(Primera Parte)


Por Raúl Miranda López


Los actores secundarios, de reparto o actores complementarios del cine mexicano, resultaron siempre indispensables y sin su presencia ninguna gran película nacional podría ser considerada como tal.


Ramón Vallarino, Antonio R. Frausto, Rafael L. Muñoz, Carlos López “Chaflán”, Raúl de Anda, los llamados “Leones de San Pablo”, soldados valientes al servicio del “Centauro del norte”, que bien podrían ser secundarios en la gesta villista, son los protagónicos, no así el mismo Pancho Villa (Domingo Soler) y el general Fierro (Alfonso Sánchez Tello), que vendrían hacer los complementarios en la cinta “Vámonos con Pancho Villa” (Fernnado de Fuentes,1935).


Los estelares, como se les llama a los actores principales, a veces se diluyen en una película de múltiples voces, como es el caso de la cinta “Los olvidados” (Luis Buñuel, 1950), en la que Stella Inda, Miguel Inclán, Alfonso Mejía, Roberto Cobo y Alma Delia Fuentes, son todos ellos los protagonistas. Lo que nos habla de una película heterodoxa que rompe con la estructura de guión tradicional, en la que difícilmente se puede hablar de secundarios.


En películas fundamentales de nuestra cinematografía, los secundarios proporcionan la dimensión de profundidad al relato, incluso sin tener una sola línea de diálogo, como María, la muda (Emma Roldán, magnífica), testigo del oportunista y traidor protagónico Alfredo del Diestro, en “El compadre Mendoza” (Fernando de Fuentes, 1933). Sin olvidar al secundario Tenógenes (Luis G. Barreiro), como el “simpático” asistente del terrateniente Rosalío Mendoza de ésta cinta.


Hubo secundarios inolvidables, como Miguel Inclán, cuyo papel de “El Rengo”, no “Ringo”, porque era cojo, es de tal fuerza que le da otra condición a su presencia maligna al enamorarse de la actriz protagónica Ninón Sevilla, en la cinta cabaretil “Aventurera” (Alberto Gout, 1949). En las películas en donde hay personajes niños y adultos, los primeros son siempre los secundarios, como la niña Lupita (Alma Delia Fuentes), de la formidable cinta de don Alex, “Una familia de tantas” (Alejandro Galindo, 1948).


También existen los relatos en donde el protagonista tiene sus “coadyuvantes”: utilizando el descriptor del formalista ruso Vladimir Propp, referido a los amigos cuya función es apoyar y ayudar a cumplir objetivos al personaje principal; como Marga López y Rita Macedo quienes acompañan a Francisco Rabal en la cinta Nazarín (Luis Buñuel, 1958). De tal categoría son estos personajes femeninos que difícilmente los ubicaríamos como secundarios. No así, insistiendo en las películas de Buñuel, el sacerdote Velasco (Carlos Martínez Baena), que es evidentemente un secundario formidable en la cinta “Él” (1952).


Hay películas construidas a partir de un único protagonista principal, por ejemplo, Andrea Palma es la estrella solitaria de la cinta “La mujer del puerto” (Arcady Boytler, 1933), porque incluso Domingo Soler, el hermano incestuoso involuntario, aun siendo coestelar, es secundario.


Como Buñuel y Alcoriza hicieron escuela, relevantes películas mexicanas tienen múltiples protagonistas y se les llama “corales”, en donde cada protagonista estelar cumple funciones para recrear el universo del relato. Lucha Villa, Roberto Cobo, Ana Martín, Carmen Salinas, Gonzalo Vega y Fernando Soler serán las presencias corales de “El lugar sin límites” (Arturo Ripstein, 1977).


Hasta aquí cabría preguntarse si dentro de los principales protagonistas, llamados comúnmente elenco, los secundarios no son primarios, por ejemplo, Dolores Camarillo haciendo el papel de la criada Pacita, novia de Cantinflas, en “Ahí esta el detalle” (Juan Bustillo Oro, 1940).


En el cine mexicano los comparsas, considero, nunca fueron secundarios. Pensemos en “El Chupa” (Fernando Soto “Mantequilla”), de la cinta “Campeón sin corona” (Alejandro Galindo, 1945). Por supuesto, hubo secundarios, a los que la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas reconoció maestría actoral, aunque el premio Ariel se llamará papel incidental masculino, como el otorgado a Eduardo “Nanche” Arozamena por su actuación en la cinta, ubicada en la Revolución Mexicana, “Enamorada” (Emilio Fernández, 1946), en donde es el mayor Joaquín Gómez, un viejo militar subordinado que le dará consejos sentimentales al general José Juan Reyes (Pedro Armendáriz), quien sucumbe al amor-desamor de Beatriz Peñafiel (María Félix).


En otra extraordinaria cinta, “Pueblerina”, de Emilio Fernández (1948), los secundarios no tienen mayor relevancia, pues la pareja protagónica se queda sola, sin invitados: una hermosa secuencia tendrá lugar en la fiesta mexicana de su boda, mientras bailan hieráticos un son jarocho y contemplamos el tiro de cámara de Gabriel Figueroa sobre las bancas y mesas, y los platillos sin ningún comensal.


Ahora bien, también existen películas mexicanas que rompen las estructuras de guión tradicional, y en las cuales no encontramos héroes, rivales, enemigos, aliados, pareja amorosa, es decir, sin poder considerar a nadie secundario, y que sin embargo hablan de un viaje, pero no de iniciación y sí sin retorno, como “Canoa” (Felipe Cazals, 1975), en la que los muchachos excursionistas, empleados de la Universidad de Puebla, interpretados por Jaime Garza, Carlos Chávez y Gerardo Vigil, entre otros, serán masacrados por los pobladores del lugar azuzados por el sacerdote local (Enrique Lucero).


Vayan estas líneas como un sentido homenaje a los secundarios de primera del cine nacional.