Por Hugo Lara

La estupenda película Fargo de los hermanos Joel y Ethan Coen, estrenada en 1996, provocó un caso curioso de terribles consecuencias, a raíz de una inocente búsqueda de una joven japonesa, Takako Konishi, empeñada en hallar el supuesto botín perdido de la película, o más bien, empeñada en hallar algo íntimo que ella había perdido... quizás su propia esencia.

La confusión se debió a que al inicio del relato se advierte que está basado en un hecho real, lo cual era falso, como después se supo. Al final de la película, el supuesto botín de un millón de dólares que los ficticios secuestradores han cobrado por el rescate de uno de los personajes, es escondido en un paraje nevado en la carretera. En 2001, Takako, de 28 años entonces, decidió viajar desde Tokio hasta Minnesota, donde se ubica la narración, convencida en hallar la fortuna que, según ella, había logrado ubicar en un mapa que llevaba consigo.

La policía de la región pudo recogerla y escuchar perplejos su testimonio, después de que la mujer había deambulado varios días por las inmediaciones de una solitaria carretera. Los mismos oficiales trataron de convencerla de que lo sucedido en Fargo, la película, era pura ficción, pero la chica no les prestó atención. Takako fue liberada y el asunto fue archivado, hasta que su cadáver fue encontrado por un cazador a las afueras de una población, entre el bosque, en medio del paisaje nevado característico de la región. Se especuló que su muerte había sido causa de hipotermia o a raíz de una sobredosis. Lo que fuera, a los ojos de la mayoría, había sido una muerte absurda.

El absurdo es también la clave del filme de los Coen. En Fargo, la película, un pusilánime vendedor de autos planea el secuestro de su odiosa esposa para pedir dinero a su millonario suegro. Para que hagan el trabajo contrata a dos criminales de poca monta, a quienes les pagará una bicoca. Pero todo sale mal desde el principio. Y, hacia el final, el botín del malogrado rescate es enterrado por uno de ellos en un paraje de la carretera, en medio de la nieve, pensando en volver para recogerlo. Desde luego, nunca más puede reconocer el sitio exacto donde lo ocultó. Aparentemente, ese fue el resorte que en la imaginación de Takako la impulsó a viajar hasta Fargo.

El documentalista Paul Berczeller filmó para la televisión la triste historia de Takako bajo el título This is a true history (2003), la misma advertencia que los Coen hacen al inicio de su película. Para reconstruir los hechos, levantó testimonios entre los testigos de la tragedia, incluida la policía local. También llevó consigo a una actriz de origen japonés que interpretó a Takako y que, hacia el final de la filmación, se había compenetrado tanto con aquella que, según ha contado el propio Berczeller --en un artículo suyo publicado en el diario británico The Guardian, en 2003-- había llevado una ofrenda y orado muy conmovida frente al árbol donde encontraron el cuerpo sin vida de Takako.

Pero Berczeller indagó nuevas cosas. La policía le informó que Takako había enviado una carta de despedida a sus padres en Japón, que les había llegado tres semanas después de su muerte. La teoría del suicidio se impuso al final.

Berczeller también viajó a Japón y tuvo la suerte de encontrar a la casera de Takako. La mujer le narró otros aspectos de su vida. Alguna vez fue una chica normal, una oficinista como cualquiera en Tokio, pero de pronto cambió radicalmente. Según esos testimonios, parece que comenzó a beber demasiado y tal vez incluso se involucró en el mundo de la prostitución. Según la casera, se debió a un fracaso sentimental que tuvo con un empresario estadunidense casado, que presuntamente era originario de Minnesota. El cineasta también averiguó que Takako había viajado otras veces a Minnesota y que la última llamada que hizo desde su hotel fue a ese hombre. Tal vez el absurdo del amor es más grande que el absurdo de la muerte, pero sin duda el absurdo de la realidad es aún peor que el de la ficción. Bueno, esa canija frase ya la sabemos de sobra.