Ali López
En la noche de premiación de la edición 2018 de Macabro, Festival Internacional de Cine de Horror, Harry Montiel, ganador al mejor cortometraje mexicano con “La cruz de agujas” (México | 2017), mencionó un mantra que acompaña a la creación, distribución, programación y promoción del cine de género desde hace varios lustros: ‘El cine de horror se hace con amor’. Inmiscuido en el tema, en primer lugar como fanático, descubro cada año, con cada película y, prácticamente con cada resplandor macabro, que la frase no sólo resulta creíble, sino cierta.
El amor que hay por el cine de terror, y cada uno de sus géneros y subgéneros, se desborda en sangrientos maquillajes, hordas caminantes a la espera de un boleto, playeras donde se portan con orgullo los colores, horrores y rostros de los dueños de nuestras pesadillas, y quincenas; así como el interés creciente por llevar al género a las nociones académicas, de investigación, con profundidad y reflexión; sólo para asentar lo que desde tiempo arcanos ya era parte de las conversaciones.
El amor se desborda, desde hace algunos años, en la pantalla. Las cintas autoreferenciales, pastiches de géneros, referencias, intertextualidades y, lo que Gilles Lipovetsky determinaría como imagen-exceso, imagen-distancia o en pocas palabras: hipercine; están determinando muchas de las programaciones de éste y otros festivales. Proyecciones donde el barullo de la gente se convierte en la aprobación o desaprobación de lo que sucede, donde la sangre y los desmembramientos provocan carcajadas y donde los detractores del horror encuentran, también, la afirmación y morfología de su discurso.
De esto abreva la cinta que clausuró el Macabro XVII, “Blood Fest” (Owen Egerton | USA | 2018), del amor y el odio al género, de las reglas de juego (de cada cinta y cada subgénero), así como de lo engañoso que pueden ser los eventos dedicados a los fanáticos. Por que el amor para el terror, y lo digo porque lo sé, no nace desde la expansión de la comercialización de recuerditos sangrientos, sino de las películas donde se rememoran momentos sacros, donde con familiares o amigos, uno se encontró con una cinta, o serie de cintas, que por fin provocaron algo ajeno a la emoción cinematográfica marca Disney.
El amor que defiende la cinta, es el que defiende Macabro, el del cine de horror que deja experiencias, no memorabilia; es decir, el que va más allá de la espontaneidad comercial del Halloween o el Día muertos, o sólo busca el merchandising como sustento de su calidad. Los protagonistas de “Blood Fest”, como cualquier fanático del horror, es un humano lleno de emociones y sentimientos, que no por amante de lo sangriento se jacta de asesinatos; los antagonistas, como los del mundo real, son aquellos que no entienden la complejidad de este tipo cine y sólo ven la superficialidad, lo escabroso y, a final de cuentas, lo que sus propias limitantes, y perversiones, les permiten ver.
Otras dos cintas, ratifican que al cine de terror hay que quererlo y mimarlo, hay que conocerlo para poder realizarlo (bien), y sobretodo, hay que sobreponerse a los limites para encontrar en lo que parece gastado un giro que le dé nuevos caminos.
“A mata negra” (Rodrigo Aragão | Brasil | 2018) es la hija pródiga del cine de Zé do Caixão, “Braindead” (Peter Jackson | Nueva Zelanda | 1992) y hasta “El Resplandor” (UK, USA | 1980) de Stanley Kubrick; llena de referencias, más sutiles, y enseñanza de visitaciones a los clásicos del género, la cinta es un recordatoria de lo que un poco de presupuesto, con mucho ingenio y oficio, es capaz de hacer.
Clara (la magnifica Carol Aragão) pérdida en la selva tropical, así como en la jungla de su mente y cuerpo, parece encontrar la salida a su laberinto personal con un costal de oro y un libro negro; pronto, el fanatismo religioso, los engaños del amor, además del demonio que ha invocado, le harán ver su suerte. Una trama que se va construyendo de a poco, donde los momentos de misticismo se exponen como jump scenes funcionales.
Los géneros se combinan y de una cinta de horror tropical saltamos al más puro gore, cambiando por completo el tono de la película, pero logrando que ese proceso sea fructífero y no sólo funcione, sino que sea memorable; pues nada más exquisito, en el más estricto sentido de la palabra, que un pollo desplumado y demoniaco dispuesto a asesinar su antiguo dueño.
Una cinta que no se limita en puesta en escena, donde el dinero no es pretexto para el mal posicionamiento de la cámara, o la escasa calidad de imagen, que demuestra a muchos creadores latinoamericanos que el oficio, si en verdad se toma en serio, se construye.
Sorprende mucho de “A mata negra” pues, en primer lugar, los puntos de vista caligráficos de Aragão escriben un discurso cinematográfico que no sólo se concentra en el retrato de una trama, sino en la construcción global de una cinta de horror, donde la sangre, fantasmas, monstruos y entrañas estallan y explotan como acentos a un texto que se ha estado escribiendo, como dije, de ha poquito. Como cereza en el pastel, sorprende también la presencia demoniaca en la cinta, un diablo marca Alex de la Iglesia, que tampoco se deja bajonear por la economía y tiene un porte digno para esta, o cualquier otra cinta de terror.
“Hostile” (Mathieu Turi | Francia | 2017) es otra película llena de oficio, donde con pocos elementos se logra la construcción de un universo postapocalíptico, además se que se crean personajes complejos y redondos, con un mundo interno que la cámara devela y conjuga. Un filme que, como pocos, funciona dentro de un festival especializado, pues aún a los más fanáticos tuvo al borde del asiento y con los ojos como platos.
