Crítica: “Guasón 2: Folie á Deux”: el hombre que ríe ahora canta, pero no en toda nota acierta.
Por Matías Mora Montero
Las expectativas privan al arte de verdad, generan nociones de lo que una obra debe ser y, por ende, cierran la mente de la audiencia y presionan prejuicios en contra de la expresión y a favor de las reglas, de la organización burocrática de ideas que, dentro del cine, se ha convertido en una máquina de ganancia económica para aquellos de traje. Aquellos que, dentro del sistema de las grandes producciones hollywoodenses, deciden si tu voz, tu idea, importa. Si les hará aquella ganancia que su codicia tanto desea, o mejor vete a Europa, como lo tuvo que hacer Orson Welles, en exilio y esperanza de que allá, los filántropos con interés por el arte sean admiradores de tu obra para que así te la financien.
Por eso “Guasón 2”, con todo y su subtítulo ridículo en francés, es una película a la que le tengo un respeto y admiración considerable. Es una cinta que se ha aprovechado del éxito de su predecesora, la cual recordemos ganó el mayor premio en Venecia, logró la adoración de críticos y audiencias, rompió la taquilla y por ahí se llevó varios premios Oscar, para crear una secuela con una cantidad de riesgos y disparatadas monumentales. Mi primer pensamiento tan pronto acabó fue “aparte de a mí, ¿a quién le va a gustar esta cosa?”, confieso que aún no encuentro la respuesta.
Vamos por partes… La trama recoge los eventos de la primera película dos años después del final de ésta, Arthur Fleck (Joaquin Phoenix) se encuentra en la prisión Arkham, su juicio se acerca y el fallido payaso convertido en asesino y mártir del hartazgo de Ciudad Gótica ya no ríe, su vida se ha vuelto un monótono ciclo de rutina, de obediencia, sus ánimos por contar chistes han desaparecido. Se aísla, y es la frialdad que ha ido adaptando la que hace que uno de los guardias de la prisión, Jackie (el siempre carismático Brendan Gleeson) anoté a Arthur para una clase de canto y, como música para los oídos, el amor entra a su vida. Aquí es en donde entra Lady Gaga como una versión bastante distanciada de Harley Quinn, la icónica novia del Joker, en esta cinta es el único enlace a la política de la primera película y en la narrativa, la encargada de devolverle a Arthur la energía y pasión requerida para que éste se convierta nuevamente en el Joker, cosa que hará de su juicio un circo donde más allá de la culpa y la inocencia, lo que se juzgue sea la salud mental de Arthur, si aquello a lo que designó como Joker es otra identidad o es su verdad desatada.
Y es que esto lo que más me interesó de la película, el cómo se retracta por completo de lo que la primera tontamente proponía, con una madurez que no deja de lado la ridiculez de un musical sobre un villano de Batman. La primera contenía un síndrome lamentable visto en gran parte del cine actual: el protagonista no es más que una analogía superficial de la sociedad. Y es que no es sorpresa que aquella primera entrega haya causado tanto escándalo, nace de una visión extremadamente juvenil de la relación entre individuo y sociedad, un entendimiento nulo de la complejidad del ser, un anarquismo primitivo alejado por completo de la realidad. Al final, nuestro villano es un héroe que baila y es celebrado por toda su ciudad, que comete e inspira crímenes, que transforma su soledad en su símbolo de caos, cosa que me parece, la verdad, muy patético. Imitaba la estética y narrativa de Scorsese, pero con las políticas de tu compañero de secundaria que leía a Marx sin entenderle. Era puro sensacionalismo sin inspiración. Y es que, si aquello era la primera, esta secuela lo que hace es alejar esa alegoría por completo, poniendo su enfoque en la salud mental de Arthur, por fin convirtiendo a este pobre tonto en un personaje complejo y genuinamente trágico. Aquí la culpa ya no es de la sociedad, sino de la naturaleza incomprendida e ignorada de su protagonista. Causa o causada, no se sabe, pero esta naturaleza será la que determine su condena.
De aquí parte la película, de este cuestionamiento de identidades dobles y verdaderas intenciones, de nuestra comprensión de los extremos de casos de salud mental, y de un amor sostenido en ideales falsos. Lee –así designan al personaje de Gaga–, no quiere a Arthur, quiere al Joker y todo lo que esto representa para la gente de Gótica, pero Arthur anda en todo este rollo de descubrir que el Joker no es nadie más que él. Si la primera nos dejaba la imagen del Joker sangrando, bailando sobre un taxi, venerado por el pueblo, es en esta donde cae, y él mismo junto al pueblo tendrá que enfrentar que este mártir falso no es la persona que necesitan. Arthur morirá, pero su figura, la del Joker, será tomada como un símbolo de todo aquello que él no fue, no realmente. Si la locura tiene cura, el juicio por el que pasa Arthur será su única oportunidad de conseguirla; el espejo de la crueldad que le ha infligido a otros lentamente le dirá su verdad; será su turno de decirle al mundo.
Es esta, en resumidas cuentas, la lectura que hago de una película incoherente en estructura, en ritmo y en objetivo, para el confuso y ridículo final, cuando lo que se ve es un licuado de ideas mal curadas, pero impresionantes. Tomemos, por ejemplo, las secuencias musicales, que son infinitas, abruptas y, en gran parte, muy disfrutables. Aquellos adjetivos son tan contrastantes, pero evidencian la naturaleza de una película incierta en su forma.
Todd Phillips, el director de ambas entregas, filma gran parte de estas secuencias como un ataque al propio propósito del musical, se desenvuelven, en lenguaje y narrativa, de la forma más anticlimática posible, haciendo de su propósito uno dudoso y hasta innecesario. Lo mismo pasa con el fantástico inicio, una caricatura al mero estilo de los Looney Tunes que ya adelanta el tema de la doble identidad. Es gozosa y gloriosa de atestiguar en una sala de IMAX, pero más allá de eso, el para qué de ésta es confuso. Es todo parte del espectáculo de este payaso, me quedó a suponer.
En todo viaje que embarca, la película se rebela, es un desastre de inicio a fin con un personaje muy llamativo en el centro de todo esto. Es por eso que no espero que obtenga, para nada, la misma reacción de alabanza que la primera, sino miradas evasivas y negaciones a sus múltiples propuestas cinematográficas. Y es que sí, desde un lente convencional, quizá objetivo, la primera es mejor, es coherente y sencilla, pero esta es infinitamente más interesante y disfrutable, cometida a destruir cada expectativa con tal de estallar en canto.
Ver bajo su propio riesgo en cines a partir de esta semana. Como punto extra menciono que vale la pena quedarse en los créditos, no porque haya alguna escena sorpresa, sino porque se escucha a Joaquin Phoenix cantar “True love will find you in the end” de Daniel Johnston, una de mis canciones favoritas y una agradable sorpresa.