Por Pedro Paunero
El listado de este año está dedicado al diablo y a sus seguidores. Se nos han colado varios títulos baratos y de explotación y, en dicha andadura, hemos descubierto alguna joya que, en su momento, sólo fue vista por un puñado de espectadores y que había permanecido ignorada hasta fecha reciente; a la vez incluimos cintas que se adentran en el terreno del cine de arte o el de la crítica antropológica y social, algún otro que había sido olvidado y otro más que se ha convertido en clásico de segunda línea. Varios de estos títulos representan esa especie de fiebre que contagió al cine de fines de los años sesenta y setenta del siglo pasado y que tiene en los legendarios Rosemary´s Baby (1968) de Roman Polanski y El exorcista (1973) de William Friedkin, tanto su genial origen como su magistral culminación.
Divá Bára (Vladimír Cech, 1949)
La madre de Divá Bára (interpretada por la hermosa actriz checa Vlasta Fialová) la está dando a luz dificultosamente durante una tormenta, mientras una misteriosa anciana entra en la casa buscando refugio. Se desatan todos los nudos y se abren todas las cerraduras para que Bára (Bárbara) pueda nacer. Las mujeres que atienden el parto ven salir a la anciana después de que un rayo cae y la rama de un árbol rompe el cristal de la ventana. La niña nace mientras se la proclama como a una salvaje e hija de una bruja del mediodía. Bára crece, en efecto, salvaje, libre y huérfana. Corre por los bosques, nada desnuda en el lago y tiene embobados a todos los jóvenes de la aldea que, incluso, llegan a pelear apasionadamente por ella. Entre la envidia, el rencor y la superstición las mujeres jóvenes y las madres del pueblo tratan de separar a Bára de sus hijos y hermanos. Encontrará en el piadoso sacerdote católico a su único defensor pero no podrá evitar que se la persiga como a una bruja y la aldea completa se ensañe con ella en un intento de linchamiento. Pero Bára no es otra cosa sino una encarnación de las fuerzas de la naturaleza, una seductora inocente que, si tiene algo de bruja, no es la maldad sino su intrínseca belleza fatal, la que la condena. Divá Bára es una preciosa pieza del cine checo que vale rescatar del olvido y que retrata las pasiones y excesos a los que puede llegar el ser humano a través del temor y el odio hacia el otro que no se somete a los límites socialmente establecidos.
El demonio (Il Demonio, Brunello Rondi, 1963)
Como sucede con Divá Bára, pero en una forma más poderosa y directa que aquella, esta cinta es un crudo retrato de la superstición y una despiadada crítica social sobre el atraso en las zonas rurales del sur de Italia que narra, de manera por demás ambigua, la historia de Purificazione (interpretada por la hermosa modelo Dahlia Lavi), una joven que bien puede ser una trastornada o una endemoniada que inventa rituales demoníacos para doblegar la voluntad del hombre que ama. El espectador se sitúa de manera empática con la supuesta poseída pero no puede soslayar un cierto rechazo hacia las maneras que tiene para conseguir sus fines. Dramática y horrorosa, con una trama cercana a la narración documental (se recurrió a la población natural del lugar dónde se filmó la película, a manera de extras) consigue transmitir angustia en las escenas en las que el pueblo por completo se vuelca para linchar a la desgraciada protagonista de esta historia, basada en hechos reales que se sucedieron poco tiempo antes de que se rodara esta joya cinematográfica injustamente olvidada.
Equinox (Dennis Muren y Jack Woods, 1970)
Aunque su guion fluctúa entre la torpeza y el ingenio Equinox se ha ganado el respeto de los fanáticos del género debido a que podría ser la fuente de la trilogía The Evil Dead (1983) de Sam Raimi. Con una factura barata y una trama que llegaría a ser un lugar común (el descubrimiento de un libro antiquísimo de sabiduría prohibida cuyas invocaciones abren puertas que no deberían de abrirse con sus consabidas consecuencias) pero con un uso sofisticado de la animación Stop-Motion, sitúan a esta película en un plano relevante en relación a otras cintas independientes. Destaca la aparición -y la mala actuación-, de Fritz Leiber, el célebre escritor de horror y fantasía, como el Dr. Watermann, el ocultista y dueño del libro que tanto aparece como desaparece cada tanto tiempo de la historia. Dimensiones paralelas, demonios voladores, monstruos y gigantes prehistóricos complementan este producto bastante entretenido.
