Por Enrique López T.  

Para Nath, el más bello resplandor en la sala de cine.  

La secuencia inicial de Toy Story 3 es una declaración de amor, del cine hacia la imaginación, la confesión sensible y hasta romántica de que la imaginación (infantil, por así llamarla) es uno de los elementos más preciados para este arte: su raíz, designio y alimento. Vamos del western más trepidante a lo mejor de la ciencia–ficción, y en cada giro de ésta grandiosa apertura podemos reconocer el: “y de pronto…” infantil, frase germinal que hilvana las historias más increíbles, divertidas y entrañables… ¿recuerdan?  

Parte del gran logro artístico de Pixar es habernos acostumbrado a la perfección, estamos tan habituados a lo pulcramente hermoso, que incluso podemos dejar de advertir que, estéticamente Toy Story 3 es magnífica, posee una animación magistral: las “actuaciones” (las expresiones de cada personaje) son más ricas y exactas; las texturas más creíbles y sugestivas; los escenarios amplios, luminosos y exuberantes; y los movimientos de cámara, consistentes y complejos, es decir… el mejor cine posible.   

Además es grato encontrar a viejos conocidos: Woody, Buzz, los Caras de papa, Rex… y a otros nuevos como Lotso, Ken (en su justificación metrosexual), Bebote (combinación del tipo duro, lerdo, manipulado y la presencia maligna sobrenatural) y hasta con Totoro de Hayao Miyazaki (ojalá Pixar y los Estudios Ghibli trabajarán juntos, imaginen la clase de película que harían). No hay ni un bache o lapso de pesadez, la película fluye entre acción, angustia, risas, sonrisas… a veces el tono puede ser “grave”, pero en esencia, es fresco y divertido.  

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Todo esto favorece a la historia, que sigue siendo el alma de la película, la que se cuenta con el lenguaje cinematográfico a tope. Y es que con Pixar la imaginación no sólo es la facultad de crear o modificar imágenes, sino la capacidad de suscitar emociones; sin sensibilidad, todo sería un fracaso para el entendimiento. Cada una de sus películas le habla directamente a esa parte emotiva, personal, humana, y por lo tanto universal de cada uno de nosotros, pues invariablemente acaban por tratar los grandes temas, esos en los que hay que detenerse, para aspirar a vivir mejor.  

Toy Story 3 no es la excepción, retoma lo que sus antecesoras plantearon, la angustia existencial de los juguetes ante el ineludible proceso vital: el niño creció, relegados en un baúl ya no juega con ellos, ahora la gran aventura consiste en lograr su atención. Aún peor, Andy está por marcharse a la universidad, así que su destino se debate entre ser guardados en el ático, donados o desechados. La combinación de diversas peripecias los lleva a encontrarse sojuzgados en un jardín de niños, del que deben escapar, juntos; y también hallar un modo de ser, de ser nuevamente útiles y queridos.  

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Los temas están ahí, en toda la profundidad de la pantalla: la vida y su itinerario de cambios y riesgos, el “desempleo” o el abandono de aquellos que bien han servido y a quienes hemos apreciado, la necesidad de tener una familia y un lugar en el mundo, la ingratitud y su contraparte, el consumismo sin sentido, las mafias omnipresentes; la delicia, el dolor y la dificultad de estar vivos…  

Pero no todo es tan tajante. Crecemos es verdad… algunos incluso maduran, sin embargo, la riqueza de la vida es tanta que deja grietas maravillosas para todas las posibilidades: mi niñez ya no existe, pertenece al pasado, cuando la evoco y relato, entonces contemplo en el presente su imagen, esa que aún perdura en mí; pero cuando juego la revivo en el ahora, la traigo de la memoria a la práctica, y el futuro se compromete en vez de con la nostalgia pura, con la alegría resurgida; y el corazón lo agradece.  

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Por eso, las escenas finales son tan humanas, en el sentido noble y esforzado: todos hemos tenido, y tendremos, seres queridos que se han marchado, que partirán o que hemos dejado… por diversas razones, porque así es la vida, porque casi nunca podemos detener los torrentes definitivos del tiempo y la existencia. Lo único digno que nos queda por hacer es: Permitir que el futuro haga su trabajoRecordar, volver la vista atrás, agradecidos por todo el amor que nos han dado, y humildemente orgullosos por todo el amor que hemos puesto, sentirlo en cada oportunidad… Pero sobre todo, cada vez que sea posible: vivir, revivir otro día de primavera, otro momento de felicidad sobre el crepúsculo de lo efímero.