Por Ezequiel Obregon
CorreCamara-EscribiendoCine
Mar del Plata. La cineasta argentina Milagros Mumenthaler, realizadora de Abrir puertas y ventanas obtuvo en el Festival de Mar del Plata que acaba de finalizar el reconocimiento
del jurado con dos premios: el Astor de Oro a la Mejor Película y el
Astor de Plata a la Mejor Directora. Su película se centra en el vínculo
de tres hermanas, y trabaja sobre la ausencia. En un diálogo nos cuenta
sobre la génesis del proyecto y los temas que su film aborda.
¿Cuál fue el origen de la película? ¿Te interesaba trabajar sobre la hermandad o partiste de una situación determinada?
Me interesaba el tema de las relaciones fraternales y el lugar, y la situación de la ausencia. Son los temas que venía trabajando un poco en mis cortos. Tenía la necesidad de explayar un poco más esos temas en un largometraje. Ese fue el punto de partida. Las relaciones fraternales siempre me interesan, me movilizan. En general, todas las relaciones familiares, que son impuestas. Uno no las decide. Es como cargar con esa cosa de la que uno no se puede desprender, un espacio en donde se generan muchas tensiones y al mismo tiempo amor. Una complejidad bastante grande. Y eso siempre me interesó mucho, sobre todo cuando uno tiene hermanos y aparecen roles que vas ocupando en la casa. Y cómo influye el rol que ocupa tu hermano en el rol que podés ocupar vos. No hay el mismo espacio para todo el mundo, de alguna manera. Es un juego en donde cada uno va ocupando su lugar para poder ser.
Y esta construcción de cada uno en relación a lo familiar, ¿también viene dada por tu biografía?
No por mi biografía, pero tengo hermanos. Siempre me interesaron las historias familiares. Siempre pregunto, ¿tenés hermanos? (Risas). Es como un interés que uno tiene, no sé exactamente por qué. Es el lugar de la familia y la educación, que para mí es fundamental en la sociedad.
Más allá de la comparación con Tres hermanas de Chejov encuentro en tu película elementos de ese autor, como el tema de la soledad, lo no dicho, el relato coral. Aparece, en algún momento, un árbol seco que me recuerda a El jardín de los cerezos. ¿Hay alguna influencia directa o indirecta de Chejov?
En realidad, no. A Chejov lo leí hace mil años cuando tenía 17, 18 y hacía teatro en el colegio. Lo leí después de hacer la película, pero no fue como una influencia directa. Pero para la próxima película… (Risas.) Cuando lo volví a leer me pareció tan actual, es buenísimo. Me sorprendió.
Cuando presentaste la película dijiste que estabas muy interesada en conocer la recepción del público argentino. No se trata de un film que tenga muchas marcas locales. ¿Notaste diferencias sobre la recepción en otras partes del mundo?
Hay como cositas que por ahí se entienden más o menos, son detalles. Una de las chicas es promotora, entonces muchos no asocian que hace promociones. Se preguntan por qué tiene ese traje. Hay algunos detalles que tal vez los pierden. A veces en el extranjero hay una idea de que quieren ver cierto cine latinoamericano, más tercermundista. Algo que a mí no me gusta nada, como si no se pudiera hacer cierto tipo de película más intimista, sin hablar de una situación concreta del país o mostrar ciertas temáticas. O la asociación directa de la película con la dictadura, como si tuvieran una asociación Argentina-dictadura. Eso me pasó más en Locarno, en España la recepción fue otra y les “llegaba más”. En Suiza hubo críticas negativas, como que de la película no entendían nada. No pasa nada igual, seguramente mañana dirán acá “la película no funciona”. (Risas.) Yo no puedo viajar a todos lados, pero en Valdivia la actriz que viajó en representación de la película me dijo que había tenido muy buena recepción. La película había tocado mucho más. También pasa que algunos chistes no se entienden por problemas de traducción.
Es muy notable el vínculo que reflejan las tres chicas en la pantalla, ¿cómo lo trabajaste?
Cuando terminé el guión me di cuenta de que esta película es “de personaje”. Si las actrices fallan, falla la película. Hicimos mucho hincapié en las actuaciones, y llamamos a una directora de casting con la que hicimos el trabajo de coaching previo a la película. Intentamos fomentar la unión entre las protagonistas: armamos salidas, fueron a recitales (por el personaje de Violeta), se quedaron a dormir en la casa de una, se juntaron un día a cocinar, fueron al cine… Tratamos de que tengan un vínculo de amistad o algo parecido a la amistad. Y luego empezamos a trabajar sobre improvisaciones, y luego fuimos más concretamente al guión, escena por escena. Cuando filmaron, Ailín y Martina tenían 16, 17 años. Había que guiarlas, trabajar sobre por qué los personajes hacen eso. Tratar de que Martina entienda que Sofía no es una hija de puta, sino que vea por qué hace esas cosas. Hacia dónde van y por qué hacen esas cosas.
Y mucho de eso tiene que ver con lo no dicho. ¿Pensaste en algún momento en dosificar la información de otro modo?
En realidad no sé si el algo que uno se plantee, “voy a trabajar en una película sobre el no decir”. Es trabajar pensando en un guión, tratando de respetarlo. No hacerle decir de más a los personajes sólo para que el espectador entienda. Se va dando lo que dicen y lo que no dicen, y de a poco se van generando cosas, como por ejemplo la secuencia en el garaje, en donde están las cosas para que todos entiendan un poco más. Eso está un poco más “impuesto”.
El mundo de los varones las divide un poco. En determinado momento entra a escena un muchacho, ¿trabajaste de manera similar con él?
Julián entró en el mismo momento del proyecto. Y la idea es que se trata de una persona que no las juzga, que está ahí para escucharlas. Un observador. Está como un alivio, descomprime. Era importante que sea un personaje un poco más adulto, que observa y que deja un espacio para que se acerquen a él. Se trabajó un poco que a Marina le iba a gustar él en relación a los objetos. Él trabaja la madera en su taller. Había un oficio más de artesano, y ella tiene más ropa de lana, materiales más nobles. Eso los une.
Me interesó el trabajo sobre el espacio, que genera una sensación de que ellas lo conocen desde siempre. ¿Siempre tuviste en mente a esa casa?
La casa fue como un problema bastante grande. Yo ya tenía una casa en la cabeza y obviamente esa casa no existía. uvimos que salir a buscarla. Y uno, luego, modifica muchas cosas. Pero ya cuando tenés cosas de puesta en escena, cuesta adaptarse a otra casa, más cuando significa un cuarto personaje. De alguna manera, representa a los que ya no están. Yo quería que la casa no genere una sensación claustrofóbica, que el ambiente denso pase más por la incomunicación de las chicas. Intentamos que sea una casa con bastantes aperturas hacia afuera, estar en un lugar y que se vea el afuera. Ellas entran, salen, tienen una vida fuera de la casa familiar. Tienen un futuro por delante. La casa queda en Olivos. La cocina no estaba, la reconstruimos. La entrada que usamos es, en realidad, la del jardinero. Se anuló la mitad de la casa por un tema de practicidad. Cuando la vi lo que más me gustó fue el hall de arriba, esa asimetría de los cuartos que da la posibilidad de estar en un cuarto pero tener varios espacios al mismo tiempo. Algunas cosas me gustaban, otras no, y la terminamos adaptando.
EN LA FOTO: Milagros Mumenthaler en el Festival de Locarno, donde también fue ganadora.