Por Lorena Loeza

El 2012 nos trae – además de contiendas políticas, los Juegos Olímpicos y la Eurocopa- un tema que resulta muy interesantes para las charlas de café en buena compañía: las profecías sobre el fin del mundo.

En un principio se llamaron mayas, pero ahora parece que hasta Nostradamus fijo una fecha cercana a diciembre del 2012 como el fin de los tiempos. De hecho, un acomedido trabajo de los canales como History Channel, Nat Geo y Discovery Channel, ha permitido que estemos más que enterados del asunto. Y que por supuesto, nos remitamos a los pensamientos colectivos que hemos construido ante la posibilidad de que el mundo se acabara. La verdad es que muchas de nuestras imágenes apocalípticas provienen del cine, que en realidad se ha ocupado del tema desde hace mucho tiempo y con tantas variables, que podría considerarse casi como un género en sí mismo.

Pero es verdad que antes del Apocalipsis provocado por desastres nucleares, epidemias, y catástrofes variadas, el cine aportó una interesante vertiente: el de hacer crítica a una sociedad que condenada por sus excesos, estaba condenada a algo peor que la extinción: la distopía, una sociedad  generalmente futurista, que como producto de los excesos y la enajenación condena a la humanidad a la esclavitud desde distintos puntos de vista.

Un gran ejemplo de ello es sin duda El planeta de los Simios (Planet of the Apes, F. Shaffner, 1968). Protagonizada por Charlton Heston, la cinta plantea la evolución de los simios hacia una sociedad militarizada y egoísta que considera a los humanos como especie inferior. No se requiere mucho análisis para entender que es un ácida crítica a la deshumanización de la sociedad contemporánea, que se pierde en el deseo febril de control y poder que la llevará a un colapso autoprovocado. Por si fuera poco, la cinta nos regala uno de los mejores finales en la historia del cine de todos los tiempos, donde con una sola imagen, el espectador acaba por entenderlo todo: si seguimos como vamos, no habrá modo de hallar el retorno.

La película podrá ser un enorme ejemplo de ciencia ficción, pero la verdad es  que fue realizada con recursos tan escasos como la recreación de simios con peluche y latex. Sin embargo, dio la pauta para secuelas en dónde la historia terminó por agotarse, hasta en que en años recientes, Tim Burton hace una especie de remake, y Rupert Wyat intenta una precuela. Efectos especiales más o menos, el punto sigue siendo el mismo: la deshumanización como factor clave para la destrucción de nosotros mismos. 

Al parecer, la idea de que una realidad distópica es el futuro de una sociedad moribunda, se siembra en el imaginario colectivo con fuerza en los años setenta.  Después de El Planeta de los Simios, se filma otro gran clásico de la Ciencia Ficción, que también maneja la idea de la distopía: Cuando el destino nos alcance (Soylent green, R. Fleicher, 1973) es sin duda otro buen exponente de esta idea.  En una hipotética Ciudad de Nueva York en 2022 (que entonces parecía un futuro lejano) la humanidad sobrevive segregada y dominada en su mayoría por una élite que controla todo: desde el alimento hasta el libre pensamiento. También protagonizada por Charlton Heston, la cinta nos lleva a descubrir que el exceso de orden y control tampoco es el camino  hacia la conciencia y la felicidad. El espectador se llevaba un enorme sobresalto al conocer el verdadero ingrediente de la galletas verdes (Soylent green, que le dan nombre a la cinta en inglés) lo cual era una muy gráfica manera de recordarnos que nuestra condición humana en realidad se reduce a un envase corporal perecedero, y que en este afán de locura y alienación perdemos de vista que no somos muy diferentes a las otras criaturas animales con la que poblamos el mundo, carne que puede y debe ser devorada para satisfacer un básico instinto de conservación.

La cinta también tuvo en su tiempo una lectura que la ligaba durante la guerra fría hacia una crítica a los sistemas comunistas, considerados opresores y antidemocráticos. Hoy podemos decir que en realidad el pretendido “mundo libre” nunca ha existido porque hay variados modos de control que finalmente esclavizan y alienan a los ciudadanos de diferentes maneras, así que el saco todavía ahí queda para quien quiera ponérselo.

Finalmente y también por esas fechas, se realiza una película hoy considerada como de culto para la animación y que también aborda el tema de la distopía: El planeta fantástico (La Planéte Sauvage, R. Lalloux, 1973) un interesantísimo trabajo de animación, que en su tiempo fue galardonado en el Festival de Cannes.

La historia versa sobre una realidad futurista o de otro planeta, en dónde los humanos son diminutas criaturas salvajes que conviven con los Draggs una raza civilizada que domina el entorno. Los humanos reciben el nombre de Oms (una forma gutural de decir humanos, derivada del vocablo francés “Hommes”) y algunos son domesticados para servir de mascotas, aunque en estado salvaje son considerados como plagas.

Los hombres reciben el maltrato de los Draggs, y viven en calidad de fugitivos, hasta que un om domesticado escapa y logra con el conocimiento adquirido gracias a su convivencia con los Draggs, idear un plan de resistencia y liberación.

Una evidente preocupación por el abierto cuestionamiento a una civilización sin principios éticos es el mensaje que está implícito en la cinta. Pero hay otros no tan evidentes, como constatar que aún tratándose de una raza avanzada, la compasión y el entendimiento hacia lo extraño, no siempre se dan por añadidura.

El caso, es que antes del Apocalipsis siempre hay espacio para un examen de conciencia. No estamos seguros de salir bien librados, quizás lleguemos a la conclusión de que -como en las cintas mencionadas- la humanidad no tiene salvación por su egoísmo y soberbia. Pero lo que no podemos negar, es que el cine es un gran vehículo para la reflexión, por lo que antes del fin del mundo, quizá nos dé tiempo para la ya mencionada charla de café alrededor de cintas tan grandiosas como las mencionadas. Démonos tiempo para ello en este escatológico año 2012.