Por Raúl Miranda
El ingeniero Salvador Toscano vivió el nacimiento del cine mexicano como realizador, productor, programador, exhibidor, archivador y preservador. Antes de que se estableciera la tajante separación de actividades en este medio, Toscano, el precursor del cine nacional, las fundaba y las fundía. Al terminar sus estudios como ingeniero topógrafo e hidrógrafo en 1897, pudo comprar su primer equipo fílmico Lumiére. Inmediatamente emprendió recorridos intensos por todo el país debido a su labor profesional. Luego, al combinar su trabajo como ingeniero con el “oficio” al que afortunadamente se dedicó, no dejó de recorrer muchos lugares de la república; siguió las rutas del ferrocarril para difundir las “vistas”, proyectadas por el novedoso invento, y filmó muchas otras para enriquecer su acervo con miras a la exhibición.
En 1900, viaja a París para hacerse de películas, avances tecnológicos de cine y de contactos: personas involucradas en el negocio de la difusión de ese presente fílmico, hoy considerado valioso documento, pasado cinematográfico, arqueología, vestigio, origen; y de lo que después gustará en llamarse arte, memoria, testimonio, tesoro cultural; pero que en ese entonces sólo se toma como curiosidad, espectáculo, entretenimiento.
Toscano era un cosmopolita en términos de difusión, exhibía películas de cualquier nacionalidad que consiguiera. Puede decirse que organizaba sus propias muestras internacionales (Zecca, Meliés, Porter), sorprendía con el cine del mundo pero intimaba con lo propio, entrañaba con el “cine” hecho en casa, realizado por otros o por el mismo. Ya en 1906 filmó las “Fiestas de Zapotlán el Grande”. Fundaba recintos de exhibición con nombres de la industria y difusión francesa: el Salón Rojo y el Lumiére en la Ciudad de México, el Salón Pathé en Puebla y el Olimpia en Guadalajara. Este último era toda una plaza comercial, antecedente de los complejos arquitectónicos actuales (molls y multiplex).
Salvador Toscano, viajero incansable, trashumante organizado en sus propósitos divulgadores y comerciales; el “cineasta de la legua” (le llama José María Muría), insiste en sus largos recorridos por el interior del país, y su percepción del mismo le hace presentir el fin del porfiriato. Así, proyecta y filma cada vez más sucesos nacionales, eventos regionales, el acontecer local, lo cotidiano, pero con “puesta en escena”, porque a los feligreses que salían de misa, por ejemplo, les advertía con anticipación de la filmación para que portaran sus mejores galas (Saliendo de la Catedral de Puebla, 1900). Pero tampoco pierde la historia oficial y filma las Fiestas del Centenario de la Independencia, el último gran festejo del gobierno de Díaz.
Luego vino la “bola” y también lo “alevantó”, y se abandona a la fuerza de los acontecimientos (afirma el estudioso Angel Miquel), para registrar a los sin nombre y a los ilustres de la Revolución Mexicana: Madero, Villa, Carranza, Obregón; quedando los próceres de la patria plasmados en los fotogramas toscanianos, para sorpresa de los espectadores de esa época y fascinación de los mexicanos, hijos, nietos y bisnietos de aquellos épicos y dolientes sucesos.
La filosofía positivista derivada de los estudios preparatorianos de Toscano le motivaba a inclinarse por el documental (al igual que a sus colegas de esos inicios), por el conocimiento de lo real. Las tomas fijas de su obra estaban cimentadas en un ánimo de registro de la verdad. Estos registros o vistas seguían a los del padre creador del cinematógrafo: Lumiére. No se aventuraban a la ficción y sus implicaciones de lenguaje (edición, campo y contracampo, diversificación de puntos de vista). Sin embargo, Toscano filma en forma de reportaje y con sentido de continuidad una visita del presidente Díaz a Yucatán (Viaje a Yucatán, 1906). Aquí ya existe una planificación de itinerario, se aleja de las valiosas pero simples vistas, para crear, por medio del montaje, el naciente filme documental mexicano.
Acertadamente, Carmen Toscano, la hija del pionero del cine mexicano, llama al filme derivado de las 150 cajas de película del ingeniero Toscano, Memorias de un Mexicano (1950).
El nombre de Salvador Toscano lo lleva un premio sobresaliente en el ámbito de la cultura cinematográfica de México. La Cineteca Nacional otorga cada año el galardón Medalla Salvador Toscano a un creador destacado del cine nacional.
Recomiendo el libro Salvador Toscano, de Ángel Miquel, editado por la Universidad de Guadalajara, la Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Puebla, la Universidad Veracruzana y la Dirección General de Actividades Cinematográficas UNAM, en 1997.