Por Sergio Huidobro

En algún momento de los agitados años ochenta, Susanne, una hippie tardía del Medio Oeste norteamericano, toma un avión hacia los Andes y, durante su paso por Perú, sube a Macchu Pichu y encuentra ahí al amor de su vida: Óscar Angulo, un guía turístico espiritual, alter-mundista, radicalmente andino. Juntos, deciden criar una familia extensa, no en la llanura peruana ni en las alturas meditabundas de Tailandia o Bangladesh, sino en un departamento anodino del Lower East Side neoyorquino.

Pero aún si habitan el estómago del enemigo –sea éste el corrupto occidente, la sociedad americana o la decadente vida urbana– los Angulo harán las cosas a su manera: tendrán tantos hijos como Susanne sea capaz de concebir y los educarán a puerta cerrada, limitando a lo estrictamente necesario el contacto físico con el mundo exterior y sin socializar con nadie que no pertenezca al núcleo familiar. El experimento duró seis hijos, una hija y diecisiete años. “Wolfpack: lobos de Manhattan”, la ópera prima de Crystal Moselle, es la inquietante crónica de los resultados.

Aunque desordenado e insuficiente en la hondura de su retrato, el documental de Moselle logra una experiencia similar a “Grey Gardens” (1975), “Capturing the Friedmans” (2003) o la reciente “The Jinx” (2015) al situar al espectador en la intimidad y en la psicología de un hogar que es también una desviación amorfa, desestabilizadora, de la vida en una sociedad contemporánea. Su efectividad reside en que, casi por inercia, estos perfiles periodísticos superan la extrañeza de ficciones sobre temas similares como “Vida salvaje” (2014) o “El castillo de la pureza” (1972).

Moselle se ha cuidado en casi todo momento de no emitir críticas abiertas hacia sus retratados, aunque el juicio público recae por inercia en el padre, Oscar Ángulo, un ex idealista renuente a toda forma de trabajo cuyo excéntrico proyecto educativo derivó en un alcoholismo perpetuo. Su figura es, a la vez, la sombra omnipresente y la figura ausente en la cinta.

Pero el eje al centro de “Wolfpack” no es la perturbación provocada por la vida monástica de los Ángulo, sino su peculiar educación sentimental formada por unos cinco mil DVD que recorren casi todo el cine americano y a través de los cuales, los chicos Angulo han aprendido prácticamente todo lo que saben sobre el mundo exterior: conocen marcas de limpiadores de tela por “Pulp Fiction” y pueden charlar sobre arena gracias a “Lawrence de Arabia.” Recitan y escenifican secuencias enteras de “The Dark Night” o “Casablanca”, fabrican atuendos, se disfrazan y lanzan preguntas tácitas sobre la naturaleza del cine y la relación que nosotros, los “normales”, guardamos con el mundo a través de las pantallas.

“Wolfpack: lobos de Manhattan” fue estrenada en competición documental durante el pasado festival de Sundance. En la misma sección, pudieron verse retratos que, como éste, intentaron un acercamiento inédito a la otredad de grupos variopintos: desde los sicarios brutales de “Tierra de cárteles” a las jóvenes actrices porno de “Hot Girls Wanted” o los devotos de la cienciología en “Going Clear.” De entre ellos, el acercamiento de Crystal Monelle resulta el más original y, paradójicamente –dada la extraña simpatía que despiertan los Angulo–, el más valiente. A pesar de la profunda incomodidad que despierta, vale la pena la visita a este hogar.