Por Enrique López T.
“El sueño es una segunda vida. Nunca he podido traspasar, sin
sentir estremecimiento, las puertas de cuerno o marfil que nos separan
del mundo invisible”. Aurélia – Gérard de Nerval.
Todo acto de magia define un bello engaño, uno que estamos
dispuestos a creer porque nos gusta maravillarnos, o quizá, porque nos
gusta sentir que la realidad no es tan inalterable.
Christopher Nolan es eso, un mago, un ilusionista; en una de sus
mejores cintas, The Prestige (El gran truco, 2006), ya planteaba cómo
la magia y la presencia de un doble pueden trastocar lo real. En Inception (El origen, 2010) va un nivel más allá, al abordar los sueños de un modo muy particular:
Primero, les quita su calidad onírica, es decir, no refleja la lógica, o falta de lógica de los sueños, no hay combinaciones o digamos “desvaríos” tan marcados o vertiginosos, ni símbolos universales reconocibles que invoquen cierta mitología, sino que inserta el orden de lo real en el sueño,
precisamente para cuestionar la realidad en sus propios términos; por
ello los efectos son sorprendentes si se piensa conforme a las leyes y
fuerzas físicas de éste mundo.
Segundo, mantiene su calidad sapiencial, el sueño sigue siendo esa ciudadela donde se vierte cierto conocimiento individual y colectivo,
en estado puro. Durante el sueño se revelan secretos, miedos,
problemas, soluciones, esperanzas, deseos (a veces inconfesables) y
todo el potencial del ser, que se confronta sin máscaras a su propio
yo. Los sueños son la imagen de nuestra vida y, en el fondo, están hechos de la misma materia.
También gracias al sueño nos acercamos al misterio de la muerte: cerrar los ojos, desaparecer para éste mundo y acceder a otro (que parece ser real durante el trance); y por contradictorio que sea, también permite experimentar en ese extraño espacio–tiempo, el poder de la vida a todo su tamaño y esplendor sin limitaciones terminantes, pues el sueño es liberación, locura, conciencia, desafío, confesión, revelación y reconocimiento.
Así, Inception explota las relaciones entre vida, muerte, vigilia y sueño. El hecho de que un sueño pueda ocurrir dentro de otro, y otro, y otro… dilatando el tiempo y rozando una falsa eternidad, provoca una metamorfosis de la vida y su sentido, porque deja de ser una sola, única y además restringida; a la vez que altera el sentido de la muerte porque deja de ser su límite definitivo. Aquí es donde el artista realiza la prestidigitación.
A mi parecer lo que define la película no es lo adictivo de los sueños o lo peligroso de una idea, sino la culpa, y lo que define a la culpabilidad es esa trasgresión originaria
que Cobb cometió contra su esposa, en ese espacio vital donde se es más
creativo y poderoso, es cierto, pero también donde se es más vulnerable, pues ya no hay forma de protegerse, se ha traspasado la última muralla.
Cuando en los vastos y fértiles campos del sueño, y bajo el cielo de la conciencia, el corazón se desangra herido de remordimientos,
entonces la culpa ya ha impregnado aquel universo y tornará todas las
fuerzas del inconsciente, no contra el “soñador”, sino contra el culpable que está soñando. Con mucha frecuencia, el monstruo que nos persigue también somos nosotros.
Por ello, Cobb (un funcional Leonardo DiCaprio) es un ser resentido consigo mismo, llevado por la culpa se persigue con la proyección de Mal,
su esposa, y se aferra a ella y a su pasado juntos, porque representa
su felicidad y porque no es capaz de perdonarse por lo que hizo (es de
resaltar que busca su castigo en el ámbito donde cometió la falta y huye de la justicia humana) comprometiendo su futuro. A pesar de ser un navegante,
no viaja ligero, carga en su alma todo el peso de una vida (casi
eterna) y está enganchado a ese tren que siempre aparecerá amenazante,
rompiendo.
Esto demuestra que todos los sueños felices son un deseo por retornar al paraíso perdido, por ello no puede dejar de soñar, recordar, buscarla y mantenerla viva. Pero también que todos los malos sueños con un anticipo del Infierno que nos espera, ese Infierno cuyo camino está pavimentado de buenas intenciones, como la de Cobb para que Mal retornara a la realidad “verdadera”; pero una vez que él mismo sembró la duda ¿cómo reconocer lo real?
La aventura sucede espléndidamente con grandes recursos
cinematográficos, y tal como el héroe mítico entrará en ese terreno
hostil de su propia psique, a lograr una hazaña, pero sobre todo a enfrentar sus propios temores y culpas. Sueña para entender
(y he ahí lo bello) que es responsable de sus actos aún ahí, que debe
rescatar a los caídos y que es hora de dejar el pasado, pues sólo así
podrá retornar con el tesoro anhelado, un futuro con sus hijos. Pero entonces el ilusionista vuelve a jugar con nosotros…
¿Qué pasó al final? No lo sé… hay varios puntos de ruptura que dan
posibilidades ilimitadas de interpretación, pero me dirijo al
desenlace: por el bien de Cobb, de su equipo, incluso por el bien de
nosotros espectadores, espero que la pirinola se haya detenido porque está en juego la confianza en el futuro, porque debemos ser más misericordiosos con aquel que se atreve a soñar y con el que se quiere responsable, y quizá porque el cine, sueño colectivo, ya sea el único lugar donde (casi) se admiten los finales felices.