La fuerza del mal (Something Evil, Steven Spielberg, 1972)
Uno de los primeros trabajos de Spielberg, invisible hoy en día, protagonizado por Darren McGavin la estrella principal de la legendaria serie sobre investigaciones paranormales “Kolchak”. Una familia se traslada a vivir a su recién adquirida propiedad. Es cuando comienzan a sucederse una serie de eventos de naturaleza sobrenatural como llantos de niños en plena noche, accidentes extraños, muertes inexplicables y posesiones demoníacas. Se trata, pues, de una mediocre y típica historia de casas encantadas. Fue rescatada del comprensible olvido en que se encuentra en un pase televisivo por parte de la Filmoteca Argentina y vale la pena revisarla sólo para atestiguar la evolución artística que ha tenido un director tan popular y de la talla de Steven Spielberg.
La noche de los brujos (The Night of the Sorcerers, Amando de Ossorio, 1973)
El director español de Fantaterror responsable de la afamada, y barata, tetralogía de los templarios rueda este descarado filme de explotación y de Serie Z. Una mezcla de gore, supuestos rituales vuduistas, canibalismo, sadismo, mujeres leopardo con colmillos de vampiras (las víctimas de los brujos que vuelven a la vida en dicha forma, por demás ridícula) y, por si fuera poco, zombis, es decir, brujos que salen de sus tumbas para celebrar sus ceremoniales. Una expedición zoológica –formada por algunos hombres y varias mujeres que no tardarán en desnudarse, o ser desnudadas, a lo largo del metraje-, que investiga la extinción de los elefantes, llega a la zona (el “Reino del Diablo”) dónde una tribu caníbal ha sometido a una mujer a latigazo limpio para despojarla de las ropas, beber su sangre y decapitarla. Una partida de soldados blancos –de los que no se da explicación quienes son o de dónde han salido- masacra la tribu sólo para darse cuenta que la cabeza de la mujer se yergue por sí sola y enseña unos amenazantes colmillos. La expedición dudará de los siniestros poderes del lugar, sospechando un pretexto para alejarlos del sitio pero, poco a poco, irán sumándose a las víctimas del altar y las mujeres convirtiéndose en mujeres leopardo. Un título basura que cobró visos de culto fuera de España y que vale la pena mirar sólo para asombrarse ante la cantidad de errores de continuidad, los diálogos y escenas absurdas y la risa involuntaria que provoca.
Escuela satánica para señoritas (Satan’s School for Girls, David Lowell Rich, 1973)
Telefilme producido por el importante productor de la T. V. americana Aaron Spelling, aprovechando la moda satanista en el cine setentero que incluye a dos de las legendarias Ángeles de Charlie, Kate Jackson y Cheryl Ladd, como protagonistas, antes de que se enrolaran en dicho proyecto policíaco. Una joven es perseguida por alguien cuya identidad se desconoce. Tras su muerte, en un aparente suicidio, y el desentendimiento por parte de la policía, su hermana ingresa en la institución privada donde estudiara (que tenía que llamarse, por supuesto, “Academia Salem”). Se suceden algunas muertes más. En su investigación descubrirá una hermandad satánica. Filme irregular y de trama convencional que presenta algunas similitudes (y abismales diferencias) con el desarrollo narrativo de la obra maestra de Dario Argento, Suspiria (1977), que se ha convertido, sin embargo, en un aburrido pequeño clásico que ya tuvo un malísimo remake, también televisivo, dirigido por Christopher Leitch en el año 2000.
