Por
Orianna Calderón
 

¿Las llamaré trabajadoras o empleadas domésticas,
muchachas o señoras que limpian, las llamaré criadas o sirvientas? No puedo
usar ninguno de estos términos sin sentirme incómoda. ¿Cómo llamar a esta
dependencia, esta culpa, este cariño, este agradecimiento, esta rabia? No
tienen un nombre que no sea técnico o denigrante, porque tienden a ser tan
invisibles como su trabajo, como su falta de educación, de oportunidades y
derechos laborales
.[1]
Lo políticamente correcto se confunde con el paternalismo al revisar ese
conflictivo binomio patrona/empleada, donde conviven en dosis semejantes
injusticia y envidia, afecto y gratitud. La sirvienta de planta es,
efectivamente, una empleada que recibe un salario a cambio de limpiar la casa,
cocinar, lavar la ropa, cuidar a los niños: sintetizando, por consagrar su vida
al mantenimiento de un hogar en el que siempre estará en condición de
subordinada. Una relación asimétrica naturalizada, mas no exenta de contradicción
e incomodidad para ambas partes.

Además
de las empleadas domésticas/piezas de atrezzo que sólo forman parte de la
escenografía de casas burguesas, en el cine mexicano se va del estereotipo de
la nana bondadosa/abnegada/sabia consejera -Nacha en Como agua para chocolate (Alfonso Arau, 1992)- a la
trabajadora/objeto del deseo/fetiche sexual: Chabela en Anoche soñé contigo (Marisa Sistach, 1992) o las protagonistas de El día de las sirvientas (René Cardona
III, 1989). Mención aparte merece Juego
de mentiras
(Archibaldo Burns, 1967), adaptación del cuento El árbol de Elena Garro, que fue
estrenada en 1972 como La venganza de la
criada
. La ópera prima de Burns narra el reencuentro de Marta(Natalia Herrera Calles) con su otrora
sirvienta Luisa (Irene Martínez Cadena); mientras la criolla se apoya en el
prejuicio racial para justificar su superioridad respecto a la mujer indígena,
esta última construye un relato donde se mezclan creencias míticas, ritual mágico
y venganza personal, para enmarcar un crimen de odio con tintes de justicia
social.

Marta se volvió a un espejo para observar
sus cabellos bien peinados. Estaba turbada por la repugnancia que le inspiraba
la india.
(…) Sintió vergüenza frente
a esa infeliz, aturdida por la desdicha, devorada por la miseria de los siglos.
¿Es posible que sea un ser humano?
[2]La variable racial como elemento extra
que permite justificar la exclusión de la empleada doméstica, alcanza su epítome
en Angelitos negros (Joselito Rodríguez,
1948), con Pedro Infante en el papel del cuasi-santo cantante José Carlos, la
española Emilia Guiú como su güe/ra/cista esposa, y la cubana Rita Montaner
como la culpígena y sollozante Nana Mercé, quien oculta la truculenta verdad a
su patrona hasta el trágico desenlace
(¡esa negra es tu madre!, grita José
Carlos después de que Guiú ha arrojado a Mercé por las escaleras).

El
guión está adaptado de la novela Imitation
of life
de Fannie Hurst, de la cual también se hicieron versiones
estadounidenses en 1934 (John M. Stahl) y 1959 (Douglas Sirk); además, se vale
de números musicales interpretados por Pedro Infante –por ejemplo, el
poema/canción de Andrés Eloy Blanco que da título al filme- para explotar aún más
las emociones desbordadas de personajes tan rígidos y unitarios como el sistema
de castas y privilegios que perpetúan. Con su silencio, invisibilidad y sumisión,
Nana Mercé se vuelve activa cómplice de una situación de inequidad, a fin de
que su hija pueda acceder a los privilegios reservados a los blancos de clase
alta; destaca que, cuando ella y José Carlos quieren decirle la verdad a Guiú,
es el sacerdote quien les exige seguir mintiendo y proceder cual mártires en
aras de… ¿algo así como paz?

