlo, llegando al punto de colaborar con ellos casi aceptando pruebas falsas en su contra. En este sentido, la actuación de Hauser consigue provocar reacciones encontradas, alejándose de las conocidas actuaciones de personajes protagónicos impolutos. La colaboración entre protagonista y director es notable, con Eastwood alejándose de los lugares confortables y seguros a los que podría aproximarse un autor de trayectoria más que cimentada.
“El caso de Richard Jewell” es un muy recomendable estreno que sirve para reafirmar la maestría de Eastwood como narrador de historias arriesgadas y provocativas. A sus 89 años, la firmeza y compromiso hacia sus historias y personajes es incuestionable, y vale la pena darse la oportunidad de disfrutar en pantalla grande la más reciente propuesta de un autor de su relevancia dentro de la historia del cine.