Satan’s Children (Joe Wiezycki, 1975)
A las pésimas actuaciones de parte de los actores que intervienen en su realización (estudiantes de actuación de Tampa, Florida y el “crew” del canal de T.V. para el que trabajaba su director) se entrelazan la homofobia, el satanismo y varias escenas de tortura en la historia de este adolescente, rechazado por su padrastro y su hermanastra, que encuentra acogida en el seno de una secta y en el amor de su sensual sacerdotisa. La cinta, una verdadera rareza, tuvo un limitado estreno al nivel de autocinemas en la capital del estado de Florida. Esta visión barata, que fluctúa entre el cine de explotación y el erotismo ligero, esta sórdida y algo perturbadora reseña de la adolescencia alienada, rodada en la época en que el diablo hacía de la suyas en el trabajo de grandes directores y el “porno chic” ponía a los intelectuales a reflexionar y a sudar, mantiene, en sus escenas de crucifixión o en las del enterramiento hasta el cuello de la satanista principal a quien le vacían miel en la cara para que la devoren las hormigas, o en las del vómito de sangre de una jovencita lesbiana rechazada por el diablo, su capacidad de asombrar, de asquear y erotizar. Ha cumplido ya 41 años y se ha convertido en una cinta de limitado culto a través de su lanzamiento en DVD en los EE. UU.
Escalofrío (aka. Satan’s Blood, Carlos Puerto, 1978)
La película comienza con una disertación sobre dios y el diablo por parte del parapsicólogo español Fernando Jiménez del Oso, toda una leyenda de la investigación paranormal española, y continúa con una escena de un ritual satánico con sexo “softcore” antes de entrar en la historia: una pareja madrileña que sale de paseo en coche con su perro se cruza con un par de desconocidos que les hacen señas desde otro auto. Al parecer los hombres han sido condiscípulos en el colegio pero el primero no recuerda quién pueda ser el otro, aun así accede a visitar su casa con su mujer. Tras una sesión con la tabla Ouija, algunas discusiones que se suscitan entre los cuatro, la muerte del perro y un intento de violación se va descubriendo la verdadera vocación de los dueños de la casa entre asesinatos, resurrecciones y hechos sobrenaturales que se confunden con sueños y pesadillas, incluyendo una muñeca viviente. Esta cinta de Fantaterror español tuvo como productor a Juan Piquer Simón, uno de los titanes del género en España y presenta, sin concesiones, el fenómeno del satanismo: desnudos totales, rituales orgiásticos y paranoia en plena era del “Destape” y supuso el debut como director de Carlos Puerto en una cinta que fue más apreciada en su momento fuera de España –como tantas producciones de este tipo-, que en su propio país.
Akelarre (Pedro Olea, 1984)
“¿Queréis sabéis lo que es un inquisidor? Os lo voy a contar en pocas palabras. Un inquisidor es un cura que, con la excusa de defender la religión católica se dedica a hacer sufrir a la gente.” Al poco de comenzar ya sabemos hacia dónde va esta película que se basa en la historia real del proceso de brujería del Siglo XVI conocido como el de “las brujas de San Juan de Araiz” en los valles navarros, cerca de la frontera con Guipúzcoa, en el que fueron detenidas 27 personas y fueron ejecutadas 11 mujeres y dos hombres acusados de brujería en nombre del catolicismo. El resto de los acusados, que fueron declarados inocentes, murieron con el tiempo, debido a los malos tratos y las torturas. Amor y celos, apropiación de tierras por parte del señor feudal (la antigua Casa de Andueza, repudiada por los habitantes locales por sus abusos), superstición y fanatismo religioso al servicio del poder, el Santo Oficio y sus maneras, curanderos, pobres frailes comprensivos y rebeldía campesina desentrañan los motivos y los hechos de este célebre caso. En un mundo oprimido por el noble señor y la jerarquía católica una danza alrededor de las llamas, así como la orgía sagrada, no tienen sitio en esta recreación (que se toma ciertas libertades) de los hechos trágicos que tuvieron lugar en estos hermosos valles navarros. La frase para recordar: “¿Qué dios es ese en cuyo nombre torturáis?”
Bajo el sol de Satán (Sous le soleil de Satan, Maurice Pialat, 1987)
Basada en la novela del autor trágico católico Georges Bernanos publicada en 1926, narra la historia de dos personajes equidistantes cuyos destinos están íntimamente entrelazados en la tentación y la santidad, la del atormentado cura rural Donissan (Gerard Depardieu) y la de Mouchette (Sandrine Bonnaire), una adolescente que asesina a su amante y se suicida por instigación del cura. En la lucha que entablará para salvar su alma, el padre Donissan se revelará como un hombre santo, no sin antes bordear la tentación y la caída. Esta película fue la ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1987.
