Por Lorena Loeza

Los enormes cambios de los últimos años, en materia de impacto al medio ambiente, en realidad no sucedieron de pronto a gran escala, generando hecatombes de enormes dimensiones. Los procesos que poco a poco y lentamente, modificaron los hábitats de personas, animales y vegetación, fueron a menudo silenciosos, afectando de manera drástica a comunidades que viven en lugares apartados de la vertiginosa modernidad.

Al menos, esta parece ser la premisa de arranque de «Honeyland», el asombroso documental con el que Ljubo Stefanov y Tamara Kotevska, lograron dos nominaciones de la Academia, como mejor documental y mejor película en lengua no inglesa, para la edición 2020 del cotizado premio.

Con espectaculares tomas panorámicas, Stefanov y Koteska, nos llevan hasta un recóndito pueblo montañoso de Macedonia. Ahí conocemos la sencilla, pero complicada vida de Hatidze Muranova, una mujer que vive con su madre, sin servicios básicos, en una choza deteriorada y en medio de ruinas de antiguos asentamientos. Sin embargo, en este lugar agreste, ha logrado sobrevivir gracias a las técnicas de apicultura ancestral, que le permiten criar abejas y vender la miel en el mercado del pueblo cercano.

Un día, el delicado equilibrio que le permite sobrevivir gracias a sus escasos recursos, se ve trastocado por una familia turca que llega establecerse al lado de su vivienda. Con vacas, autos, niños y niñas, los nuevos habitantes se convierten en una verdadera invasión que amenaza con cambiarlo todo. Ella es amable con ellos al principio, pero no logra que los vecinos comprendan la sabiduría que su relación con el entorno encierra. “Toma la mitad y deja la mitad” les dice para no agotar la miel y permitir que las abejas sigan produciéndola. Un gran principio de producción sustentable al que nadie pone suficiente atención.

Pero las abejas no tienen como protegerse más que con su aguijón. Y eso no es suficiente, para combatir al peor depredador sobre la tierra. Quizás las abejas también lloren, de vez en cuando.

La metáfora es simple. Pocos recursos, alcanzan para pocas personas. Pero cuando la población crece en medio de la precariedad, la lucha por la sobrevivencia se vivirá de un modo doloroso y cruel.

Es imposible no ver en esta historia una profunda reflexión sobre nuestra situación actual como planeta. La necesidad de producir más sobrepasando la capacidad de los recursos disponibles, para mantenerse en el tiempo de manera sostenible, es más que evidente. Quizás es por ello, que la cámara solo es un testigo, una ventana que nos permite ver con nuestros propios ojos, lo que sucede cuando los límites se rebasan sin control.

Es así que en medio de los debates contemporáneos sobre la necesidad de reconocer nuestra participación en el desastre ambiental, este película nos muestra una realidad estrujante: Hemos sido esos vecinos que sin control, estamos a punto de acabar con todo.