Por Hugo Lara Chávez

Fue un 29 de agosto. Primero en 1915, en Estocolmo. Después, en 1982, en Londres. El mismo día nació y murió Ingrid Bergman. Nada más  significativo para esta diva del cine mundial, la protagonista de "Casablanca" (1942), la ganadora de tres Óscares, la apasionada mujer del genio del neorrealismo italiano Roberto Rosellini, la actriz crepuscular de Ingmar Bergman de "Sonata de Otoño"(1978).

Los cinéfilos la recordamos por sus diálogos en el filme clásico "Casablanca". Basta decir que es ella quien le dice a Sam, el pianista:  —Play it once, Sam. For old times' sake—. Y todos sabemos la tormenta que eso desatada: al menos la memoria y las fantasías de un público ávido por lo inexplicable, por la sorpresa, por lo caprichoso que es el destino.

Ingrid desafió a su época, como actriz y como persona. Su escandaloso romance con Rosellini la convirtió en un referente de la feminidad contemporánea. Su desempeño como actriz la ubicó como una presencia etérea, que combinaba la belleza, la elegancia y el misterio. Con Rosellini haría un puñado de filmes que vale la pena redescurbir, como "Stromboli" (1950) o  "Europe 51" (1952).

Su inconfundible identidad escandinava, pero sobre todo su personalidad universal, le procuró papeles de historias imprescindibles, como en "¿Por quién doblan las campanas?" (1943), " Asesinato en el Expreso de Oriente" (1974), "Juana de Arco" (Victor Fleming, 1948) o "Notorius" (Alfred Hitchcock, 1946)

A Ingrid Bergman hay que adorarla y, en el mejor de los casos, tararear una canción en su recuerdo.