Los creyentes (The Believers, John Schlesinger, 1987)
La electrocución accidental de la esposa del psiquiatra policíaco Cal Jamison (Martin Sheen) lo obligan a él y a su hijo a cambiar de ciudad. En Nueva York, en pleno Central Park, el encuentro callejero de una ofrenda sangrienta y el descubrimiento del cadáver de un niño en un teatro abandonado, revela la existencia de una religión caribeña y oculta, supuestamente la Santería, en la que se ven involucrados los personajes más eminentes de la sociedad de la ciudad de los rascacielos. La particular visión del argumento (está basado en una novela de Nicholas Conde), en el que no sólo los migrantes creen en “supersticiones” ya que una clase alta de raza blanca, inclinada a aceptar la religión de los alienados y dispuesta a sacrificar a sus primogénitos a cambio de grandes fortunas, hacen de este título una cinta bastante interesante. Por supuesto los clichés y lagunas en la trama no se hacen esperar, se desaprovecha la premisa inicial de la muerte de la mujer de Jamison, él tiene que ser un policía descreído y su sirvienta una practicante que intenta proteger al hijo de su patrón ante la incredulidad de este pero el mundo en que se ve inmerso, siempre fluctuante entre la pesadilla, el sueño y la realidad, y el enfrentamiento final que tiene con el poderoso hechicero que lidera esta subterránea religión, cuando se le hace ver que su hijo es el elegido para el sacrificio, lo llevarán al derrumbe de sus propias convicciones en la ciencia y en las leyes occidentales.
Lugar Santo (Sveto mesto, Djordje Kadijevic, 1990)
Se trata de una adaptación yugoslava del clásico literario de Nikolái Gógol, El Viy, de cuya versión llevada al cine por Georgi Kropachyov y Konstantin Yershov en 1967, ya hablamos en un listado pasado, misma que sigue siendo la mejor adaptación hasta ahora. El cuento también sirvió de inspiración al italiano Mario Bava para una de sus cintas más celebradas, La máscara del demonio (1960) y del mismo hay aún otra versión, dirigida por Oleg Stepchenko en 2014, Viy (Transilvania, el imperio prohibido), en un tono de comedia que anula el miedo, preciosista, artificiosa y lastrada por efectos CGI sobre los que deposita su atractivo. En la versión que nos ocupa tres seminaristas que van de viaje son hospedados a regañadientes por una anciana en sus paupérrimas cabañas. Uno de ellos, que momentos antes ha sido rebasado por un carruaje que los otros dos no han visto, ha sido separado por la anciana en una cabaña aislada. Por la noche la vieja, convertida en una bruja, lo asalta y utiliza como cabalgadura a través de los páramos. Cuando el seminarista logra desprenderse de ella y se defiende a golpes observa que la bruja se ha convertido en la hermosa y rica joven del carruaje a quien, entre el asombro y el deseo, le hace el amor. A su llegada al seminario le es encomendada la tarea de rezar por tres noches consecutivas ante una joven agonizante y desconocida cuya última voluntad es precisamente que él sea el encargado de dicho acto de piedad. Frente a la casona de la muchacha se encuentra el carruaje que se topara antes, o uno muy parecido, y dentro velan el cadáver de la chica. ¿Pero, dónde ha conocido a esta muchacha, a quien el seminarista no recuerda haber visto jamás, para pedir que sólo él rece ante su cadáver? Apenas puesto a rezar, sin mucha convicción en sí mismo debido a su propia vida de disipación, el seminarista es testigo de cómo la joven se levanta del féretro para atormentarlo, él se encierra en un círculo trazado con tiza en el polvo del suelo y soporta las tres noches, no sin antes encanecer prematuramente por puro terror y ser sorprendido en un aparente acto de necrofilia. La película logra captar una atmósfera costumbrista, limitada por sus propias supersticiones y asombros sobrenaturales aunque prescinde de todos los extraordinarios efectos especiales y del genial atrezzo que usara Aleksandr Ptushko en su antecesora (las criaturas evocadas por la muerta, entre estas el Viy del título, el rey de los gnomos) y pone más énfasis en la historia de la bruja reviniente que en el efectismo lo que hace de esta película un título de interés secundario en toda la continuidad de versiones de este cuento justamente celebrado.