Juliette (Brittany Ashworth) busca sobrevivir al mundo zombie mientras rememora lo que había y tenía antes del caos. Encuentra fuerza en los recuerdos y el amor perdido, mientras el desierto intenta devorarla. La luz parece ser su única esperanza, pero la noche eterna la atrapa bajo un auto y los seres nocturnos comienzan a asecharla. No hay escapatoria, y el pequeño espacio de vida causa claustrofobia, dentro y fuera de la pantalla, así como se devela que el encierro, no sólo puede ser físico, sino también de emociones y pensamientos.
“Hostile” es una cinta de horror que va mucho más allá de los monstruos y las fantasmagorías, habla de los temores humanos, los reales, lo que no permiten ser y hacer. De una sociedad que ve el éxito económico como pináculo de la humanidad, y que se pierde de los momentos y sensaciones que provocan el simple hecho de estar vivos. Sí, así de cursi es el planteamiento de la cinta, pero su construcción para nada es rocambolesca, por el contrario, se construye hostil y mala leche, Turi te lleva por caminos pantanosos donde el descanso se presenta poco, un vaivén de constipaciones pectorales entre el temor, la ansiedad y el deseo de la supervivencia. Otra vez, el oficio cinematográfico se hace presente, y logra que un simple close up se extienda hasta el alma en un hilo que se tiende y distiende jugando con el títere que es uno en la butaca.
La hostilidad, de la que habla el título, es un juego de palabras entre el mundo socialmente destruido y el paraíso desértico de los zombies, pues todo ya estaba roto desde antes. Hostilidad interna de la protagonista, que ejemplifica el individualismo y extiende, para la nueva era, el camino del héroe, o en este caso, de heroína.
Como buena película de zombies, no se concentra en los disparos y la sangre, aunque vaya que los tiene, sino en las consecuencias de una situación extrema en una sociedad como en la que vivimos, y por eso nos aterra. Hija pródiga, también, de George A. Romero y el maestro que le inspiro a él: Richard Matheson y su “Soy leyenda”; que, a mi parecer, encuentra en “Hostile” una de sus mejores y más sinceras adaptaciones, sin que ningún Will Smith, Charlton Heston u otra estrella les estorbe.
El amor al monstruo, para mí y para muchos, continúa, y mientras vienen nuevos prospectos, tanto gratos como aberraciones, guardaremos el espacio en el corazón para Macabro pues, a final de cuentas, sólo falta un año para volver a encontrarlo. Por lo mientras, a lista de ganadores de este año.
Premio de cortometraje internacional.
Jurado: Xavier Urría y Gamaliel de Santiago,
Mejor cortometraje internacional:
“RIP”
Dirección: Albert Pinto & Caye Casas.
Guión: Albert Pinto & Caye Casas.
2017 – España – 16 min.
Mención honorífica:
“Gridlock”
Dirección: Ian Hunt Duffy.
Guión: Darach McGarrigle.
2017 – Irlanda – 19 min.
Premio de animación de horror
Jurado: Rodrigo González y Sofía Carrillo.
Mejor cortometraje animado:
“Nocturne”
Dirección: Anne Breymann.
Guion: Anne Breymann.
2017 – Alemania – 5:19 min
Mención Honorífica:
“Strawberry Eaters”
2018 – Estonia – 14:39 min
Dirección: Mattias Mälk.
Guion: Mattias Mälk.
Premio de cortometraje mexicano
Jurado: Arturo Magaña y Paulo Riqué
Cortometraje mexicano:
“La Cruz de Agujas”
Dirección: Harry Montiel.
Guion: Harry Montiel.
2017 – México – 19 min
Menciones honoríficas:
“Relatos de un Pueblo Embrujado”
Dirección: Ismael Capistrán.
Guion: Ismael Capistrán.
2017 – México – 12 min
“Lucha”
Dirección: Eddie Rubio
Guion: Eddie Rubio
2017 – México, – 19 min
Premio de la prensa.
Jurado: Javier Quintanar Polanco, Alberto Acuña Navarijo, Ali López
“HOSTILE”
Dirección Mathieu Turi
2017 Francia
Mención honorífica
“A mata negra”
Dirección: Rodrigo Aragão.
Guion: Rodrigo Aragão, Alexandre Callari.
2018 – Brasil –
Premio del público.
“SNOWFLAKE”
Dirección: Adolfo Kolmerer , William James
2017 – Alemania – 120 min.
Premio de largometraje iberoamericano.
Jurado: Tonatihu Loza, Rafael Paz y Carlos Gómez Iniesta.
Mejor largometraje Iberoamericano:
“A mata negra”
Dirección: Rodrigo Aragão.
Guion: Rodrigo Aragão, Alexandre Callari.
2018 – Brasil – 98 min
Mención honorífica:
“Framed”
Dirección: Marc Martínez Jordán.
Guion: Jaume Cuspinera, Marc Martínez Jordán.
2017 – España – 80 min
Mejor director:
Jorge Leyva, “Mis demonios nunca juraron soledad”.
Premio Macabro a Mejor Largometraje Internacional
Jurado: Fabian Forte, Jay Kay y Roberto Trujillo.
“Vidar Vampyr”
Dirección: Thomas Aske Berg y Fredrik Waldeland.
Guion: Thomas Aske Berg y Fredrik Waldeland.
2017 – Noruega – 83 min
Mención honorífica:
“Knuckleball”
Dirección: Michael Peterson
Guión: Kevin Cockle, Michael Peterson
2018 – Canadá – 89 min
Mejor director:
Seth A. Smith por “The Crescent”.