Por Hugo Lara
El cine en el mundo vivió una larga transición en el tiempo de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y de la inmediata postguerra, en cuyo fondo se dio la destrucción-reconstrucción de Europa y el inicio de la guerra fría ente las potencias emergentes: Estados Unidos y la Unión Soviética. El fin de la edad de oro de Hollywood fue anunciado por el cine negro, desprovisto de todo glamour, que triunfó en la década de los 40. En otras partes del planeta, surgieron valiosos directores y corrientes fílmicas, como el neorrealismo italiano, que habrían de ser determinantes en el futuro de la cinematografía.
Hollywood eternamente
El sistema de estudios le había permitido a Hollywood mantener una situación boyante, incluso durante la depresión económica que había golpeado con más dureza al resto del país. La política de reivindicación social promovida por el presidente Roosvelt había encontrado eco en el cine, a través de relatos entrañables donde se restauraba el espíritu del ‘american dream’. Por eso, la candidez como la de Jimmy Stewart o la fortaleza que encarnaba John Wayne, tenían mucha resonancia entre un público ávido por recuperar el orgullo patriótico. La cinta ‘Lo que el viento se llevó’ (1939) representa muy bien ese esquema y su coyuntura, pues es una producción fastuosa que, además de consagrar para siempre a Clark Gable y Vivien Leight, es una apología de los principios fundacionales de aquel país.
Por otro lado, más afortunado en términos de audacia cinematográfica fue la irrupción de Orson Welles con su opera prima, ‘El ciudadano Kane” (1941), un filme capital resuelto con mucha inteligencia tanto en su forma como en su fondo, donde se abordan los entresijos del poder, el desamor, la ambición y la traición, temas recurrentes en el resto de la brillante trayectoria de Wells. Más adelante, ratificaría su talento en cintas como ‘La dama de Shangai’ (1948), aunque siempre debió enfrentarse a las dificultades que le opusieron los estudios, en virtud de su fama de cineasta contestatario e independiente, visionario y, por ello, muchas veces incomprendido por el público.
El pretexto de la guerra sirvió para que se produjera cine de propaganda bélico. Por un lado, cineastas importantes, como John Huston, llegaron a rodar notables documentales en los frentes de batalla y, otros tantos, confeccionaron relatos donde se condenaba al enemigo. En esta tesitura, fue donde se gestó ‘Casablanca’ (1942), un símbolo cinematográfico de todos los tiempos, con los inolvidables Humphrey Bogart e Ingrid Bergman.
A la sazón, también el cine negro tuvo una feliz pujanza. Estos eran relatos a menudo de ambientes mundanos poblados de criaturas antiheróicas asoladas por un entorno decadente o corrupto. Obras como ‘Perdición’ (1944), de Billy Wilder, o ‘El cartero siempre llama dos veces’ (1946), de Tay Garnett, acuñaron esta corriente que se nutría de influencias discursivas o estéticas, como el expresionismo alemán o el fatalismo francés, pero que aportaba crudeza y dinamismo al tratar de develar el lado cínico y oscuro de la sociedad norteamericana.
Ya en la postguerra y con el inicio de la guerra fría entre las dos potencias emergentes (EU y URSS), este tipo de cine fue mal visto por los grupos conservadores norteamericanos, quienes escribieron uno de los capítulos más funestos del cine a través de las acciones del Comité de Actividades Antinorteamericanas, órgano dedicado a perseguir a los ciudadanos simpatizantes con la izquierda. Muchos guionistas, actores y directores de la talla de Dalton Trumbo, Paul Muni o Charles Chaplin, fueron encarcelados o marginados de la industria, denunciados por algunos compañeros del gremio, como Walt Disney, Elia Kazan o Gary Cooper.