La bruja (The Witch, Robert Eggers, 2015)
Thomasin es una bella adolescente, miembro de una familia de colonos expulsados de la sociedad puritana de la Nueva Inglaterra del Siglo XVII, que lleva a cuidar a la linde del bosque a su hermano Samuel, apenas un bebé de brazos. En un literal abrir y cerrar de ojos, Samuel desaparece de su cuna. Una bruja vieja corre, bosque adentro, con el bebé en brazos cuya sangre y grasa utiliza para rejuvenecer. A partir de este hecho horripilante se sucederán la amenaza constante y la lenta desintegración de la familia. Alabada y denostada a partes iguales, la bruja presenta varios redescubrimientos, no originales, rescatados del bagaje folclórico en torno a la Antigua Religión así como una serie de clichés, algunos de los cuales rayan en lo ridículo (elementos como la manzana vomitada por el niño o el sapo como un demonio familiar), tomados del corpus de los cuentos de hadas y otros, como el amenazante macho cabrío parlante y los perversos gemelos, que parecen únicos y que no lo son tanto cuando se conoce que se han vuelto comunes en la larga cinematografía brujeril. El mayor error de esta película, que dio mucho que hablar en 2016, es el de no decidirse por una trama definida; es notoria la influencia de Las brujas de Salem, la obra teatral de Arthur Miller, por ejemplo, llevada al cine por Nicholas Hytner (en una extraordinaria adaptación del propio Miller) en 1996, que critica la superstición y la histeria colectiva en que se cae fácilmente, en algunas de sus escenas, lo que la vuelve por momentos una película que indaga en el horror psicológico de los personajes pero su manifiesta inclinación hacia el terror explícito, resuelto en un final brillante, la encauzan en los terrenos del cine de miedo convencional y ese entrecruzamiento de ideas y emociones, hacen de esta propuesta imperfecta algo bastante relevante, que aporta una cierta frescura a la constante repetición de modos y formas en la filmografía del género.
Colofón:
Cuatro filmes que, más afortunada o desafortunadamente, dan también la nota demoníaca.
Las diabólicas del amor (La strega in amore, aka. The Witch; The Witch in Love; Strange Obssesion; Damiano Damiani, 1966)
La adaptación que hace Damiani de la novela corta de Carlos Fuentes, Aura, comienza con la pareja formada por Sergio y Marta percatándose, a través de la ventana alta de su apartamento, que una anciana, a quien él se encuentra constantemente a través de la ciudad, está sentada en una banca en un parque, aparentemente espiándolo. Poco después la localiza en un puesto de periódicos donde el dependiente le explica que la mujer siempre busca un anuncio en la sección de clasificados pero que no compra ningún ejemplar. Sergio se lleva el periódico y acude a la dirección del anuncio, un enorme palacio venido a menos. La anciana aristocrática, de nombre Consuelo Llorente, es su propietaria, y lo contrata para ordenar ciertos manuscritos y libros de su colección particular, así como las “valiosas” memorias de su difunto marido a quien mantiene embalsamado en una capilla del palacio. Sergio comprende que el anuncio estaba dirigido a él precisamente pero ignora el motivo. Cuando descubre a la bella Aura, la hija de Consuelo, tras un intento de suicidio de esta, ya tiene un pretexto para quedarse. En una escena se percata que madre e hija son una especie de enigmático reflejo especular que repiten gestos y situaciones. El simbolismo brujeril y sagrado que sostiene la novela de Fuentes, uno de sus mejores trabajos, como columna vertebral del relato, su misterio, sus elipsis narrativas, sus posibilidades abyectas o sus sugerencias de rencarnación, fueron eliminados del guion a favor de un erotismo sustentado sobre el trío amoroso entre Sergio, Aura y el anterior bibliotecario, personaje inventado para la película, obsesionado con ella y atormentado por su infidelidad, hasta convertirla en una trivial historia seudo gótica con un matiz erótico mal trazado. Damiani, que tenía en su haber títulos extraños e intelectualmente relevantes como La isla de Arturo (1962) y una gran filmografía de denuncia sociopolítica, incluyendo un producto comercial del género de terror y de posesiones demoníacas como Amityville II: la posesión (1982), presenta aquí un producto aburrido y de endeble misterio, es decir, una fallida adaptación de una de las mejores obras de la narrativa latinoamericana.