Ese retrato de la buena sirvienta que siempre tiene claro cuál es su lugar, es brillantemente cuestionado por el cineasta
senegalés Ousmane Sembène en su ópera prima La
noire de…
(La negra de…, 1966). Este filme, pionero en la historia
cinematográfica del África negra, narra la historia de Diouana (Mbissine Thérèse
Diop), una joven de Senegal contratada como niñera por un matrimonio francés.
Cuando los patrones le piden que viaje con ellos a Antibes para seguir cuidando
a los niños, Diouana acepta emocionada, pues tiene una imagen idealizada de la
metrópoli. Sin embargo, a su llegada se da cuenta de que su labor de niñera es
sólo una más de las muchas tareas que se esperan de ella como sirvienta de
tiempo completo; los patrones la tratan con creciente desprecio e indiferencia,
algo que, aunado a su analfabetismo y poco conocimiento del francés, la hace
consciente de su situación constreñida y alienada.

Seguro que en Dakar piensan: Diouna es feliz
en Francia, tiene una buena vida. Pero para mí, Francia es la cocina, la sala,
el baño y mi cuarto.
(…) ¿Qué soy aquí?
¿Cocinera? ¿Señora de la limpieza? ¿Lavandera? Estoy sola. Me paso la vida
entre la cocina y mi cuarto. ¿Eso es vivir en Francia?
[3]En La
noire de…
, los personajes intercambian pocos diálogos; sin embargo, abunda
el monólogo de la silenciada: la diégesis, completamente identificada con la
experiencia subjetiva de Diouana, se alimenta de su voz en off para comunicar la vida interior de la joven. Mediante
estos pensamientos en voz alta y una serie de flashbacks, se reconstruye la transición de la ingenuidad soñadora
a la desesperanza del choque neocolonialista.  El desenlace es la trágica subversión de un ser humano
derrotado de antemano.

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Ya
en el siglo XXI y de vuelta a Latinoamérica, el cineasta chileno Sebastián
Silva ofrece el retrato de una nana en crisis tras haber vivido por más de
veinte años con una familia de clase alta en Santiago. El triunfo en el
Festival Internacional de Cine de Sundance fue el inicio del exitoso viaje de La nana (2009) a través de festivales
como el de Huelva, Guadalajara y Cartagena; así, con nominación al Globo de Oro
a cuestas, tuvo mucho mejor acogida en los cines chilenos que la ópera prima de
Silva (La vida me mata, 2007) y,
aunque tiene un tono aparentemente más optimista y de menor compromiso social
que una cinta como la de Sembène, la historia de la nana Raquel (interpretada
por Catalina Saavedra), detonó un debate a nivel nacional sobre los derechos
laborales de las empleadas domésticas. Lo privado es político: no hacen falta
largos diálogos adoctrinadores ni regodeos en la miseria; tampoco personajes
maniqueos del tipo patrones explotadores vs. nanas abnegadas o sirvientas
asesinas vs. burgueses indefensos. Nadie es completamente inocente ni culpable
y los límites del problema son difusos, pero es evidente que se trata de una
relación de poder altamente proclive a 
la explotación.

La película tiene elementos autobiográficos: Silva se la dedica a
sus nanas, y la casa en la que creció es la locación del 90% del filme. De esta
familiaridad con el tema y el espacio, se deduce la destreza con la que el
joven realizador recurre a la cámara en mano para introducir al espectador en
el asfixiante universo de Raquel. Sin grandes desplantes dramáticos, sólo
mediante la observación de la cotidianidad en la casa de la familia Valdez, las
tensiones salen a flote: la nana está exhausta de su rutina servil que, sin
embargo, le ofrece la satisfacción de ser casi
de una familia, en la que se le muestra afecto y gratitud pero siempre por
debajo del hombro. Incapaz de articular su frustración en un discurso y con una
inteligencia emocional deficiente, Raquel habla poco y agrede pasivamente,
primero a la hija mayor de la familia, luego a las sucesivas empleadas que los
patrones deciden contratar para disminuir su carga de trabajo.

