Por Ali López

La octava edición del Festival Internacional de Cine de la UNAM (FICUNAM) dio inicio. La Sala Miguel Covarrubias, como es tradición, abrió sus puertas para que el público, creadores, organizadores e invitados pudiéramos disfrutar de lo que el festival sentencia es “el cine que te mereces”. La Universidad, así como el país, se enfrenta a problemas políticos y de seguridad, problemas, que el cine puede contrarrestar. Esa, entre otras tantas, es la principal razón de impulsar un festival que se preocupa de ofrecer un cine no sólo de calidad estética, sino con crítica y sátira política, así como con reflexiones sobre lo que somos, o pretendemos ser, como humanidad.

“La telenovela errante” (Raúl Ruíz – Valeria Sarmiento | Chile | 1990-2017), precisamente, representó esta calidad de FICUNAM. Un cine de sátira, pero también de conciencia; lo mismo una propuesta de ruptura cinematográfica, que una reflexión de los medios y su mensaje. La cinta, narrada en episodios, utiliza la estética de la telenovela latinoamericana — exótica, extravagante y excéntrica — para develar lo problemas sociales a los que nos hemos enfrentado durante los últimos 30 años, pues las cosas poco han cambiado.

Entre lo exagerado de las cintas de acción, su doblaje y violencia, vemos como el mundo que soñamos se cae a pedazos; lo mismo que los romances lastimeros, más preocupados por lo de afuera que por lo de adentro. Así, en el pastiche de la TV, encontramos la soledad acrecentada, la apatía y el conformismo. Pues, a final de cuentas, las imágenes luminosas del broadcasting devoran lo que sucede frente a ellas para hacerse más grandes y fuertes.

Podría decirse que la hegemonía de la televisión se ha perdido, pero las secuelas aún nos alimentan. La educación sentimental, (a)política y cultural de varias generaciones estuvo a cargo de productos tan ridículos y risorios como los que “La telenovela errante” propone; por algo somos lo que somos. Por eso la cinta no perdió vigencia, y por eso pudo ser termina casi tres décadas después, pues lo que denuncia, expone y equipara aún fluye en las venas de los transeúntes y de las calles de Latinoamérica.

La imagen resulta más reveladora que la realidad, pero, esa verdad se alimenta de lo absurdo de nuestro mundo. Basta con ver el noticiero, basta con salir a las calles y olor lo nauseabundo de las políticas públicas, basta con ser de México, Chile o cualquier otro país de nuestra región (y de otras tantas en el mundo) para saber que la realidad siempre supera a la ficción; es la reflexión que Raúl Ruíz nos deja. Mientras el espectáculo continúa, y los años pasan, se repiten y repiten las misma historias y capítulos, no sólo en la TV latinoamericana, sino en su cultura, sociedad, vida y política. La comedia no termina.