La casa del terror: el guardián del abismo (Hammer House of Horror: Guardian of The Abyss, Don Sharp, 1980)
“Nunca invites, a tu propia casa, a un brujo y le ofrezcas voluntariamente vino, pan y sal.” Este capítulo, perteneciente a la serie británica de televisión de la legendaria casa productora Hammer, es uno de los mejores a pesar, como solía pasar con dicha serie, de ciertas inconsistencias y trampas en la trama. Cuando en una subasta es adquirido un lote de baratijas por un precio irrisorio se presenta un hombre dispuesto a pagar un precio elevado por un raro espejo negro, que resultará ser uno de los espejos mágicos del ocultista isabelino John Dee, puerta capaz de hacer llegar a nuestro continuum al poderoso demonio Choronzon, el “guardián del abismo”, ofreciéndose voluntariamente, en sacrificio, una persona nacida en un solsticio y poseedora del espejo para tal efecto. Como en varias de las películas que componen esta lista, en este capítulo aparece el viejo cliché (ya presente en Rosemary´s Baby) de las identidades falsas que someterán al protagonista, mediante amor y sexo, para la consecución de los oscuros fines de la secta.
La hora de los brujos (Spellbinder, Janet Greek, 1987)
La misma trampa argumental de El guardián del abismo sostiene la trama de esta película. Cuando un joven abogado rescata a una hermosa y sensual muchacha de una golpiza callejera termina enamorándose de ella. La pasión sexual y el horror se apoderarán del héroe cuando descubre que no cualquier beldad es lo que parece. Rescatar a una chica como Miranda (cuyo papel interpretó la sensual Kelly Preston) y llevarla a vivir al apartamento de uno, es el sueño húmedo de todo soltero, pues aparte de hermosa la joven resulta ser culta y sofisticada, conoce de música, de arte, es una amante salvaje en la cama y posee ciertos dones sobrenaturales; la premisa de la película pues, apela a las emociones más básicas del espectador y el desarrollo de la historia –una secta que intenta hacer volver a la joven al seno del grupo- está lastrada por efectistas y baratos efectos especiales que alejan esta película del cine de explotación (que siempre permanece entre las sombras y revela, a veces de forma involuntaria, un lado salvaje de las cosas) para hacerla entrar, de lleno, en el cine más comercial y convencional.
Aprendiz de magia negra, aka. Krabat y el molino del diablo (Krabat, Marco Kreuzpaintner, 2008)
La historia, basada en una leyenda del pueblo sorbio, había sido llevada a la pantalla en una versión animada, El aprendiz de brujo (?arod?j?v u?e?) por el genial maestro checo Karel Zeman en 1977 y se había retomado como base para dos libros. Es la historia de Krabat y su grupo de amigos, huérfanos que, durante la Guerra de los Treinta Años, recorren los pueblos ofreciendo pobres actuaciones teatrales. Pero Krabat es un elegido por los cuervos y será conducido por un “Maestro” oscuro a un viejo molino que funciona como lugar de iniciación de un discipulado satánico del cuál, cada tanto tiempo, uno de los jóvenes es ofrecido en sacrificio. Los discípulos adquieren dones especiales, como la transformación en cuervos y el don del vuelo o poder externar el alma y caminar las noches de Pascua entre dos realidades, mientras se abandona el cuerpo en un lugar dónde hubo ocurrido una muerte violenta como una iniciación al seno del grupo. La película está dirigida con convicción y transmite esa misma emoción, aunque finalice con el consabido mensaje de tono moral y simplista: el amor de una hermosa muchacha salvará el alma de Krabat y las de sus compañeros de las garras del mal. La película se hizo acreedora del premio Bayrischer Filmpreis a la mejor cinta infantil y juvenil y la música corrió a cargo del popular grupo musical alemán Polarkreis 18.