De esta manera, Hollywood entró en una crisis moral, tensada por el miedo y la traición, tan sólo superada por algunas honrosa excepciones encabezadas por directores como Alfred Hitchcock, Otto Preminger, Nicholas Ray, Samuel Fuller o el mismo Huston. Hollywood también entró en recesión financiera, debido entre otras cosas a que para 1950 la televisión comenzaba a carcomer el predominio del cine como medio de diversión preferido. Para contrarrestar esta nueva competencia, se sumaron gradualmente otros atractivos que la televisión no brindaba: el color, la pantalla gigante y el sonido estéreo. Así, se llevaron a cabo grandes superproducciones, especialmente de temas épico históricos, aunque también proliferaron las películas de bajo presupuesto, de serie B, muchas de ellas del género fantásticos que, a pesar de su inocencia y su precariedad, a la larga llegaron a convertirse en cintas de culto, como ‘Ultimátum a la Tierra’ (1951).
Las nuevas corrientes de la postguerra
El cine de Italia había sufrido durante casi 20 años la mordaza del fascismo, de tal manera que la producción de ese periodo padecían de una excesiva retórica al servicio del Estado. Cuando al fin los aliados vencieron a Mussolini, los cineastas italianos se aprestaron a filmar un cine liberado y espontáneo, encuadrado en buena parte dentro de lo que se bautizó como ‘el neorrealismo’. Su fundador y teórico más distinguido fue el guionista Cesare Zavattini, quien postulaba un cine radical, heredero en parte del realismo francés y que proponía alejarse de los convencionalismos para retratar la verdad del mundo y de las personas ordinarias. La cinta considerada fundadora de esta corriente fue ‘Ossesione’ (1942), de Luchino Visconti, y algunos clímax se debieron a ‘Roma, ciudad abierta’ (1945), de Roberto Rosellini y ‘Ladrones de bicicletas’ (1946), de Vitorio De Sica.
La corta vida del neorrealismo se diluyó en cuanto los cineastas que lo habían promovido fueron desplazándose hacia líneas más personales, debido a que el sustento social e ideológico del movimiento perdió auge cuando la recuperación económica fue alcanzada progresivamente por Italia. Más tarde, con el advenimiento de Federico Fellini y Michelangelo Antonioni entre otros, el cine italiano viviría un segundo renacimiento muy creativo y vigoroso.
Después de que Jean Renoir concluyera ‘La regla del juego’ (1939), el cine francés fue casi sepultado con la ocupación nazi, aunque hubo espacios para cintas como “Los hijos del Paraíso” (1945), de Marcel Carné. Su recuperación sobrevendría hasta inicios de los años 50, de la mano de una camada de realizadores que se agruparon entorno a lo que se conoció como la nueva ola del cine francés.
Otras cinematografías ganaron presencia gracias al surgimiento y la consolidación de algunos de sus directores. En Suecia, a comienzos de los años 50, el joven Ingmar Bergman se perfiló como un realizador de notables virtudes estéticas y narrativas. En Japón, Akira Kurosawa se descubrió con ‘Rashomon’ (1950) y ‘Los siete samurais’ (1954) como un reflexivo y sensible creador, influenciado tanto por el cine y la literatura occidental como por la fecunda tradición lírica japonesa.
La época de oro del cine mexicano
Hollywood, ocupado en la producción de películas de propaganda, dejó espacios en el mercado latinoamericano que México cubrió con su producción. Con esto, el flujo de capitales enriqueció a la industria mexicana, la que también se fortaleció con un ‘star system’ nacional y con el buen oficio de sus guionistas, técnicos y realizadores. Esta bonanza, conocida como la época de oro, duraría hasta entrados los años 50.
Entre sus exponentes se encuentran los realizadores Emilio ‘Fernández, Roberto Gavaldón y Alejandro Galindo; el fotógrafo Gabriel Figueroa y los actores Pedro Infante, María Félix, Jorge Negrete, Dolores del Río y Pedro Armendáriz. Los géneros más socorridos fueron la comedia ranchera, el cine de barrio, el cómico y el melodrama.
Caso aparte es el del español Luis Buñuel, quien llegó a México en 1946 para continuar una carrera truncada en su país. Buñuel rodó en México alrededor de 20 cintas, muchas de ellas de enorme importancia como ‘Los olvidados’ (1950) y ‘El’ (1952). Su cine, de raigambre surrealista, era de un tono incisivo y mordaz, que gustaba de la ironía y la mofa sobre los absurdos del hombre.