Al igual que La noire de…,
el largometraje chileno de coproducción mexicana, tiene como eje el derrumbe físico
y psicológico de una esclava in/voluntaria que cae en el espejismo, una de la
metrópoli-tierra prometida, otra de la pertenencia a/poder sobre una familia.
En ambas, la tradición normalizada de tener servidumbre, sirve como trasfondo
para retratar la búsqueda personal de liberación de mujeres en una situación
marginal; pero las soluciones entre forma y contenido son muy distintas: Sembène
hace un ensayo sobre el neocolonialismo en un estilo cercano a la Nouvelle vague, con un final cerrado y
una serie de flashbacks explicativos;
por su parte, Silva pareciera seguir principios del movimiento Dogma 95 al filmar la cotidianidad de
una casa con cámara en mano y numerosas elipsis, que no dan respuestas, pero sí
elementos suficientes para que el espectador construya sus hipótesis sobre la
introvertida e inexpresiva Raquel.

En los cuatro filmes –Juego de
mentiras, Angelitos negros, La noire de…, La nana-
se problematiza, si bien
de manera más o menos conservadora, la figura de la empleada doméstica. Finalmente, cabe citar la provocadora reflexión
de la escritora Adriana González Mateos: Independientemente de la posición
socioeconómica o la profesión, podemos preguntarnos “¿de quién somos sirvientes? ¿Cuántas veces nuestra conducta y nuestra
palabra posible es también un sí, señor?¿Hasta dónde nos contagia, enferma y
oprime este ideal de abnegación
(…)  que nosotr@s mism@s promovemos y
disfrutamos en quienes trabajan para nosotr@s?”[4]

 

BIBLIOGRAFÍA

-González
Mateos, Adriana, “Atracciones y tensiones entre una güera y una prieta” en
Marisa Belausteguigoitia (coord..), Güeras
y prietas: género y raza en la construcción de mundos nuevos,
México, UNAM-PUEG,
2009, 136 pp.

Angelitos
negros

Dirección:
Joselito Rodríguez. País: México. Año: 1948 Duración: 100 min. Género: Drama.
Guión:                 
Rogelio A. González, sobre la novela de Fannie Hurst “Imitación a la vida.”
Reparto: Pedro Infante, Emilia Guiú, Rita Montaner, Titina Romay, Chela Castro,
Nicolás Rodríguez. Productora: Producciones Rodríguez Hermanos

La
noire de… (La negra de…/Black girl)

Dirección:
Ousmane Sembène País: Senegal, Francia. Año: 1966. Duración: 65 minutos. Guión:
Ousmane Sembène. Reparto: Mbissine Thérèse Diop, Anne-Marie Jelinek, Robert
Fontaine. Productora: Filmi Domirev, Les Actualités Françaises.

Juego
de mentiras/ La venganza de la criada

Dirección:
Archibaldo Burns. País: México. Año: 1967 Duración: 84 min. Género: Drama
social. Guión: Archibaldo Burns, sobre el cuento “El árbol” de Elena
Garro. Reparto: Irene Martínez Cadena, Natalia “Kikis” Herrera
Calles, Michel Clemente Jacques, Magdalena Gallardo. Productora: Cinematográfica
Astro

La
nana 

Dirección:
Sebastián Silva.  País:  Chile, México.  Año: 2009. Duración: 95 min.  Género: Drama.  Reparto: Catalina Saavedra, Claudia
Celedón, Alejandro Goic, Andrea García-Huidobro, Mariana Loyola, Agustín Silva,
Darok Orellana, Sebastián La Rivera. Productora: Forastero, Tiburón Filmes, Punto
Guión Punto Producciones

 

NOTAS


[1] Adriana
González Mateos, “Atracciones y tensiones entre una güera y una prieta” en
Marisa Belausteguigoitia (coord.), Güeras
y prietas: género y raza en la construcción de mundos nuevos,
p. 118

[2] Elena
Garro, “El árbol”, citada en González Mateos, Adriana, Op. Cit., p. 119

[3] La noire de…, Dir.
Ousmane Sembène, Senegal/Francia, 1966

[4] González
Mateos, Adriana, Op. Cit., p. 122 Las
arrobas son mías.