Ulises Pérez Mancilla/Enviado
  

Tlalpujahua. Mich.- Mórbido es un festival sin pretensiones donde todo cabe en su regazo sabiéndolo acomodar. Zombies, vampiros, aliens, rockeros, ¡lucha libre!; de hecho, es el único festival con su propio luchador oficial: “Mórbido” (¡faltaba más!). Y aunque existe un premio a la película favorita del público, el festival carece de esa tensión que da la competencia oficial. De hecho, varios títulos de la programación corresponden a películas de culto con sobrado reconocimiento entre el público. O una proyección al aire libre de “Santa” de Antonio Moreno, o una función de “Phantom of Paradise” de Brian de Palma, o la revisita locuaz a la ochentera “Forbidden Zone” de Richard Elfman, presente en el pueblo y feliz y a sus anchas, homenajeado en cada rincón por los fans.
  

Desayunar en Tlalpujahua en estos días equivale a conocer oficios que residen en una doble identidad. En una mesa, un grupo de jóvenes más bien tímidos y agradables engrandecen el arte de la transformación zombie (¡al grado de hacerlo un oficio!) mientras repasan sus fechas de presentación en la agenda. Los que eran muertos vivientes anoche, hoy endulzan su café intercambiando experiencias de años pasados cual catadores del género: Una auténtico acercamiento a la profesionalización de este guiño al travestismo tétrico que culminará en noviembre próximo en la muy esperada Zombie Walk.
  

La mañana del segundo día del festival arrancó con el estreno nacional del remake-precuela de “La cosa” de John Carpenter. “The thing” de Matthijis Heijningen, proyectada sin subtítulos y recién desempacada de Universal Pictures, se proyectó en un fantástico ambiente de matiné. Adolescentes de secundaria que hacían la pinta, se fueron colando en la sala a la par que un grupo de científicos escapaba de una amenaza extraterrestre capaz de reproducirse dentro de sus propias víctimas. En una atmósfera heredera del mejor Alien, las vísceras explotaban en la pantalla, la sangre escurría y el corazón comenzaba a palpitar fuera de lo normal.
  

Mientras que en el Teatro Obrero, la permanencia voluntaria seguía a través de la noruega “Troll hunter” (de próximo estreno nacional); en La Cofradia (una ex capilla adaptada como cine) el mexicano Ulises Guzmán presentaba su documental “Alucardos: retrato de un vampiro”, recientemente ganador del premio a la mejor Película en el VI Festival Internacional de Terror y Ciencia Ficción de Montevideo. Una película que tardó 5 años en hacerse y que nació siendo un homenaje a Juan López Moctezuma (en palabras de Ayala Blanco, “uno de los excéntricos del cine más consecuentes”… “un director no entendido en su momento”, diría Monsiváis) pero que terminó como una extraña docuficción protagonizada por Manolo y Lalo, dos fanáticos de “Alucarda: la hija de las tinieblas” (México, 1978), del también locutor y productor de Jodorowsky.
  

Guzmán (que dijo gustar de “ponerle bombas en la cabeza al público”) entrega un entrañable ensayo de lo que se vive en este festival y lo lleva hasta sus últimas consecuencias a través del impacto que puede causar una película en el espectador; yendo por dos líneas, la cinefilia (que es donde conecta con López Moctezuma) y la de esa eventual y afortunada conexión que hacemos las personas con el entorno y sus productos culturales, de cómo es el público quien elige y decide ser impactado por la obra y no viceversa, de cómo uno se amalgama a las propuestas con que familiariza por lo que nos ha definido circunstancialmente en el pasado. Una interesante visión (a veces perturbadora, a veces hasta humorística) sobre la complejidad y los matices detrás del fanatismo, la creencia fervorosa como motor de vida, la amistad y el gusto sano por el lado oscuro.
  

Si el desayuno fue con Zombies en su estado humano a la “Clark Kent”, la comida transcurrió entre luchadores de la “triple A” infiltrados en el bufete de los invitados. Literalmente sin máscaras, los rudos platicaban con los técnicos sobre el rol que la lucha juega en el cine nacional y de la pertinencia por insertar a sus luchadores como en los tiempos de El Santo en la producción actual: la nostalgia por volver a la pantalla, con historias renovadas, nuevas. El “Oso” Tapia, que presentaría “Club Eutanasia” al aire libre y que cayó por casualidad en la mesa (habiendo dirigido ya en el Rally Pro del festival de Guanajuato un corto con el luchador El brazo), contaba que recién desarrolló el proyecto de una serie sobre la lucha libre con Lemon Films, de la que se espera luz verde. En esa misma mesa, Dark Dragon (el luchador rudo estelar de la noche) a través de su identidad oculta, en su look de chacal macho musculoso y tatuado, lo confesó valiente: a él las películas de terror le dan miedo.
  

La noche cayó. La plaza atascada de familias en todas las edades y jóvenes ansiosos de ver la lucha estelar: Mórbido contra Dark Dragon, se acomodaban a presión. Niños que como Gremlins, se cuelan de entre las sillas tratando de llegar a las orillas del ring, gritando enardecidos, alegres, fanáticos. Fotógrafos fascinados buscando los mejores ángulos de un espectáculo catártico extrañamente familiar. Tlalpujahua entero del lado de los técnicos, aplaude a los jóvenes luchadores teloneros que, dueños de su negocio, ponen en riesgo su triunfo en la segunda caída, a riesgo de ser llamados “payasos”. Inesperada y reacia, en su papel de manager-aficionada, una niña se acerca a alentar a uno de los técnicos que trata de recuperarse tras azotar en el piso: “Sí se puede”, le dice. Mentadas de madre buenaonda, gritos, porras, papas fritas volando por encima del ring, todo se dispersó cuando Mórbido (¡faltaba más!) alzó los brazos en clara señal de triunfo.
  

Disuelto el frenesí luchístico cómico/mágico, Richard Elfman, el hermano de Danny, se encargó de pintar el lado musical al mostrar en retrospectiva su ópera prima de culto, “Forbidden Zone” (EUA/1982): un alocado híbrido rompecabezas con referencias softporno a “Alicia en el país de las maravillas”: una deschavetada e incisiva fábula sobre los celos, protagonizada por un rey enano, una reina vestida, una rana cogelona, un niño gallina y la dulce Frenchy; todos encerrados en un reino por el que se llega a través de un intestino y se les expulsa como a la mierda.
  

Al director norteamericano, que prometió estrenar el próximo año en Mórbido la secuela tardía de esta película, lo presentó Pablo Guisa, jugando con un dado gigante y vestido de diablo blanco, en su ímpetu por disfrazarse asegún la película que presenta; imprimiendo así su propia personalidad a un festival que crece en seriedad mientras más desenfadado, libre, creativo y profano es.