Por Roberto Ortiz Escobar.

A Renato Camarillo Duque.

Sorpresa y extrañeza me provocó la lectura de “Mujer en papel”, Memorias inconclusas de Rita Macedo (Recopilación y edición de Cecilia Fuentes, Trilce Ediciones, segunda edición, 2020). Esto se debe a que Macedo murió en diciembre de 1993 (se suicidó con una pistola), apareciendo sus memorias 26 años después (la primera edición apareció en 2019).

Lo importante fue la salida editorial de un libro que arroja muchas luces sobre el itinerario íntimo y creativo de una enorme actriz. Para concretar la publicación fue necesario que Cecilia Fuentes, la hija de Rita Macedo, recopilara y ordenara los documentos escritos por la madre sobre su vida, iniciando con la figura de la madre de la actriz (capitulo “Mamá Julia”) y concluyendo con la relación sentimental de Macedo con Ron Porter (capítulo “Ya no quiero vivir mi vida”).

El libro está conformado por 29 capítulos, una especie de epílogo de Cecilia Fuentes (“Como dicen en los Óscar: In memoriam”), dedicatorias (entre otras, de Julissa, Luis de Llano, Benny, Diana Bracho y Ximena Cuevas), agradecimientos, títulos de las obras de Rita Macedo (“Cine, teatro y televisión”) y relación de las fotografías integradas al libro con su procedencia.

Cecilia Fuentes plantea en la introducción su desprendimiento por muchos años de los documentos escritos por la Macedo desde su muerte (“Cuando ella se fue, yo me llené de rabia. No tanto por su muerte, sino por la traición. Nosotras teníamos una relación muy violenta, intensa y enferma, pero también de total apertura y confianza, de amor puro, casi pasional. Por eso nunca le he perdonado la forma en que me mintió y me dejó sin explicaciones”). Inmediatamente después apunta que al morir su padre, el escritor Carlos Fuentes, “sentí una sofocante necesidad de retomar el trabajo de mamá y darle el lugar que ella soñó”. Debió hurgar en una computadora lo que había transcrito de la actriz, ubicar papeles, releer y “darle forma”.

Lo anterior explica, en parte, el retraso de la publicación por mucho tiempo. Aunque una probable especulación de más de un lector sería que la aparición del libro sólo podía concretarse después de la muerte de Carlos Fuentes, ya que el escritor no sale muy bien librado cuando Macedo señala algunos aspectos de su personalidad (las amantes que tuvo estando casado con Macedo por muchos años, su soberbia intelectual, la obsesión por relacionarse con la crema y nata de la comunidad creativa en México y el extranjero…).

Lo importante del libro son las consideraciones hechas por Rita Macedo de su vida personal y las relaciones con los medios donde incursionó (cine, teatro y televisión). Podría decirse que en ella se cumple el dicho “infancia es destino”, si nos atenemos a la difícil relación que tuvo con su madre, quien procuró en más de una ocasión apartarla de su vida para reclutarla en internados, lo cual perfiló un carácter inseguro, introvertido y con dificultades para desarrollar vínculos afectivos. Aunque el libro no es una autovaloración psicológica, la actriz menciona sus estados anímicos y ciertas debacles. En este aspecto, algunas de las dedicatorias de familiares y amigos de la actriz aparecidas al final del libro, poco aportan por ser básicamente testimonios permeados por la emotividad y el afecto a la actriz. 

Rita Macedo se posicionó como actriz, no obstante, su enérgico carácter que le ocasionó más de una rispidez. En el cine, si bien ubica algunas de sus obras fundamentales (Rosenda, por ejemplo), reconoce el vínculo con Luis Buñuel (capítulo “Entre Buñuel y Genet”) en dos películas importantísimas del cineasta de origen español (“Ensayo de un crimen”, 1955 y “Nazarín”, 1959). Si bien en la primera su participación fue breve, en buena medida su personaje de Patricia Terrazas anticipó su final abrupto cuando en la ficción fílmica terminaba suicidándose. En cambio, en la segunda cinta tuvo un rol más protagónico al lado de Marga López, de quien escribió que “trató de hacerme sentir que ella era una estrella de más calibre que yo. Era o había sido la protegida del productor más importante de México, Gregorio Walerstein (al que yo le había pintarrajeado la camisa hacía unos años). Yo, por mi parte, me consideraba una persona más libre y honesta que ella, había logrado una carrera sin ayuda de nadie”. 

