Por Hugo Lara
 
La música de Dave Berry y su tema “The Strange Effect” envuelve con su cadencia todo el ambiente de “Párpados Azules”. Se ajusta con plenitud al tono triste y tierno que el director Ernesto Contreras ha buscado conferirle a su ópera prima.
 
El filme tiene una estructura sencilla, un argumento simple pero lleno de intenciones por desentrañar el espíritu de dos personas aisladas y urgidas de sentir afecto. El punto cardinal de todo el relato es la austeridad. Si bien en la película hay secuencias en las que parece que no pasa demasiado, se agolpan continuamente actitudes que revelan emociones que efervecen subterráneamente y que salen a la superficie en cada escena.
 
Así se narra la historia de Marina Farfán (Cecilia Suárez), quien recibe el premio de un viaje a la playa para dos personas, de manos de la senil pero exitosa dueña de la fábrica de uniformes donde trabaja, doña Lulita (Ana Ofelia Murguía).
 
Sin embargo, Marina no logra conseguir un acompañante y decide invitar a Víctor Mina (Enrique Arreola), un completo extraño que se le presenta como antiguo compañero de la secundaria. Ambos, sumidos en una rutina asfixiante y sin sentido, se dan la oportunidad de conocerse, mientras fantasean con los planes del viaje, acuden a bailar, hacen un día de campo y van al cine.
 
“Fue un reto no sólo la construcción del personaje central sino en general todo el universo en que se desarrolla la película —asegura Contreras, en entrevista con Cinemanía— Esta historia necesitaba un tono muy específico para que funcionara, pues de repente es como una fábula, otra parte es muy urbana, y entonces me interesaba lograr ese equilibrio entre los personajes para lograr transmitir lo que les está pasando, porque es una situación que muchos hemos pasado, como sentirse sólo o querer estar con alguien y no saber cómo hacerle”.
 
Contreras es uno de los cineastas que forman parte de una nueva generación abocada a replantear las temáticas y la estética del cine nacional. Así lo manifiesta en “Párpados Azules”, una de las películas mexicanas más sonadas del año pasado, cuyos méritos le han dado la oportunidad de ganarse un lugar en foros internacionales de primer nivel, como el Festival de Cannes, el de San Sebastián y, recientemente, el de Sundance.
 
Un largo viaje hacia el amor
 
Con semejantes pergaminos, el cineasta, su crew y su pareja de actores protagonistas, Cecilia Suárez y Enrique Arreola, le han dado forma a un relato acerca de dos seres que se encuentran en la Ciudad de México en medio del desasosiego y la soledad, y que intentan forjar un vínculo a partir de la noción, lejana para ellos, de lo que significa el amor, esa extraña sensación, nebulosa e intrigante que de súbito los aguijonea.
 
“Los dos personajes tienen una voluntad de autoayudarse—reflexiona Arreola—. Han tomado decisiones y tienen una voluntad de encontrarse con el otro. Uno, al acercarse a Marina en el café, y ella de llamarle, porque tienen una voluntad de salir de su estado. Y en ese sentido, ahí es donde empiezan a moverse las fuerzas que uno no conoce”.
 
En efecto, estos dos seres comunes y corrientes son curiosamente capaces de inspirar simpatía, aquella que se descubre en medio de la vida cotidiana de la mayoría de la gente, de una gran porción de los habitantes de una ciudad como el DF, llenos de incertidumbre y de deseos que esperan desfogarse.
 
“La película tiene mucho que ver con el mundo que nos está  tocando vivir —asegura Cecilia Suárez— Hay mucha cantidad de información, a mucha velocidad, a la que hay que atender, una expectativa sobre el éxito, la sobrevaloración de ser joven, de estar y permanecer joven, de un montón de cosas que se nos han asignado sin preguntarnos y que tenemos que encajar en nuestras vidas, porque si no estás fuera de la jugada. En ese sentido, si es un abordaje a eso en especial de manera muy contundente. La película apunta a cómo estos tiempos nos hacen sentirnos solos, sentirnos aislados”.
 
La poética de los perdedores
 
Habría que hacer notar de “Párpados Azules” las abundantes situaciones donde las tiernas y a veces patéticas reacciones de los personajes provocan sonrisas, las que desata un par de pobre diablos que quieren fugarse de su condición. Las secuencias con largos silencios y pocos diálogos proporcionan una densa atmósfera donde se percibe que cosas delicadas se están moviendo por debajo.
 
