Por Lorena Loeza
Una de los mejores finales que existen en la historia de la cinematografía lo constituye sin duda, la mítica escena de Charlton Heston, gimiendo entre sollozos, frente a las ruinas de la Estatua de la Libertad. Un perfecto ejemplo de cómo hacer un final sorprendente, en donde el espectador entiende todo el planteamiento de la cinta en una sola escena.
La película original, filmada en 1968 y dirigida Franklin J. Schaffner, es una cinta hoy considerada de culto, que además, también es pionera en eso de hacer perdurar un éxito a través de secuelas, realizadas cada vez con mas incoherencias en relación al planteamiento original y con menor calidad cinematográfica. En total fueron filmadas cuatro secuelas y dos series de televisión, una de ellas con dibujos animados.
Pero ninguna podría superar la sorpresa y el estupor que la primera de ellas provocaba en el espectador. Una interesante crítica social usando para ello el modelo de una sociedad de monos crueles y despóticos, servía perfecto no solo como máxima moral, sino como cuestionamiento al uso irreflexivo de la tecnología, un argumento seminal – en aquel entonces- para cuestionarnos el daño que provocamos al medio ambiente y a otros seres vivos con los que compartimos el planeta.
A manera de caricatura, Schaffner nos convence – en principio- de que la evolución pudo haber tomado caminos diferentes, mundos distópicos donde los simios convergen con nosotros en nuestros errores y soberbias. Sin embargo, al final resulta que los simios no son la muestra del inefable camino hacia la descomposición moral por corrupción y mal uso del poder; fueron en realidad nuestros alumnos mas aventajados, otorgando con ello un nuevo sentido a la frase “hecho a su imagen y semejanza”
Este planteamiento original, se diluiría en las secuelas que trataron de describir más sobre este mundo de simios y su difícil relación con el de los humanos. Los simios de Schaffner además, no requerían más que peluche y maquillaje sobre los actores para mostrarnos una imagen simiesca de la condición humana. Pero dado que el argumento se orientaba a mostrar nuestra similitud a través de los excesos de soberbia compartida, el asunto del “realismo” con que se verían los simios en pantalla, pasaba en realidad a un segundo plano.
Muchos años – y secuelas- después, Tim Burton intenta revivir este clásico, haciendo una reinterpretación para las nuevas generaciones. Si bien Tim Burton es uno de los directores considerados como destacados de nuestros tiempos, el reto no era menor, incluso tratándose del amo de la fantasía hollywoodense. Burton hace lo suyo, y sabedor de que todos conocemos la historia, trata de darle un nuevo giro: el asunto no termina con la estatua de la libertad sino con un simiesco Abraham Lincoln.
Pero Burton entiende que los simios deben ser actores disfrazados, porque eso es lo que les otorga una especie de humanidad siniestra, sin la cual la historia sencillamente no existe, o no tendría el mismo impacto.
Pero tampoco es suficiente con meterlos en una botarga, así que además de someter a Tim Roth y Helena Bonham Carter a eternas sesiones de maquillaje, los entrena para que toda su expresión corporal se asemeje lo más que se pueda a un simio humanizado. Y hay que decir que en ningún caso decepciona. Tim Roth encuentra el modo de expresar furia y rabia solamente con las miradas y gesticulaciones perceptibles a pesar de las gruesas capas de látex.
Pero al parecer la tentación de volver a los clásicos sigue siendo fuerte, y al parecer al Planeta de los Simios sigue siendo objeto de fascinación para algunos estudios y directores. Es asi que 43 años después, llega una especie de precuela dirigida por Rupert Wyatt titulada “Rise of the planet of the ape”s y que en español titularon como “El planeta de los simios (r)evolución”. La película no llega a los ilustres momentos de las predecesoras, al parecer únicamente tiene el destacable objetivo de devolvernos lo que ya sabemos con cierta novedad.
El caso es que a estas alturas, fuera de la crítica a los humanos a través del simio como espejo, los argumentos ecológicos, de crítica al desarrollo y de la soberbia humana al creer que controla a la naturaleza a través del avance científico, están ya muy superados.
La poca capacidad de arriesgar en este sentido hace de la película algo flojo, que sin embargo, trata de compensar con acción y efectos especiales lo que ya no nos ofrece como historia impactante. Entre lo que llama la atención en ese sentido, es el que por primera vez – de entre todas las variantes de la historia antes filmadas- se elija prescindir de los humanos para interpretar a los simios. Los simios aquí son resultado de una técnica de motion caption que digitaliza los movimientos de simios reales y los devuelve de manera digital.
Todos los simios son falsos menos uno, Caesar el protagonista principal que está a cargo de Andy Serkis, quien logra una versión verdaderamente sobresaliente por el sentido de humanidad que logra transmitir a través de la interpretación de emociones complejas como la soledad, la ira o la ternura.
Serkis demuestra que cuando se es actor de verdad, cualquier reto se supera airosamente con una decente dirección. Sin embargo, también se demuestra que conseguir un actor bueno para este tipo de papel resulta tan complicado, que es mas barato y menos complicado digitalizar al resto del elenco simiesco.
Los simios digitales se ven tan falsos en que en varios momentos de la película amenazan con darle al traste al proyecto. Eso y una historia que ya resulta poco sorprendente, hacen de esta “reinterpretación” un producto taquillero pero poco relevante. A ratos la propia película original, a ratos 12 monos, a ratos “Exterminio” y al final “King Kong”, son demasiados lugares comunes como para decir que viste algo de verdad diferente.
Y es que al final, la conclusión parece revelarse claramente. Lo importante en el cine, siguen siendo las historias, no importa si tienes látex y peluche o dispones de complejas técnicas de digitalización. Si no tienes nada interesante que contar, de nada sirve filmar una película.