Sobre su relación actoral con Buñuel apunto: “Cuando alguien me pregunta cómo dirigía Buñuel a sus actores, a riesgo de parecer pretenciosa, les contesto que conmigo nunca se sentó a analizar las características del personaje que debía interpretar y que, fuera de algunas indicaciones de orden técnico o algunas llamadas de atención para que no me sobreactuara, jamás me dirigió…No soy dada a creer en la parapsicología o la transmisión del pensamiento, pero sí creo que ese hombre me intuía, y, sin necesidad de palabras, ‘su animalito’ se comunicaba con el mío y así lograba que yo plasmara en pantalla lo que él quería”. Pero, si bien “lo que Buñuel tenía que decir estaba más allá del buen o mal oficio de sus actores”, el cineasta demostró ser un extraordinario director de actores, sacando de ellos lo mejor de sus talentos. En “Nazarín”, por ejemplo, resulta conmovedor el personaje de Andara (Rita Macedo), quien abandona la prostitución para vincularse con entera fidelidad, orgullo y humanidad al cura Nazario (Francisco Rabal). En otro capítulo (“El Viejo”), Macedo alude una anécdota con Buñuel en Paris, ilustrativa de la personalidad del cineasta.

En la redacción de los textos se aprecia una Rita Macedo segura al escribir de manera directa y sin tapujos, llamándole al pan, pan, y al vino, vino; también una aguda capacidad de observación de la conducta de los otros. Macedo mostraba un rostro de amplio espectro cultural, lo que le permitió comprar los derechos de obras triunfadoras en el extranjero para montarlas en los teatros donde participó como actriz y productora. Cuando estaba en la madurez y se plegaba a repertorios menores con tal de obtener ingresos (evidente en el cine y la televisión), también apoyó a su hija Julissa (cuyo padre fue Luis de Llano) en el vestuario y la participación en determinadas películas y obras teatrales, como Vaselina. A través de cada capítulo, la actriz alude sucesos mundiales, con la idea de contextualizar la época abordada (“Se fue 1979 junto con las tropas americanas en Vietnam, Agustín Lara, Janis Joplin, Jimi Hendrix y Dos Passos”, capítulo “La princesa que llegó para quedarse”). Atractivas resultan las menciones a las fiestas en su casa con decenas de invitados, mientras vivía con Carlos Fuentes, así como las vivencias con determinados personajes (viaje con Octavio Paz a Oaxaca, encuentros con Fernando Benítez en el extranjero, reuniones con Gabriel García Márquez, participación en un festival de cine de Venecia cuando Carlos Fuentes fue parte del jurado, etc.). 

Era una mujer elegante en el vestir, por lo que creó una empresa de vestuario con Armando Valdés Peza. Podía imitar la confección de algún vestido de aparador creado por algún diseñador famoso con tal de lucir su atuendo en algún evento importante, además de confeccionar convenientemente los espacios donde vivía o que rentaba.

Una parte medular de las memorias las dedica a su relación matrimonial con Carlos Fuentes, para lo cual Cecilia Fuentes logró incluir algunas de las cartas y mensajes con dibujos que hacía el escritor de Rita o Cecilia bebé o niña, cuando viajaba al extranjero. Si bien Macedo permitió la infidelidad del escritor con tantas mujeres jóvenes, los contenidos de los capítulos dejan ver que fue el amor de su vida. A manera de colofón (“Como dicen en los Óscar: in memoriam”), Cecilia Fuentes informa de varias relaciones sentimentales de Macedo con otros hombres después de su separación con Carlos Fuentes y la muerte de Ron Porter. En las últimas páginas del libro se aprecia a una Rita Macedo sumergida en un bache existencial después de la relación de varios años con el escritor de La región más trasparente. La separación supuso el resquebrajamiento de la actriz, quien ingresó a una depresión prolongada y no solamente temporal.

Pero ojo, aunque el libro revele a una mujer sin aspavientos por decir lo que pensaba, la trascendencia de Rita Macedo no será por lo escrito en sus memorias, sino por las aportaciones hechas con sus interpretaciones en diferentes medios masivos; en el cine, por ejemplo, es patente la huella que imprimió en películas trascendentales en la historia de la cinematografía mexicana. Lo importante en estas memorias es lo que dice la actriz desde el primer capítulo (“Hay recuerdos confusos. Hay memorias claras como el agua”). 

En buena medida el libro rebela una apuesta amorosa fallida, ilustrando como pocas memorias, pasajes personales que usualmente se esquivan en otras relatorías de vida. De ahí la importancia del capítulo “La profesión más antigua del mundo” donde la actriz menciona su incursión en esta práctica con tal de sobrevivir y manejar un status. Alude incluso a una actriz conocida en el cine mexicano que funcionaba como enlace para ciertas relaciones, es decir, como alcahueta.

Amén de las descripciones de la actriz en el ambiente teatral y televisivo, Rita Macedo describió sin ambages el ambiente del cine y las formas como se levanta una película, amén de las personalidades de ciertos directores.

Así sean memorias inconclusas, “Mujer en papel” se torna un libro indispensable para quien deseé conocer de viva voz los entramados del mundo del espectáculo y el devenir de una mujer que logró imponerse en el ámbito actoral, aunque su vida íntima fuera vapuleada por el desaliento en más de una ocasión.

*El autor agradece el apoyo invaluable de Hugo Lara en las fotografías que ilustran el artículo, las cuales tienen un cometido de difusión cultural sin fines de lucro.

Carlos Fuentes, Julissa y Rita Macedo.