Por Lorena Loeza
  

Don Gato es mucho más que el buen recuerdo de nuestros años de infancia para los que pasamos de los 30 años. Es un personaje entrañable para poco más de dos generaciones, que hicieron de sus frases parte del vocabulario popular y de sus personajes, algo así como miembros de la familia. Que nadie lo niegue: ¿Quién no repetido atribuladamente “sufro, sufro, sufro” alguna vez?
  

El canal 5 de televsión abierta transmitió religiosamente por años, a las tres en punto de la tarde, los 30 capítulos que componen la serie completa, al punto que los niños que vivimos esa etapa nos aprendimos los diálogos y movimientos de las historias de memoria. Cuesta trabajo creer que solo eran 30 y que la serie se considerara un fracaso para la compañía de Hanna Barbera, pero la verdad es que comparada con las ganancias que le representan otros personajes – como los Picapiedra o los Supersónicos- Don Gato solamente representa un porcentaje nimio de rentabilidad, que además no recibió el interés por hacerlo crecer vía publicidad o mercadotecnia.
  

Las razones son varias, y entre ellas, está la de que Don Gato era un antihéroe, vago, holgazán, tramposo y ladino que poco encajaba con la imagen del sueño americano, o con la comedia familiar que resulta tan exitosa entre el público norteamericano -y que justamente hace estrellas a los Picapiedra y a los Supersónicos- estableciendo los parámetros del género que en general, hasta la fecha siguen siendo los mismos: Un padre despistado e irresponsable, casado con una mujer inteligente y juiciosa, un hijo genio y otro muy problemático, además de la infaltable mascota, sobreviven a conflictos que nunca pueden hacerlos dudar – sin embargo- del cariño que como familia se tienen. Es claro que de los Picapiedra a los Simpson, la cosa no parece haber variado sustancialmente.
  

Don Gato es diferente, más cercano al paria que sobrevive con astucia en un ambiente adverso y agresivo. La pandilla por otra parte, es una suerte de familia disfuncional, donde cada quien tiene un rol dentro de la misma, capacidades diferentes que resultan útiles y definitivas en ciertos momentos claves que hacen que la organización interna funcione, no obstante las múltiples dificultades.
  

Eso, además de un doblaje que daría personalidad a los gatos de callejón para convertirles en personajes entrañables y queridos, más acordes a la cultura y el modo de ser de los latinos, es lo que hace de “Don Gato y su pandilla” el éxito televisivo que muchos recordamos.
  

En esos téminos, el intento de revivir a Don Gato para la pantalla grande, suena de entrada como un proyecto ambicioso. En un mundo cambiante, donde los niños de aquella época son padres de familia que comparten pocos gustos genuinos con sus hijos, la película parece tener pocas posibilidades de encontrar las cosas que nos hacían reír y peor aún: tratar de devolverlas reformuladas para una nueva generación.
  

La nueva moda del “remake”, el “reboot” y, en general, la nostalgia por la época ochentera perdida, parecía llegar a su modelo de agotamiento en el momento en que ha quedado comprobado que no todos los iconos culturales de una generación son rentables, ni vuelven a la vida solamente con aplicarles mejores efectos especiales.
  

Sin embargo, el proyecto de Don Gato pareció haber tomado en cuenta algunas lecciones aprendidas y pudo construir más que un “remake”, una reinterpretación que por momentos raya en el homenaje a la memoria colectiva y a los elementos destacados de la versión original.
  

Por principio de cuentas, es una gran fortuna poder contar con Jorge Arvizu para dar voz a dos de los personajes más identificables, como son el pequeño Benito y el yucateco Cucho. Escuchar la voz original es todo un acierto que juega con la memoria auditiva de una manera sorprendente a la vez que permite hacer un reconocimiento a un actor tan querido por el público como lo es “El Tata”. Y es de destacar que en buena medida la serie televisiva es recordada por el excelente trabajo de doblaje, donde además de Arvizu destacaba el trabajo del fallecido Julio Lucena como Don Gato, quien logró hacer de un gato de callejón todo un caballero que usaba su pretendida alcurnia para estafar a incautos y una que otra gatita, de manera por demás exitosa.
  

Por otra parte, la inclusión de los personajes que todos recordamos “sembrados” a lo largo de la trama es otro de los aciertos que tiene el proyecto. Selección bien escogida de entre los más populares y los que mejor recuerda la horda de fans que ya raya en los cuarenta años.
  

Sin embargo, no todo resulta tan digno de de elogio. Resulta complicado armar una historia que verdaderamente justifique el regreso de El Rey y en eso, el proyecto no resulta tan solvente. Sin embargo, hay que reconocer que no usó las fórmulas probadas usadas hasta ahora para revivir glorias de antaño: contar como empezó todo, inventar personajes que no tienen que ver con la historia, o hacer una versión extendida de un capítulo que normalmente duraría media hora.
  

Pero si representa – por otra parte- un gran avance para la animación mexicana, que logra mostrar madurez en muchos de los procesos que hacen de la experiencia visual algo bien realizado y producido.
  

Es así que tenemos una película pensada con acierto para el público latino con un buen doblaje y con el virtuoso violín de Lazlo Losla de fondo. El Rey está de vuelta en el callejón, ni hablar….