“Otro de los retos fue el de plasmar estados de ánimo en la pantalla y eso fue a lo que le aposté —refiere el director— Esos estados de ánimo tenían qué ver con los silencios, con el asilamiento de los personajes, cómo verlos, cómo observarlos,. Dónde iba a estar la cámara. Tenía que ver con sintonizar todos los elementos. Y la idea es invitar al público para que se sumerja en la vida de estos personajes, en sus silencios pero también en cierto humor sutil, porque no se trata de una risa fácil ni burlona, sino de gran compasión, de empatía, porque son individuos solitarios y grises pero suficientemente carismáticos para lograr ese vínculo con el espectador”.
 
En “Párpados Azules” el esfuerzo creativo se ha enfocado en dar relieve a dos seres despojados de cualquier heroísmo, unos perdedores por definición, a los que sin embargo les corre sangre por las venas, como criaturas llenas de emociones que es posible espiar en su hábitat natural.
 
“Claro que uno como actor siempre quiere interpretar a los personajes heroicos —dice Arreola—, a los grandes personajes, pero estos dos son el ciudadano de a pie, son antihéroes y esos no los vuelve muy atractivos de interpretar. ¿A quién le gusta verse así tan claramente reflejado? Esos son los personajes que requieren un gran trabajo. Esos personajes requieren en su mirada, en su desolación, en su vestir, una complejidad tremenda, porque son a los que no volteamos a ver la cara. Son los no convidados a la fiesta del éxito”
 
Hay desde luego, una dosis íntima que los actores han aportado a sus propios personajes, para hacerlos más entrañables, para lograr que se sientan vivos.
 
“Eran personajes que requerían honestidad absoluta —asegura Cecilia—. Y eso es un riesgo y, aunque suene a clichezazo, había que abrir cosas personales o propias. Uno no quiere echar un vistazo a ello pero tiene qué ver con tu fragilidad, con tu parte más delicada y prestarla, de la manera más honesta”.
 
Una película viva
 
“Párpados Azules” está basado en un guión de Carlos Contreras, hermano del director, con quien ha hecho una sociedad creativa desde sus primeros cortometrajes, como “Ondas Herzianas” (1999), “El Milagro” (2000) o “Los no invitados” (2003).
 
Para “Párpados Azules” el dueto trabajó en un guión muy riguroso, pues se decidió filmar hasta el onceavo tratamiento. Salta a la vista la conciencia de una producción que requería ser muy económica con el recurso del diálogo, a partir de la exigencia del director de poner la atención en las expresiones de los personajes, en su manera de comunicarse entre ellos, sin palabras, en lo que resulta ser un esfuerzo conceptual muy definido, que tuvo que perfeccionarse a lo largo de un proceso superior al propio guión y a la filmación.
 
“La película es una cosa viva que se va transformando —revela Contreras— que va evolucionando y que, meses después de haberse filmado, sientes que se necesitan adiciones. Tuve un primer corte con el que me sentía que ya se estaba contando la historia y tuve la oportunidad de estar en Cine en Construcción, en (el Festival de) San Sebastián. Ahí mostré este corte y dije ‘háganlo pedazos’. Los especialistas invitados me dijeron donde le sobraba, ‘prueba por aquí o prueba por allá’. Algo importante fue alguien que me dijo ‘quítale todos los adornos, desnúdala’, y ese fue el criterio para terminar de editar la película”. 
 
(Texto publicado originalmente en la Revista Cinemanía, diciembre de 2007-enero 2008) 

Por Hugo Lara Chávez

Cineasta e investigador. Licenciado en comunicación por la Universidad Iberoamericana. Director-guionista del largometraje Cuando los hijos regresan (2017). Productor del largometraje Ojos que no ven (2022), entre otros. Director del portal Correcamara.com y autor de los libros “Pancho Villa en el cine” (2023) y “Zapata en el cine” (2019), ambos con Eduardo de la Vega Alfaro; “Dos amantes furtivos. Cine y teatro mexicanos” (coordinador) (2015), “Luces, cámara, acción: cinefotógrafos del cine mexicano 1931-201” (2011) con Elisa Lozano, “Ciudad de cine” (2010) y"Una ciudad inventada por el cine (2006), entre otros.